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El gran agujero de la economía española
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Carlos Sánchez

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El gran agujero de la economía española

Existe una cifra que a menudo pasa de puntillas por las estadísticas oficiales. Y no es otra que la del número de personas que ha cumplido cien años.

Foto: Mariano Rajoy, junto a Barack Obama, en la Casa Blanca. (Efe)
Mariano Rajoy, junto a Barack Obama, en la Casa Blanca. (Efe)

Existe una cifra que a menudo pasa de puntillas por las estadísticas oficiales. Y no es otra que la del número de personas que ha cumplido cien años. La cifra es residual en términos relativos a la luz del último Padrón -apenas 12.087 personas sobre una población total de 47,1 millones-, pero su evolución refleja con nitidez (se ha duplicado en apenas media docena de años) los profundos cambios demográficos que está sufriendo este país sin que al parecer llame la atención de algún gobernante.

Muy al contrario, los actuales inquilinos del poder han caído en los mismos errores que los anteriores, y en lugar de considerar los aspectos laborales de la demografía como cruciales desde el punto de vista económico, celebran con júbilo los datos de desempleo desvinculándolos de la evolución de la población activa u ocupada... Probablemente, por esa capacidad innata que ha tenido este país para autoengañarse y creerse lo que no es. Sin duda, una mala herencia de las épocas de esplendor.

Se ocultan, de esta manera, un par de datos esenciales para comprender la naturaleza de la coyuntura económica española, que no sólo tiene que ver con la evolución de la prima de riesgo o la recuperación de la Bolsa sino, también, como es obvio, con el nivel de empleo.

Apenas 44 de cada 100 españoles que pueden hacerlo, trabajan, lo que da idea de la dimensión del problema. Sólo hay que recordar que al comenzar la crisis la tasa de ocupación se situaba en el 54%, lo que significa que en pocos años se ha producido un desplome del empleo sin precedentes en ningún país de la Unión Europea

Y lo que dicen las estadísticas oficiales es que la tasa de ocupación (empleados respecto de la población entre 16 y 64 años) se ha desplomado hasta niveles de país subdesarrollado. Apenas 44 de cada 100 españoles que pueden hacerlo, trabajan, lo que da idea de la dimensión del problema. Sólo hay que recordar que al comenzar la crisis la tasa de ocupación se situaba en el 54%, lo que significa que en pocos años se ha producido un desplome del empleo sin precedentes en ningún país de la Unión Europea. Algo letal si se tiene en cuenta que, al mismo tiempo, el fenómeno del envejecimiento de la población va tomando carta de naturaleza.

Pese a esta evidencia, sin embargo, el Gobierno celebra los datos de desempleo desvinculándolos del nivel de ocupación y de la evolución de la población activa, lo cual necesariamente lleva a la confusión. Y lo que es todavía pero, a la ocultación real del drama que tiene ante sí la economía española. El hecho de que esté bajando el desempleo en términos de paro registrado por las oficinas del antiguo Inem (-147.384 en el último año) no significa que se esté creando empleo. Aunque lo peor es que esto es lo que seguirá ocurriendo en 2014.

Un truco fácil

El Gobierno –y a la cabeza su presidente– hace un truco infantil cuando sostiene que este año se crearán puestos de trabajo en términos de la Encuesta de Población Activa. Obviando que lo relevante es el número de empleos que se creen a tiempo completo. Es decir, en términos de Contabilidad Nacional (referencia que por cierto es la que se tiene en cuenta a efectos de comunicar a la UE la evolución del mercado de trabajo).

Y lo que está sucediendo, y alguien debería explicarlo, es que la rotación alrededor de un mismo puesto de trabajo sigue creciendo. Hasta el extremo de que la llamada tasa de parcialidad (empleo parcial respecto del nivel de ocupación) ha escalado hasta el 16%, lo que significa que cada vez hay más empleados en torno a un mismo puesto de trabajo. Un dato lo ilustra. El crecimiento del empleo asalariado durante los dos últimos trimestres procede de la creación de unos 300.000 puestos de trabajo de naturaleza temporal y la destrucción de 150.000 de carácter indefinido.

El hecho de que crezca el empleo parcial o temporal es muy positivo en economías eficientes con altos niveles de ocupación (Holanda), y de hecho los minijobs alemanes cumplen ese papel, pero es un auténtico drama en economías con bajas tasas de ocupación, ya que se resiente la productividad del país (en última instancia lo que mide la Contabilidad Nacional) y enmascara una realidad social implacable: la existencia de enormes bosas de subempleo y precariedad.

O dicho en otros términos, lo relevante es el nivel real de ocupación (el número de trabajadores a tiempo completo) y no el ficticio, como muy bien sabían los jerarcas de la antigua Unión Soviética, que hacían creer a la población que había pleno empleo, cuando en realidad el sistema económico estaba agujereado.

El Ministerio de Hacienda, con sus paupérrimos ingresos procedentes de las rentas del trabajo (pese a los elevados tipos impositivos), y la propia Seguridad Social, que se dedica a rebañar de donde puede, conoce muy bien la naturaleza del problema. España tiene un problema histórico de ingresos por falta de empleo, que no es sólo escaso, sino que también es de baja calidad, lo que influye en las bases tributarias y en las cotizaciones sociales. Algo que explica, con buen criterio, que el Gobierno obligue a cotizar por todo el salario, y no sólo por una parte.

La reducción del paro (de 6,2 millones a 5,9 millones en términos EPA o los casi 150.000 desempleados menos según el paro registrado) se debe a un doble fenómeno: el llamado ‘efecto desánimo’ (los ciudadanos dejan de buscar un empleo porque creen que no lo encontrarán) y los flujos migratorios (en este caso de salida). Y quien diga que se debe a la reforma laboral simplemente se equivoca para confundir a la población

Hay otro factor que a menudo el Gobierno silencia: la evolución de la población activa. Los datos oficiales muestran que desde 2010 algo más de 360.000 personas (nacionales y extranjeros) se han dado de baja de la población activa (suma de empleados y parados), lo cual es un auténtico problema en un país que históricamente ha tenido bajos niveles de ocupación.

Y para evaluar su importancia sólo hay que tener en cuenta que su evolución coincide plenamente con la del desempleo, lo que significa lisa y llanamente que la reducción del paro (de 6,2 millones a 5,9 millones en términos EPA o los casi 150.000 desempleados menos según el paro registrado) se debe a un doble fenómeno: el llamado ‘efecto desánimo’ (los ciudadanos dejan de buscar un empleo porque creen que no lo encontrarán) y los flujos migratorios (en este caso de salida). Y quien diga que se debe a la reforma laboral simplemente se equivoca para confundir a la población. Otra cosa es que sus efectos sobre los salarios (a la baja) hayan sido determinantes, como muestra este estudio del Banco de España. Si este país tuviera la misma población activa que hace tan sólo un año, habría 370.000 parados más. Así de fácil.

Ese absurdo triunfalismo

Lo más preocupante, sin embargo, es que este drama se aborda con un triunfalismo absurdo, cuando la realidad es que el empleo que es capaz de proporcionar la economía española ha caído hasta niveles del tercer trimestre de 2002 (en términos EPA). Es decir, un retorno al pasado que en vez de despertar conciencias sucumbe ante la ridícula manía de presentar las cifras de empleo y paro sólo para lograr titulares de prensa, pero sin un análisis riguroso de la realidad. Como es absurdo comparar a partir de qué nivel la economía española es crear puestos de trabajo cuando las circunstancias del empleo y los salarios son muy diferentes. Un país, como España, que ha destruido en apenas media docena de años nada menos que 3,8 millones de empleos (casi uno de cada cinco puestos de trabajo) es muy diferente al que en la recesión de los años noventa acabó con poco más de 1 millón de empleos (el 9% de la ocupación).

Con todo, lo más preocupante es que no es sólo un problema cuantitativo, sino, sobre todo, cualitativo. La persistencia del desempleo –España convivirá durante cerca de una década con niveles de paro superiores al 20%– y el consiguiente paro de larga duración, fundamentalmente entre los trabajadores mayores de 45-50 años con escasa cualificación, hará extremadamente compleja su reinserción laboral.

¿Qué quiere decir esto? Pues que aunque el empleo se recupere (probablemente en la primavera se ponga fin a la destrucción de empleo en términos anuales), España volverá a necesitar inmigración para cubrir demandas no cubiertas por los nacionales, toda vez que la crisis (y las peculiaridades del entramado institucional) han expulsado para siempre a cientos de miles de trabajadores del mercado laboral. Nada menos que 2,9 millones de trabajadores en paro (la mitad) llevan en esa situación más de un año, con tasas de crecimiento del 13%, lo que indica que este fenómeno va en aumento.

Y es mejor decir la verdad que esconderse tras unos famélicos datos que mal explicados sólo crean falsas expectativas en la ciudadanía.

Existe una cifra que a menudo pasa de puntillas por las estadísticas oficiales. Y no es otra que la del número de personas que ha cumplido cien años. La cifra es residual en términos relativos a la luz del último Padrón -apenas 12.087 personas sobre una población total de 47,1 millones-, pero su evolución refleja con nitidez (se ha duplicado en apenas media docena de años) los profundos cambios demográficos que está sufriendo este país sin que al parecer llame la atención de algún gobernante.

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