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Comienza la recuperación económica; era esto, era esto....
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Carlos Sánchez

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Comienza la recuperación económica; era esto, era esto....

Hace algún tiempo, un docto economista fue capaz de identificar un error recurrente en la mayoría de los gobiernos. Sostenía que a menudo se

Hace algún tiempo, un docto economista fue capaz de identificar un error recurrente en la mayoría de los gobiernos. Sostenía que a menudo se confunde hacer política económica con tomar muchas decisiones. Y eso explica que, tradicionalmente, se aprueben normas y normas -muchas de ellas incoherentes- como si los problemas se resolvieran a golpe de Boletín Oficial del Estado. Cuantas más leyes y decretos, mejor. De esta manera, muchos gobernantes (los malos) justifican su sueldo.

Esta práctica es tan frecuente que ciertos políticos  suelen presumir ante la opinión pública no tanto de la eficacia de sus decisiones -sin duda amparados en la ausencia de instituciones independientes de evaluación de las políticas públicas-, sino del número de normas aprobadas, lo cual suena a disparate. Por decirlo de una manera castiza, se hace política ‘al peso’ para calmar la presión de la opinión pública, de los mercados y hasta de los medios comunicación, que tienen que vender periódicos y están enganchados a las decisiones del Consejo de Ministros. Cuando pasa el tiempo y un gobierno no aprueba una miríada de leyes y de decretos, es que está tumbado a la bartola.

Rajoy, sin ir más lejos, dijo hace poco que la mejor respuesta a la crisis es aprobar reformas económicas un viernes sí y otro también. Como si la calidad y la eficacia de las reformas dependiera de su número y no del acierto en la toma de decisiones. Sin embargo, como dijo alguien con bastante sentido común, no basta con tocar las teclas del piano, sino que lo importante es tocar las clavijas correctas.

Es evidente que el Gobierno, como no podía ser de otra manera, ha tocado a veces las teclas adecuadas; o, por lo menos, sin desafinar, mientras que otras ha tocado de oído. Pero sin duda que la nueva reforma del sistema financiero aprobada este viernes es la de mayor calado económico. E incluso político. Y va en la buena dirección

Es evidente que el Gobierno, como no podía ser de otra manera, ha tocado a veces las teclas adecuada. O, por lo menos, la música ha sonado bien; mientras que otras lo ha hecho de oído. Y el resultado ha sido una música infernal. Por ejemplo, la reforma laboral en todo lo que concierne a los despidos, no a la flexibilidad interna en las empresas. Pero sin duda que la reforma del sistema financiero aprobada este viernes es la de mayor calado económico. E incluso político. Y va en la buena dirección.

Las tripas del problema

El hecho de que Luis De Guindos haya matado al padre -Rodrigo Rato- va mucho más allá que un simple relevo en Bankia, supone el principio del fin de la crisis. Como en el pensamiento schumpeteriano, para que nazca lo nuevo debe morir lo viejo, y parece evidente que mientras el ‘ladrillo’ continuara en las tripas de los balances bancarios, este país estaría obligado a reptar por el subsuelo de la crisis.

Pero es que, además, de no haber nacionalizado Bankia, siempre se hubiera visto a De Guindos como el leal colaborador incapaz de pedir cuentas a su antiguo jefe, aunque éste estuviera sentado sobre una caja de bombas. De ahí lo sensato de la nacionalización parcial de BFA, la matriz de Bankia.

La reforma, igualmente, acierta al atacar el problema de fondo de la economía española: la falta de crédito. Y parece evidente que mientras la banca no fuera capaz de digerir la comilona de ladrillo que se dio desde que el Banco de España decidió mirar hacia otro lado cuando el crédito hipotecario crecía por encima del 20% anual, no había ninguna posibilidad de salir del entuerto. Y tanto Caruana como Fernández Ordóñez pueden incluir en sus respectivos curriculum el desastre para horror de su pasado profesional.

La decisión de crear nuevas sociedades -en realidad una especie de banco malo aunque el nombre se disfrace de ‘vehículos’- va, por lo tanto, en la dirección adecuada. Ahora bien, siempre que la nueva valoración de los activos inmobiliarios se haga realmente a precios de mercado.

La crítica que se ha hecho sobre que debía haber sido ser el Banco de España quien hiciera las valoraciones no está fundada, toda vez que corresponde a expertos tasadores (es irrelevante que sean nacionales o extranjeros) quienes digan cuánto vale el ladrillo en un contexto como el actual: sobreabundancia de oferta, recesión y pérdida de empleo, lo que reduce de forma intensa la demanda efectiva.

Riesgo regulatorio

La reforma, igualmente, pretende abordar un grave problema que justifica el desplome de los valores bursátiles en Bolsa, que no es otro que las incertidumbres y el riesgo regulatorio que convertían a la mayoría de entidades en bancos zombis. La existencia de incentivos para que los inversores extranjeros compren activos inmobiliarios a esos nuevos vehículos va, igualmente, en la buena dirección, y sin duda ayudará a vaciar la cartera de inmuebles sin vender. Es mejor bajar los impuestos para ingresar 100 euros, que mantener la presión fiscal para ingresar cero euros por ausencia de operaciones de compraventa.

El compromiso del Estado de cubrir las pérdidas derivadas de la nueva valoración de los activos inmobiliarios era una condición necesaria para salir del agujero, lo cual no quiere decir que el Estado deba convertirse en una ONG. Lo mismo que no ha tenido prisa para meterse en una entidad en ruinas, no debe tener prisa para salir perdiendo dinero. Hay que recuperar los miles de millones que costará la ‘fiesta’

Y no es menos importante el hecho de que se haya desacoplado la cotización de los bancos del ciclo inmobiliario. Algo que les permitirá centrarse en el negocio típicamente bancario,  lo cual exige frenar esa alocada carrera de fusiones que tiene efectos letales sobre el crédito. Cuando una entidad está incursa en un proceso de integración, lo primero que hace es reducir su riesgo a cero para no afear su balance, y eso, sin duda, está pasando  en estos momentos.

El compromiso del Estado de cubrir las pérdidas derivadas de la nueva valoración de los activos inmobiliarios era, igualmente, una condición necesaria para salir del agujero, lo cual no quiere decir que el Estado deba convertirse en una ONG. Lo mismo que no ha tenido prisa para entrar en una entidad en ruinas, no debe tener prisa para salir perdiendo dinero. Hay que recuperar los miles de millones que costará la ‘fiesta’.

Ocurre, sin embargo, que hay fundados motivos para pensar que una cosa es lo que dicen las leyes y otra su cumplimiento. Y para que la reforma financiera salga adelante es condición indispensable que las entidades abandonen la mala práctica que supone seguir refinanciando crédito a empresas inviables, en muchos casos del Ibex. Empresas que siguen repartiendo cuantiosos dividendos pero que en realidad no tienen futuro por su elevado endeduamiento. Y que en última instancia contribuyen a la sequía del crédito. Y sin crédito la economía española se muere. Así de fácil.