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‘Caballeros, no lean el correo de los demás’
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Carlos Sánchez

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‘Caballeros, no lean el correo de los demás’

El diario Le Monde lo ha llamado una paradoja cruel. Y tiene razón. Edward Snowden, el apóstol de la transparencia, debe su protección jurídica a Rusia.

Foto: Ford, Kissinger y Rockefeller.
Ford, Kissinger y Rockefeller.

El diario Le Monde lo ha llamado una paradoja cruel. Y tiene razón. Edward Snowden, el apóstol de la transparencia, debe su protección jurídica a Rusia, un país que también practica a ultranza el espionaje y la vigilancia de sus ciudadanos.

No es, desde luego, la única extravagancia. Como recordaba hace unos días en las páginas de la Fundación Elcano Enrique Fojón, fue el coronel Carter Clarke quien acuñó una frase sincera. Probablemente, demasiado sincera. “Nuestros aliados de hoy -sostenía Clarke- serán los enemigos del mañana”. Y dicho esto, concluía: “Aprendamos lo máximo de ellos mientras sean nuestros aliados ya que no será posible cuando sean nuestros enemigos”. Impecable el argumento desde el punto de vista de la política internacional.

¿Y quién era Carter Clarke?, fallecido plácidamente a los 90 años en las playas de Florida. Pues ni más ni menos que el primer responsable de la Special Branch, un departamento integrado en la inteligencia de EEUU cuya función era la interceptación de señales con fines militares (sistema SIGINT, según el acrónimo en inglés). Clarke investigó en 1944 por qué pudo fallar la inteligencia de EEUU en el ataque japonés a Pearl Harbor, y eso explica que el Gobierno de Washington creara una unidad especial.

‘Lo singular no es que la NSA espíe. O incluso que lo haga con los aliados de EEUU. Negar lo contrario sería un acto de cinismo. Lo relevante es que la inteligencia militar se sirva de compañías tecnológicas y proveedores de servicios de internet para poder espiar a los ciudadanos y a los gobiernos’

El departamento de escuchas fue creciendo con el tiempo, incluso tras el fin de la guerra. Hasta el punto de que en 1952 se creó la NSA, cuya existencia se mantuvo en secreto hasta los años 70. La Agencia Nacional de Seguridad (NSA), como relata ella misma en su página web, no engaña a nadie. Reconoce sin paliativos que es “responsable de proporcionar señales de inteligencia extranjera [SIGINT] a los responsables políticos de nuestro país y a las fuerzas militares”. ¿Y cómo lo hace? Pues simplemente “recopilando información sobre terroristas internacionales, potencias extranjeras u organizaciones o personas”.

Todos hacen lo mismo

¿A quién sorprende entonces que EEUU espíe a diestro y siniestro? Probablemente a ningún Gobierno extranjero con capacidad de hacer lo mismo, pero es curioso el gran escándalo que se ha formado en el mundo (sin duda comprensible en términos de opinión pública interna) después de las revelaciones de Snowden y de ese personaje intelectualmente atractivo que es Glenn Greenwald, un activista de los derechos civiles que ha estado en el centro del escándalo con sus revelaciones como bloguero de The Guardian.

Lo singular, por lo tanto, no es que la NSA espíe. O incluso que lo haga con los aliados de EEUU. Negar lo contrario sería un acto de cinismo. Lo relevante es que la inteligencia militar se sirva de compañías tecnológicas y proveedores de servicios de internet para poder espiar a los ciudadanos y a los Gobiernos, lo cual compromete a empresas que en realidad se convierten en vulgares delatores. Ya parece demostrada la colaboración activa de los principales gigantes de las telecomunicaciones e Internet en el escándalo de las escuchas, lo cual va más allá que una simple labor de espionaje entre Gobiernos. 

Tampoco en este caso estamos ante un fenómeno nuevo. La Comisión Rockefeller, que investigó a mediados de los años 70 las actividades ilícitas de la CIA, reveló la participación de las tres grandes compañías telegráficas de la época en operaciones de espionaje: ITT World Communications, RCA y Western Union. Lo grave en aquel momento era que no se espiaba a Gobiernos extranjeros (amigos o enemigos), sino a los propios ciudadanos de EEUU, como reveló en su día The New York Times.

En algunos medios se ha especulado con que detrás de las escuchas los que había es el interés de EEUU por conocer la posición europea en las negociaciones de un acuerdo transatlántico de libre comercio

Quiere decir esto que lo que nació como una unidad de seguridad nacional se convirtió, de hecho, en una especie de ‘gran ojo’ que espió a miles de estadounidenses durante dos décadas.  

La ‘Comisión Rockefeller’ -como revelan sus conclusiones- demostró que el Gobierno había espiado a grupos políticos disidentes y abierto el correo de miles de ciudadanos por razones de “seguridad nacional”. No se trataba, por lo tanto, de una defensa legítima ante un enemigo exterior, sino interior. Y de ahí que se necesitara la colaboración de las principales compañías de telecomunicaciones. Justo como ahora, en que las grandes redes sociales, por su alcance planetario, tienen acceso a información privada que puede ser utilizada de forma abyecta. O dicho en otros términos, la NSA dispone de la información que necesita y las compañías se lucran a través de grandes contratos con los servicios de inteligencia de EEUU.

Colaboradores necesarios

Western Union, ITT Communications, AT&T, Verizon, Google, BellSouth o Facebook son sólo una muestra del incontable número de compañías que han colaborado o colaboran con la agencia de seguridad nacional. A veces de forma voluntaria, y en otras ocasiones mediante mandatos judiciales. Las investigaciones de The Washington Post ampliaron esa lista. El diario reveló que nueve proveedores de Internet -Microsoft, Yahoo, Google, Facebook, PalTalk, AOL, Skype, YouTube y Apple- daban también acceso continuo a datos sobre ciudadanos no norteamericanos a la NSA.

¿Cuál es el problema?, se dirá. Pues que todo lo que rodea a estas actividades está envuelto en el máximo secreto: desde los tribunales que autorizan las escuchas hasta los políticos que siguen los procedimientos. Nadie sabe nada, lo cual genera todo tipo de sospechas y pone en duda la calidad de los sistemas democráticos.

El problema no es escuchar, el problema es hacerlo con opacidad total y al margen de la ética. Y sin una gobernanza que regule la forma de operar de las grandes compañías que prestan servicios de internet, parece claro que la democracia será una y otra vez ultrajada. Muchas de ellas no pagan impuestos, pero al mismo tiempo se han convertido en colaboradores necesarios de un atropello generalizado (tan sólo en Francia han sido escuchados 70 millones de conversaciones) que ya no entiende de fronteras. Son también ellas, y no sólo los Gobiernos, quienes deben explicar sus fechorías.

En contra de lo que a veces se dice, no es un asunto menor la obsesión de EEUU por la seguridad, que algunos han llamado paranoia. En algunos medios se ha especulado con que detrás de las escuchas lo que había en realidad es el interés de EEUU por conocer la posición europea en las negociaciones de un acuerdo transatlántico de libre comercio.

placeholder El padre de snowden dice que en rusia su hijo se puede sentir seguro

Pero también es evidente que en todo el caso Snowden hay un indudable cinismo y cierto victimismo. ¿O alguien duda de que los servicios secretos de Alemania han espiado a Francia? O viceversa.

Se da la paradoja de que las escuchas de la NSA dirigidas a los europeos son perfectamente legales, según las leyes de EEUU. La agencia sólo tiene prohibido espiar a estadounidenses sin autorización judicial. E igualmente, está prohibido que las agencias de inteligencia alemanas espíen a los alemanes. Pero como ha sugerido la prensa norteamericana, sería ingenuo pensar que las agencias de inteligencia aliadas no comparten datos que puedan estar prohibidos para una y no para la otra.

Como recordaba recientemente un editorial del New York Times, atrás ha quedado la era en la que el secretario de Estado Henry Stimson, al explicar su decisión de cerrar en 1929 la oficina de descifrado de códigos del Departamento de Estado, comentó: “Caballeros, no lean el correo de los demás”.

El diario Le Monde lo ha llamado una paradoja cruel. Y tiene razón. Edward Snowden, el apóstol de la transparencia, debe su protección jurídica a Rusia, un país que también practica a ultranza el espionaje y la vigilancia de sus ciudadanos.

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