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Nadie derramará una lágrima por Montoro
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Carlos Sánchez

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Nadie derramará una lágrima por Montoro

Hay que remontarse a Julián Besteiro para encontrar un caso similar. Como se sabe, el viejo dirigente socialista de la República era denostado por la izquierda

Hay que remontarse a Julián Besteiro para encontrar un caso similar. Como se sabe, el viejo dirigente socialista de la República era denostado por la izquierda por ser demasiado de derechas y por la derecha por su sesgo izquierdista. Ni que decir tiene que cuando Besteiro murió en la cárcel de Carmona (Sevilla) tras la guerra civil, nadie derramó una lágrima por su obra política. Ni los socialistas que lo habían tratado con crueldad ni la derecha atrabiliaria que se había echado al monte.

El tiempo dirá cómo pasará a la historia el actual ministro de Hacienda, pero lo que está claro es que para la derecha clásica y los liberales de su propio partido -Aznar, Esperanza Aguirre y algunos ministros de Rajoy- estamos ante un socialdemócrata de toda la vida que sólo pretende aplicar recetas del pasado; para la izquierda, sin embargo, Montoro no es más que un ultraliberal empeñado en desmontar el Estado de bienestar por la vía del ajuste del gasto público.

Para un político bisoño -y Montoro lo fue cuando abandonó hace ahora veinte años el Instituto de Estudios Económicos para ser un diputado raso del entonces emergente Partido Popular- sería una presión insoportable tanta saña sobre su persona, pero para el actual titular de Hacienda no es más que un timbre de gloria. Está encantando de ser el enemigo público número uno. Tanto para buena parte de quienes apoyaron a Rajoy para llegar a Moncloa como para el PSOE y la izquierda en general, a quienes ha ‘robado’ la cartera de las ideas fiscales.

Y es que Montoro ha jugado tan fuerte -un viejo colaborador suyo lo llama un ejercicio de pragmatismo- que es muy probable que pase a la historia como el ministro de Hacienda que empobreció a las clases medias para salvar al Estado de la ruinaSubir impuestos también es de derechas, viene a decir Montoro, que vive ahora el momento clave de una carrera política que comenzó cuando Pedro Arriola se lo presentó a Aznar. Si embrida el gasto público y logra poner orden a tanto desorden autonómico, tiene asegurado un nombre en el panteón de los hombres ilustres, pero como dentro de algunos trimestres la economía no vea la luz por ningún sitio (la que realmente perciben los hogares y no la balanza de pagos), es muy probable que, como los viejos liberales del siglo XIX, tenga que exiliarse –aunque sea de forma metafórica-.

Y como le sucedió a Besteiro, nadie derramará una lágrima por él. Ni siquiera aquellos socialdemócratas de Luis Gámir que lo recogieron en sus filas en sus primeros pinitos políticos. Y es que Montoro, como asegura alguien que lo conoce bien, lleva por sus venas la sangre de la socialdemocracia. Hasta el propio Aznar -asegura un veterano liberal- lo obligó a bajar los impuestos en la primera legislatura, ya que él –tampoco Rodrigo Rato- no quería hacerlo. Pensaba que era demasiado pronto. Como ahora.

Y es que Montoro ha jugado tan fuerte -un viejo colaborador suyo lo llama un ejercicio de pragmatismo- que es muy probable que pase a la historia como el ministro de Hacienda que empobreció a las clases medias para salvar al Estado de la ruina.

Voluntarismo político

Puede parecer una contradicción, pero en realidad este es el fondo del asunto: la quiebra del sector público se ha salvado (el objetivo de Montoro desde el primer día era ganar credibilidad ante los mercados) mediante el expeditivo medio de subir impuestos y recortar el gasto en partidas tan sensibles como la enseñanza, la sanidad, la investigación o las infraestructuras. Demasiado para un país acostumbrado a recibir el maná del Estado como si la contabilidad pública fuera un ejercicio de voluntarismo político. Primero se gasta y luego se ve cómo se abonan las facturas.

Con voluntarismo político no se pagan las deudas, como la historia ha demostrado hasta la saciedad. Pero la diferencia con la etapa anterior del PP es que ahora el presidente del Gobierno (al contrario que en la etapa Aznar) no ejerce. No tiene ninguna estrategia fiscal, lo que hace que Montoro y su equipo se lo guisen y se lo coman al margen no sólo de Moncloa (que ni ve ni oye ni habla), sino del resto del equipo económico. Margallo (un experto en impuestos), De Guindos o Soria no salen de su asombro con la política fiscal de Montoro (alguno de ellos se enteró por la prensa de la amnistía fiscal). Pero es que dentro del PP tampoco la entienden, algo que explica que algunos dirigentes territoriales se le subieran a las barbas en las últimas semanas a cuenta del déficit asimétrico.

El problema de Montoro, con todo, no es lo que está haciendo ahora, sino que, como asegura un viejo liberal de su partido, ha hecho política de tierra quemada al ‘traicionar’ las ideas y el programa del PPEl problema de Montoro, con todo, no es lo que está haciendo ahora, sino que, como asegura un viejo liberal de su partido, ha hecho política de tierra quemada al ‘traicionar’ las ideas y el programa del PP. "¿Cómo vamos decir en el futuro que nosotros defendemos que el dinero donde está mejor es en el bolsillo de los ciudadanos?", sostiene.

Montoro y su círculo aseguran que hay que plegarse a las circunstancias, y los momentos actuales no tienen nada que ver con los que existían en la economía española en la segunda mitad de los años 90, cuando tras cuatro devaluaciones, una brutal caída de los tipos de interés, la política de privatizaciones y la llegada masiva de dinero europeo, España pudo enfilar la reactivación. Ahora todo es distinto, asegura. El Estado se ha situado al borde del abismo y gracias a una recentralización de la política económica (mediante instrumentos como el Fondo de Liquidez Autonómica o los fondos de pago a proveedores) se ha enderezado la situación. Montoro es el rey del mambo gestionando el dinero de las comunidades autónomas más endeudadas que no pueden acudir a los mercados. Rajoy, al fondo, sólo templa gaitas cuando ve que el incendio se le escapa de las manos.

El problema es que nadie conoce los resultados de esa política fiscal. Si gana Montoro, recibirá la gloria de los campeones, pero como pierda (y con él el país), nadie derramará una lágrima por él. Roma (el PP) no paga a traidores.

Hay que remontarse a Julián Besteiro para encontrar un caso similar. Como se sabe, el viejo dirigente socialista de la República era denostado por la izquierda por ser demasiado de derechas y por la derecha por su sesgo izquierdista. Ni que decir tiene que cuando Besteiro murió en la cárcel de Carmona (Sevilla) tras la guerra civil, nadie derramó una lágrima por su obra política. Ni los socialistas que lo habían tratado con crueldad ni la derecha atrabiliaria que se había echado al monte.

Cristóbal Montoro