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La buena vida de Rosalía Mera
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Carlos Sánchez

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La buena vida de Rosalía Mera

Corrían los años más duros de la sangrienta guerra de Irak y en España pocos empresarios de fuste -o ninguno- renegaban de la invasión estadounidense. Sin duda, por los intereses económicos que defendían. Era mejor llevarse bien con el jefe de gobierno d

Foto: Rosalía Mera, al recibir el XIV premio 'alfiler de oro'. (Efe)
Rosalía Mera, al recibir el XIV premio 'alfiler de oro'. (Efe)

Corrían los años más duros de la sangrienta guerra de Irak y en España pocos empresarios de fuste -o ninguno- renegaban de la invasión estadounidense. Sin duda, por los intereses económicos que defendían. Era mejor llevarse bien con el jefe de gobierno de turno (en este caso Aznar) que ponerse del lado de las víctimas inocentes de una tragedia que, como siempre ocurre en las guerras, tenían todo que perder. Sólo una mujer que acariciaba los 60 años alzó su voz contra tanta barbarie. Era Rosalía Mera, por entonces desconocida para casi todo el mundo pese a ser el 50% de la gestación de ese imponente emporio que se conoce con el nombre de Inditex.

¿Y por qué hablaba con tanta libertad Rosalía Mera? Sin duda, como ella misma sugería, porque no le debía nada al Boletín Oficial de Estado. Al contrario de quienes callaban cobardemente ante la crueldad. Y no sólo eso. Sostenía que con su edad y una posición económica como la suya -ya era la mujer más rica de España- estaba obligada a decir lo que pensaba. A hablar con libertad.

placeholder El vicepresidente de la fundación Paideia, Guillermo Vergara, porta el féretro con el cuerpo de la empresaria Rosalía Mera

Pero no sólo lo decía sino que, además, lo practicaba. Su verdad era la de la calle, y cuando tomamos una avión desde A Coruña a Madrid para continuar una larga entrevista que nos había ocupado dos mañanas enteras en la sede de la Fundación Paideia, lo primero que sorprendió a este cronista es que el automóvil que nos condujo al aeropuerto fuera una vieja ranchera de color crema algo deteriorada por el tiempo. Ella misma reconoció al entrar en el coche que el utilitario tenía 11 años, pero al contrario de lo que pueda parecer, no lo comentaba para presumir o para aparentar un falso orgullo de rica progresista (“claro que me siento más de izquierdas”), sino porque estaba convencida de que el dinero había que gastarlo en cosas más útiles. Y en coherencia con esa forma de vida, viajamos, como casi todos los pasajeros, en la zona menos noble del avión. Nada de primera clase pese a que con su patrimonio hubiera podido adquirir toda la línea aérea que nos trasladaba a la capital.

Visión emancipadora de la vida

La llegada a Madrid no fue mucho más glamourosa. Se despidió amablemente a las puertas de un taxi diciéndole a su joven acompañante, que hacía las veces de informal secretario: “Nos debe un favor -refiriéndose a este cronista-. Le hemos dado la primera entrevista que concedo”. Al unísono y sin dejar pasar un segundo, esbozó una sutil sonrisa y comentó en tono pretendidamente serio: “Bueno, ya hablaremos…”.  Ahí quedó todo. La entrevista salió publicada en un libro editado por Planeta, y, por supuesto, nunca hubo que devolver ningún favor. En el fondo, lo que revelaba el comentario era una visión mercantilista de la vida consustancial a quienes durante muchos años -ella procedía del barrio coruñés del Matadero- han tenido que ganarse el pan chalaneando para salir del pozo. En el caso de Rosalía Mera, desde que con apenas 11 años (a los 30 se graduó de Magisterio) tuvo que abandonar la escuela para echar una mano en casa.

Su intención nunca fue crear un club de ricachonas que acuden cada sábado a una tómbola benéfica

Esa visión mercantilista de la vida para nada hay que interpretarla como una reivindicación del lucro sin escrúpulos. O como la búsqueda, sin más, de relaciones personales o económicas basadas en el interés egoísta. Al contrario. Su concepción mercantilista nacía del convencimiento de que sólo creando riqueza las mujeres, los parados o los discapacitados podrían salir del agujero.

Y por eso, la Fundación Paideia que concibió no era -no es- un simple instrumento destinado a lavar la mala conciencia de una mujer acaudalada, sino que, por el contrario, formaba parte -forma parte- de una visión emancipadora de la vida.

Su intención nunca fue crear un club de ricachonas que acuden cada sábado a una tómbola benéfica, sino una factoría de ideas que impulsara proyectos productivos y de carácter social.

Consciente de sus orígenes

Sólo una condición puso para celebrar la entrevista: no hablar sobre Amancio Ortega. Como ella misma decía, uno no siempre tiene que expresar lo que piensa. La verdad, sostenía, hay que decirla para beneficiar a algo o a alguien. Y eso de decir verdades aparentes sobre todo y sobre todos es “pedante y pretencioso”.

Rosalía Mera sabía -y lo repetía constantemente- de dónde venía y qué mundo había dejado atrás, y por eso pensaba -al contrario que la mayoría de las grandes fortunas españolas- que el compromiso social pasa por liberar las conciencias, y quien calla ante las injusticias, aunque done fondos a museos y centros culturales o asista a banales actos benéficos que sólo buscan el reconocimiento personal, sólo es cómplice de la alienación.

placeholder El empresario Amancio Ortega

Rosalía Mera reivindicaba la responsabilidad social y cívica del empresario, que no tiene que ver sólo (y en España ya sería bastante) con pagar impuestos o crear puestos de trabajo. Consiste también en procurar la igualdad de oportunidades y poner en funcionamiento los ascensores sociales que permiten a un desheredado cumplir sus sueños. Al contrario de quienes asisten periódicamente al palacio de la Moncloa para mostrar sus respetos, y que en buena medida son cómplices de absurdas políticas económicas que han acercado al país al abismo. Nadie (o casi nadie) dijo nada en su día de que el modelo de crecimiento llevaba a la ruina, sin duda porque su cuenta de resultados dependía de convivir con tanto horror.

Por eso, Rosalía Mera no era capaz de entender que los ricos que no tenían nada que perder gracias a sus inmensas fortunas no alzaran su voz ante tanto desatino. Lo achacaba a que la sociedad tiende a adocenarse con suma facilidad, y en lugar de buscar el cambio lo que en realidad reina es el conformismo. Rosalía Mera, de hecho, sostenía que no servía de casi nada dar un trabajo a una mujer de la Galicia rural si ese programa de ayudas no se enmarcaba en un proceso de emancipación personal. Incluso, destinó mucho dinero a que los discapacitados psíquicos -como su propio hijo Marcos- tuvieran derechos a la hora de heredar, llegando incluso a llamar a expertos juristas -con buen resultado- para cambiar las leyes. A las mujeres, solía decir, se nos ha educado para reproducir, pero no para producir, y tras ese comentario mostraba en su cara la dureza del mundo que a los suyos les había tocado vivir.

Corrían los años más duros de la sangrienta guerra de Irak y en España pocos empresarios de fuste -o ninguno- renegaban de la invasión estadounidense. Sin duda, por los intereses económicos que defendían. Era mejor llevarse bien con el jefe de gobierno de turno (en este caso Aznar) que ponerse del lado de las víctimas inocentes de una tragedia que, como siempre ocurre en las guerras, tenían todo que perder. Sólo una mujer que acariciaba los 60 años alzó su voz contra tanta barbarie. Era Rosalía Mera, por entonces desconocida para casi todo el mundo pese a ser el 50% de la gestación de ese imponente emporio que se conoce con el nombre de Inditex.

Rosalía Mera Empresas Amancio Ortega