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Grecia y las lágrimas de Antígona
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Carlos Sánchez

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Grecia y las lágrimas de Antígona

En 1953, una revista francesa preguntó a Thomas Mann por los motivos de su regreso a Europa. El escritor alemán se había convertido en ciudadano y

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En 1953, una revista francesa preguntó a Thomas Mann por los motivos de su regreso a Europa. El escritor alemán se había convertido en ciudadano y patriota americano. Entre otras razones, por la admiración que profesaba a Franklin D. Roosevelt. Mann había llegado a EEUU como refugiado de la Alemania de Hitler y, sin embargo, pese a la pasión que sentía por el país, respondió a la revista gala: “Cuanto más tiempo permanecía en América, más europeo me sentía y mayores eran las ganas de volver a Europa en cuanto fuera posible”. Había cumplido ya 78 años.

La entrevista, publicada por la revista Comprende (Comprender), la recoge el intelectual alemán Wolf Lepenies, y refleja la potencia de una vieja idea que a fuerza de ser manoseada corre el riesgo de convertirse en una mera marca comercial. Hoy Europa se confunde con un cónclave de mercaderes, y eso explica el desapego de buena parte de la opinión pública hacia la idea de Europa. Para los países del sur, Europa ya no es la madre que protege, es la oscura ama de llaves que dirige nuestra conducta. Y para los del norte, es la sopa boba de la que comen los perífericos.

Los griegos no quieren salir del proceso de construcción europeo, el 80% quiere seguir en el euro, pero no a cualquier precio. Para muchos ciudadanos helenos, Europa es sinónimo de desempleo, y lo cierto es que la tasa de paro se ha situado ya en el 21,7% -el triple que al comenzar la crisis- como consecuencia de las severas condiciones macroeconómicas impuestas para acceder a la financiación exterior.

Lo más curioso del caso, sin embargo, es que esa desafección por Europa no tiene que ver con la tacañería del viejo continente. Cuesta creerlo, pero los 150.000 millones de euros que hasta el momento ha inyectado la UE en el país para salvarlo de la bancarrota (además de una generosa quita por parte de la banca acreedora), representan nada menos que el 70% del PIB griego. Es como si España hubiera recibido la semana pasada 700.000 millones de euros de la UE, una cifra verdaderamente colosal.

El dinero, sin embargo, ha servido de poco. Hoy la sociedad griega vive sumida en el desencanto. Y no es casualidad que las tres instituciones mejor valoradas sean el Ejército, la Policía y la Iglesia.

Lo peor, con todo, es que no hay un relato de país para salir de la crisis, como lo hubo en la Alemania de después de 1945 o, incluso, en la España que dejaba atrás la Dictadura; ni mucho menos una ‘intelligentzia’ a la que agarrarse. Las viejas recetas del pasado -una especie de recuperación del viejo socialismo de Estado- se imponen en determinados círculos políticos como una falsa salida a la crisis.

Un gran poema nacional

En Grecia, un país que obtuvo su independencia en 1830, ni siquiera está vivo lo que Herbert Hoover reclamaba durante la Gran Depresión plagiando literalmente Walt Whitman: “Lo que este país necesita es un gran poema. Algo que haga que la gente abandone el egoísmo y el miedo”. Y Grecia, hoy, no lo tiene. El país que alumbraron Homero, Sófocles, Esquilo o Eurípides no tiene quien le escriba. Ni una Antígona que vele por su alma. Y quienes lo hacen de forma tosca y ruín, son una vieja casta política desacreditada por sus propios errores y por haber hecho creer a los griegos que el euro era sinónimo de bienestar sin contrapartidas, y que hay derechos -generosas pensiones, sanidad, educación o infraestructuras- sin obligaciones.

Jean Pisani-Ferry, director del Instituto Bruegel, un respetado think tank, publicó hace unas semanas un artículo en el que recordaba lo que se preguntaron los estrategas de Washington en los años 50 tras la llegada de Mao Zedong al poder. ¿Quién perdió a China? ¿Por qué razón un imperio milenario había acabado en la órbita comunista?

Y la respuesta que daba Pisany-Ferry ciñéndose al caso griego era cierta. Los culpables, decía, son, naturalmente, los propios griegos. El clientelismo y la corrupción han provocado que Grecia se sitúe en el puesto número ochenta en el Índice de Transparencia Internacional. A finales del año pasado, el Tesoro griego sólo había llevado a cabo 31 de las 75 inspecciones tributarias de personas con grandes ingresos prometidas para todo el año.

Con todo, el problema de Grecia no es sólo económico. Es, incluso, más grave. Es político, La quiebra del Estado se ha llevado por delante a una casta política -los Karamanlis y los Papandreu- surgida tras la caída de la dictadura de los coroneles con un discurso populista y ramplón. Y que, como sostienen Irene Martín y Elías Dinas, del Instituto Elcano, han hecho posible que “la idea del orden y la autoridad sean inmediatamente asociadas a la dictadura”. Por eso, Grecia es el país con más huelgas generales de Europa. Por eso, el país vive una crisis de representación política sin precedentes, lo que influye en la baja calidad de sus instituciones. Las mentiras a Eurostat para entrar en el euro, en este sentido, forman parte de esa agrietada arquitectura institucional.

Un polo de esperanza

Esta profunda desafección hacia los partidos tradicionales explica que opciones minoritarias como Syriza -apenas seis escaños de 300 en el año 2004- se hayan convertido en un polo de esperanza para muchos griegos.

Por el contrario, el Pasok, con el 45,4% de los votos hace apenas dos legislaturas, es hoy un partido a la deriva liderado, precisamente, por Venizelos, el encargado de negociar con la troika -CE, BCE y FMI- las condiciones del Memorando. Mientras que en la derecha, Nueva Democracia está obligada a jugar un papel moderador en un contexto de polarización del voto hacia la izquierda y la derecha. Pero con el mismo descrédito que el resto de partidos.

Los dos partidos piden ahora un Gobierno de concentración, el mismo que negaron cuando todavía podían controlar el parlamento con sus escaños. Hoy es demasiado tarde y la clave la tiene Syriza, consciente -y por eso presiona al límite a Merkel- de que Grecia es sistémica, y que su caída arrastraría a media Europa.Y Grecia, no hay que olvidarlo nunca, juega un papel esencial en términos geoestratégicos en el oriente europeo. Es habitual que la Sexta Flota de EEUU, en compañía de Israel y Grecia, haga maniobras militares en la zona para garantizar el suministro de gas.

De hecho, su escalada de aprovisionamiento militar -siempre mirando con recelo a Turquía- explica, en parte, la dramática situación de la economía. Entre 2008 y 2013 -los años centrales de la crisis-, el PIB griego habrá caído nada menos que un 20% de su valor. Mientras que el gasto público -un componente fundamental de la economía helena por los elevados subsidios del país- se habrá desplomado un impresionante 37%, lo que sin duda fundamenta la crisis del Estado de bienestar heleno.

El sector público ya no es el paraguas bajo el que se cobijan las ineficiencias de le economía helena, es la viva representación de una tragedia. Como atestigua esa descomunal deuda pública que en 2013 alcanzará el 168% del PIB, y que es simplemente impagable. Aunque bajen los tipos de interés.

Sin duda que Antígona tiene razones para querer enterrar el cadáver de un viejo sistema político caduco y corrupto. Y que en el fondo, es la causa de la crisis.

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En 1953, una revista francesa preguntó a Thomas Mann por los motivos de su regreso a Europa. El escritor alemán se había convertido en ciudadano y patriota americano. Entre otras razones, por la admiración que profesaba a Franklin D. Roosevelt. Mann había llegado a EEUU como refugiado de la Alemania de Hitler y, sin embargo, pese a la pasión que sentía por el país, respondió a la revista gala: “Cuanto más tiempo permanecía en América, más europeo me sentía y mayores eran las ganas de volver a Europa en cuanto fuera posible”. Había cumplido ya 78 años.