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Gana Rubalcaba: los papas pasan, la Iglesia permanece
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Carlos Sánchez

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Gana Rubalcaba: los papas pasan, la Iglesia permanece

Carmen Chacón comenzó a fraguar su derrota en 1958. Cuando ni siquiera había nacido. Ese año, en Toulouse, el partido socialista celebró su enésimo Congreso en

Carmen Chacón comenzó a fraguar su derrota en 1958. Cuando ni siquiera había nacido. Ese año, en Toulouse, el partido socialista celebró su enésimo Congreso en el exilio, y un envejecido Luis Araquistain, subió a la tribuna de oradores para leer unas cuartillas* que incluían una advertencia premonitoria. “El Partido  Socialista no es un partido de autómatas”, dijo, “ni de robots cibernéticos que dicen sí o no a lo que se les manda. Todos los afiliados tenemos el derecho y más aún el deber de decir en voz alta lo que pensamos, para que el partido decida libremente con pleno conocimiento de causa”.

El tantas veces ex ministro ha tenido la habilidad de conectar con la esencia del corazón socialista: lo primero es el partido, y aunque Rubalcaba es un perdedor no es menos cierto que el aventurerismo político tiene sus límites, y con un Zapatero ya hay bastante

Y lo que ayer ocurrió en Sevilla no es más ni menos que un ejercicio de rebeldía contra una dirigente gris y trivial que no supo ver el momento histórico que le pasó por delante de sus narices hace sólo unos meses, cuando el ‘dedazo’ de Zapatero impuso a Rubalcaba como candidato a la presidencia del Gobierno. Si Chacón hubiera aguantado el órdago obligando a hacer primarias, con el resultado que fuese, es probable que hoy hubiera sido la primera secretaria general del PSOE. En todo caso, hubiera estado plenamente legitimada para ser una alternativa real a Rubalcaba y no un ‘Zapatero con faldas’, como de forma machista y arcaica le llamó Rodríguez Ibarra.

No lo hizo y más de la mitad de los delegados la han visto hoy como un mero cartel electoral lleno de lugares comunes y de frases huecas. Pero vacío de política y huérfano de ideas más allá del manoseado relevo generacional. Tiene ‘mérito’ haber perdido un Congreso contra un candidato que como cabeza de cartel ha dejado a su partido en el peor de los escenarios posibles.

En el fondo, eso lo que explica que los delegados socialistas hayan elegido a Rubalcaba. El tantas veces ex ministro ha tenido la habilidad de conectar con la esencia del corazón socialista: lo primero es el partido, y aunque Rubalcaba es un perdedor no es menos cierto que el aventurerismo político tiene sus límites, y con un Zapatero ya hay bastante. Ahora lo que toca es volver a poner los cimientos de una casa devastada por personajes como Leire Pajín o José Blanco, que pasarán a la historia de la infamia socialista como piezas clave del desaguisado organizativo. Sin duda, una de las señas de identidad del PSOE en los tiempos de Alfonso Guerra. Los delegados socialistas no han elegido al mejor candidato para ganar unas elecciones, sino a alguien con autoridad para poner orden en un partido cuarteado por tanta derrota electoral y por tanta incuria organizativa.

Una franquicia electoral

Hay una frase de Rubalcaba en el discurso anterior a ser elegido secretario general, que refleja con nitidez lo acertado de su estrategia. Dijo el ex ministro del Interior que el PSOE es un partido federal y no una confederación de partidos, y eso es, precisamente, lo que querían oír los 956 delegados con derecho a voto. Basta ya de diluir el mensaje nacional en favor de federaciones o territorios -léase Cataluña- que han convertido el PSOE en una mera franquicia electoral.

No hay mayor fetiche que convertir a la Iglesia en el enemigo público número uno. Y Rubalcaba, que de tonto tiene lo justo, sabía mejor que nadie que agitando en pleno cónclave socialista el fantasma de la renegociación de los Acuerdos con la Santa Sede, la grada se vendría abajo

Para entender el resultado del Congreso no hay que olvidar nunca que el nuevo PSOE de González y Guerra que arrinconó a Rodolfo Llopis y a los  dirigentes del exilio está cimentado sobre un pacto entre los viejos militantes vascos (Nicolás Redondo) y los jóvenes sevillanos del ‘clan de la tortilla’. Ahora, la realidad es que el socialismo vasco es residual, pero todavía queda el andaluz (la cuarta parte de los delegados) y todo indica que éstos son quienes han decantado el triunfo de Rubalcaba. No es baladí, en este sentido, el guiño que hizo el exvicepresidente a Patxi López como representante del socialismo vasco. Como tampoco que se haya apoyado en Juan Moscoso, diputado por Navarra y uno de los dirigentes socialistas con mayor proyección.

El apoyo de Felipe González al nuevo secretario general es, sin duda, relevante, pero también el respaldo de buena parte de la federación andaluza, que de paso le ha dado una patada en al espinilla a Griñán, hundido en las encuestas y despreciado en su propio partido. La mención de Rubalcaba a un dirigente histórico como fue Alfonso Perales, Pajarito, es significativa. En la federación andaluza se cortaba el bacalao, y en particular en Cádiz, donde Chaves, y antes Perales, mantiene su feudo. Y los socialistas andaluces lo que no han querido es entregar su voto a alguien que elige llamarse Carme o Carmen en función de oportunismos electorales. A estas alturas del partido, ya es demasiado tarde para desmarcarse del Pacto Fiscal por el que suspira la nomenclatura catalana, incapaz de entender lo que pasa en España.

En el subconsciente de los delegados socialistas han pesado también, sin duda, lo que el propio Araquistain denominaba ‘fetichismo de las ideas’. Y para una parte de la izquierda no hay mayor fetiche que convertir a la Iglesia en el enemigo público número uno.  Y Rubalcaba, que de tonto tiene lo justo, sabía mejor que nadie que agitando en pleno cónclave socialista el fantasma de la renegociación de los Acuerdos con la Santa Sede, la grada se vendría abajo. Así ocurrió.

Sólo falta conocer qué pensarían Pablo Iglesias y Jaime Vera, Francisco Largo Caballero y Julián Besteiro, de un hecho inaudito: el nuevo líder llevó hace poco más de dos meses a su partido a las mayores cotas de miseria. Pero una cosa es perder elecciones y otra muy distinta es llevar cierta sensatez al partido.

*Sobre al Guerra Civil y en la Emigración. Selecciones Austral. Espasa Calpe. 1983

Carmen Chacón comenzó a fraguar su derrota en 1958. Cuando ni siquiera había nacido. Ese año, en Toulouse, el partido socialista celebró su enésimo Congreso en el exilio, y un envejecido Luis Araquistain, subió a la tribuna de oradores para leer unas cuartillas* que incluían una advertencia premonitoria. “El Partido  Socialista no es un partido de autómatas”, dijo, “ni de robots cibernéticos que dicen sí o no a lo que se les manda. Todos los afiliados tenemos el derecho y más aún el deber de decir en voz alta lo que pensamos, para que el partido decida libremente con pleno conocimiento de causa”.

Alfredo Pérez Rubalcaba Iglesia