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¡Es la educación, estúpido, no las porras!

Hace unas semanas, el primer ministro italiano advertía al New York Times sobre el regreso de un viejo conocido de la política europea

Foto: El ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz. (Efe)
El ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz. (Efe)

Hace unas semanas, el primer ministro italiano advertía al New York Times sobre el regreso de un viejo conocido de la política europea. “El surgimiento del populismo”, sostenía Enrico Letta, “es el fenómeno social y político más amenazante en Europa”. Y lo decía quien ha acabado -junto a los jueces- con la vida política de Berlusconi. Paradójicamente, el propio líder italiano se convirtió en primer ministro gracias a los votos del Forza Italia, ese engendro creado por el ex primer ministro italiano.

Letta no hablaba por hablar. Advertía sobre lo que puede suceder en las próximas elecciones europeas, y decía: “Tenemos que hacer algo. De lo contrario, en 2014 tendremos el Parlamento Europeo más antieuropeo que jamás hayamos tenido”. Justo cuando la Eurocámara tiene más competencias legislativas que nunca.

Curiosamente, la única institución que tiene algo que ver con la soberanía popular de las muchas que cohabitan en la Unión Europea corre ahora el riesgo de convertirse en la casa de voces amenazantes. En el hogar de todos los movimientos y autoritarios y xenófobos que pululan por Europa, y que buscan una voz unida para desafiar a la democracia. Por primera vez, grupos de extrema derecha de Francia, Holanda y otros países que forman parte del corazón de Europa (de naturaleza muy heterogénea), están coordinando sus fuerzas para asaltar (democráticamente) el Parlamento Europeo de la mano de una legislación electoral que les favorece. En España, el sistema proporcional puro creará un nuevo mapa electoral a costa de los dos grandes partidos.

La causa que explica el renacer de los totalitarismos tiene mucho que ver con que Europa está olvidando parte de su historia. El historiador suizo Aram Mattioli ha estudiado profundamente el caso de Italia, y ha llegado a la conclusión de que los italianos “desconocen o han olvidado casi por completo su cuota de responsabilidad por las atrocidades cometidas en conjunto por los fascistas de Alemania e Italia”

La causa que explica el renacer de los totalitarismos tiene mucho que ver con que Europa está olvidando parte de su historia. El historiador suizo Aram Mattioli ha estudiado profundamente el caso de Italia, y ha llegado a la conclusión  de que los italianos “desconocen o han olvidado casi por completo su cuota de responsabilidad por las atrocidades cometidas en conjunto por los fascistas de Alemania e Italia”. Y pone como ejemplo el desparpajo con que Alessandra Mussolini, la nieta del Duce, elogia a su abuelo desde su escaño. Precisamente, en el Parlamento europeo. Hasta ahora, recordaba Mattioli, nadie le ha pedido que reniegue de sus ideales fascistas.  

Ilegalización de neonazis

En Alemania, igualmente, algunas publicaciones han desvelado la connivencia de sus servicios secretos con movimientos de ultraderecha, y los länder, por su parte, han reclamado al Tribunal Constitucional de Karlsruhe que ilegalice las nuevas formaciones neonazis.

La respuesta que han dado hasta ahora los gobiernos europeos a este renacimiento de las ideologías totalitarias ha sido policial. Y las leyes de orden público decretadas recientemente en Francia van en esa dirección. Al contrario de lo que sucede en EEUU con el Tea Party, los movimientos ultraconservadores europeos tienen un profundo componente antisistema, lo cual es mucho más preocupante. Y aunque su capacidad de influencia en la política europea es nula (al contrario de lo que sucede en EEUU con el Tea Party en relación al Partido Republicano), sí que pueden llegar a condicionar determinadas políticas, como, de hecho, está sucediendo.

El Gobierno español se ha sumado a esta corriente -sin duda en coherencia con las directrices que emanan de Europa-, y ha presentado una Ley de Seguridad Ciudadana que pone el acento en la represión de conductas ilegales, en lugar de ir a las razones que explican el auge de los movimientos autoritarios o incapaces de asumir las reglas de la democracia.

No es casualidad que ese endurecimiento de las leyes penales coincida con el creciente malestar de las opiniones públicas europeas con la forma de gobernar el continente. El descontento -ahora se llama de forma cursi la desafección- es un movimiento que recorre transversalmente Europa, pero en lugar de atacar el fondo de los problemas (la creación de una Europa al margen del ideal democrático) se opta por lo más fácil. Y el caso de España es de libro.

Los escraches, el asalto a facultades por grupos que se autoproclaman de izquierdas pero que en realidad son simplemente fascistas, la ocupación de sedes como la de UPyD en Barcelona, los actos reventados contra líderes elegidos democráticamente como el que afectó recientemente a Rubalcaba forman parte de un malestar general que tiene mucho que ver con lo que se ha denominado ‘antipolítica’. Y que en realidad es la respuesta no ciudadana a problemas que el sistema político crea o no resuelve.

Los iluminados

La ausencia de una verdadera política de inmigración europea, las crecientes desigualdades, la baja calidad de la gobernanza europea en términos democráticos o la imposición de determinadas políticas que están cuarteando las clases medias son alicientes demasiado intensos para que grupos de iluminados no busquen la salvación mediante procedimientos autoritarios.

El PP intenta ganar votos para contentar a su electorado más conservador. Se equivoca. Los problemas de orden público no se combaten con leyes, sino con educación. Lo dramático es que algunos jóvenes que hoy revientan tribunas o cercan el Congreso no sean capaces de mirar hacia atrás y leer en los libros de texto lo que le costó el a este país recuperar el sistema democrático

Frente a tanto populismo, el peligro para las fuerzas democráticas es que quieran competir con los populismos y los extremismos en su propio terreno, como sucede en Francia en su política de inmigración. Y más recientemente ha ocurrido en Alemania, donde el veterano líder de la CSU, el partido aliado de Merkel en Baviera, ha arrasado tras acercarse a los euroescépticos con un mensaje populista. Mientras que la gran equivocación para la izquierda es querer convertirse en nacionalista para hacer populismo barato evocando la tierra prometida.

Es en este contexto en el que hay que situar la ley de seguridad ciudadana. El PP intenta ganar votos para contentar a su electorado más conservador. Se equivoca. Los problemas de orden público no se combaten con leyes, sino con educación. Y lo verdaderamente dramático es que algunos jóvenes que hoy revientan tribunas o cercan el Congreso no sean capaces de mirar hacia atrás y leer en los libros de texto lo que le costó a este país recuperar el sistema democrático.

Pensar que endureciendo las leyes se va a acabar con los problemas es simplemente una estrategia equivocada que sólo reforzará a los radicales, que volverán a identificar al Partido Popular con la extrema derecha. Por eso, lo mejor que puede hacer el Gobierno es profundizar en la democracia. Los totalitarismos se combaten con más democracia. No con menos.

Hace unas semanas, el primer ministro italiano advertía al New York Times sobre el regreso de un viejo conocido de la política europea. “El surgimiento del populismo”, sostenía Enrico Letta, “es el fenómeno social y político más amenazante en Europa”. Y lo decía quien ha acabado -junto a los jueces- con la vida política de Berlusconi. Paradójicamente, el propio líder italiano se convirtió en primer ministro gracias a los votos del Forza Italia, ese engendro creado por el ex primer ministro italiano.

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