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Todo o nada: las dos semanas cruciales de Rajoy
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Carlos Sánchez

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Todo o nada: las dos semanas cruciales de Rajoy

 Lo dice un sagaz economista muy escuchado en el Gobierno: “España todavía tiene tiempo de parar la hemorragia de credibilidad que ha sufrido en los últimos

 

Lo dice un sagaz economista muy escuchado en el Gobierno: “España todavía tiene tiempo de parar la hemorragia de credibilidad que ha sufrido en los últimos tiempos”.

¿A qué se refiere? Pues ni más ni menos a que en las dos o tres próximas semanas el Gobierno -y con él el país- se juega el futuro de la economía española en los próximos años. Si Mariano Rajoy presenta unos Presupuestos Generales del Estado para 2013 creíbles y, al mismo tiempo, lograr embridar el déficit público de este año, es muy probable que la prima de riesgo evolucione sin sobresaltos, lo que permitirá sentar las bases para una recuperación todavía incierta.

Claro está, puede suceder lo contrario. Que el sector público incumpla de manera clamorosa el escenario de consolidación fiscal y entonces se desate una batalla contra España por incapacidad manifiesta para controlar las cuentas públicas.

No hay que decir que este escenario lleva inexorablemente a un rescate duro. O lo que es todavía peor, a la expulsión del euro por incumplimiento de contrato. Se trata de un escenario posible, pero poco probable, si el Gobierno no yerra y Cristóbal Montoro elabora unos Presupuestos que simplemente cumplan con lo prometido. Sin atender a las elecciones gallegas y demostrando que en el Gobierno hay cohesión interna. Ya hay ministros que sobran, como Soria, incapaz de tomar medidas estratégicas en sectores claves para impulsar el crecimiento: energía, telecomunicaciones… No hay nada peor que un tecnócrata metido a político. Al final no es ni una cosa ni la otra. Si Mariano Rajoy presenta unos Presupuestos Generales del Estado para 2013 creíbles y, al mismo tiempo, lograr embridar el déficit público de este año, es muy probable que la prima de riesgo evolucione sin sobresaltos, lo que permitirá sentar las bases para una recuperación todavía incierta

Montoro conoce el percal y sabe que la legislatura se juega en los próximos días. El tiempo corre a favor de la contención del déficit. El segundo semestre será mejor porque comenzarán a notarse con intensidad los recortes en sanidad, educación, dependencia o salarios públicos aprobados en la primera parte del año. Pero todo está cogido con alfileres y estamos ante todo o nada, que diría Adelson para chantajear al Gobierno de España.

Las últimas boqueadas

Como sostiene la fuente, la reforma del sistema financiero “está dando sus últimas boqueadas”, por lo que el déficit público es el único obstáculo serio que le queda por salvar a la economía española para retomar la senda del crecimiento, hoy todavía muy lejana. El ajuste era esto.

No es, desde luego, un asunto baladí. La inercia del gasto público es tal que desde 2009 -el año de la Gran Recesión y de la eclosión del gasto público- el consumo final de las administraciones se ha reducido en apenas 5.928 millones de euros. Una cantidad insignificante que sólo representa una reducción del 2,7%. Es decir, que pese a los duros recortes a los que se ha visto sometida la economía española en materias tan sensibles como la educación, la sanidad, la dependencia, la investigación o las infraestructuras, resulta que el consumo público apenas se ha corregido. Se ha pasado de 223.603 millones a 217.675 millones, lo que da idea de que en los últimos años este país ha asistido a un gigantesco tongo.

El ajuste se ha hecho básicamente por la subida de impuestos -IRPF, Patrimonio, Sociedades , IVA o tasas públicas…- lo que  refleja hasta qué punto este Gobierno - desde luego que también el anterior- ha carecido de imaginación para enfrentarse a la crisis. Como sostiene nuestro perspicaz economista, Montoro ha tenido que legislar contra sus propias ideas, lo cual demuestra que los programas de los partidos políticos tienen mucho que ver con la obsolescencia programada que diseñan muchos fabricantes para incentivar las ventas.

El hecho de que la economía española tenga dificultades para financiarse en plazos largos -superiores a tres años- no parece hoy por hoy un problema insalvable. La potencia de fuego del BCE es tal que es muy probable que la prima de riesgo permanezca en los niveles actuales -alrededor de los 400 puntos básicos- durante un tiempo prolongado, lo cual es perfectamente financiable. El problema es el déficit público -más de 91.400 millones de euros el año pasado- y no los tipos de interés, cuyo efecto sobre las cuentas públicas es menos relevante de lo que habitualmente se sospecha. El déficit exterior se está corrigiendo a golpe de recesión.

El servicio de la deuda -casi 35.000 millones de euros este año- ha crecido no porque la prima de riesgo se haya disparado, sino porque los pasivos financieros -lo que realmente adeuda el sector público y no sólo lo que computa a efectos de Bruselas- roza ya el billón de euros (975.094 millones),  por lo que la clave de bóveda del todo el entramado económico es reducir las necesidades de financiación (y endeudamiento) del Estado.

Ni que decir tiene que el problema no sólo es cumplir ese objetivo, sino cómo hacerlo. Y de ahí que el Gobierno esté obligado a tramitar los nuevos presupuestos con un espíritu constructivo. Haciendo pedagogía política para que el país entienda que o se pone orden a las cuentas públicas o España vuelve a los años 50. Desde luego que no es fácil.

Ruido de sables en Cataluña

La capacidad de autodestrucción de este país es tal que en los momentos más difíciles desde el punto de vista económico -los seis millones de parados está a la vuelta de la esquina- se mete en resolver los problemas de financiación de las comunidades autónomas. Cuando lo que habría que abordar es el actual modelo competencial. Como si el reequilibrio de los flujos financieros internos fuera un juego de suma cero. No lo es. Lo recursos adicionales de Cataluña o de otra región, saldrían del resto de regiones. La capacidad de autodestrucción de este país es tal que en los momentos más difíciles desde el punto de vista económico -los seis millones de parados está a la vuelta de la esquina- se mete en resolver los problemas de financiación de las comunidades autónomas. Cuando lo que habría que abordar es el actual modelo competencial

Como decía Pi i Margall –ahora tan evocado por su poderosa defensa de una España federal- "nada hubo tan movedizo como las naciones de Europa: por la violencia nacieron, por la violencia se conservaron y por la violencia perecieron".

Isidro Fainé, el presidente de la Caixa, lo sabe. Escudriña su cuenta de resultados y ya ha hecho llegar a Artur Mas su cabreo. Hay que bajar el pistón de las reivindicaciones, le ha venido a decir. El presidente de la Caixa no habla sólo por lo que le corresponde, sino por las Damn, Danone, Nestlé, Freixenet o Codoniú que ven aterradas como se acerca la campaña de Navidad y todo lo que huela a Cataluña en los mercados exteriores no suena precisamente bien.

No es la primera vez que ocurre -los tiempos del boicot todavía están frescos- pero ahora hay un cambio cualitativo. Por primera vez un profundo sentimiento anticatalán recorre el país -y no solamente en los Madrid-Barça-. Con toda seguridad por la irresponsabilidad de una clase dirigente adolescente que desoye lo que decía el poeta  Paul Valéry del arte de la política: “El ejercicio del liderazgo democrático no consiste en dar sin más a la gente lo que pide sino interrogar a la ciudadanía sobre lo que necesita”. Y parece evidente que lo que se necesita es crear puestos de trabajo.

 

Mariano Rajoy