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España y su gran vuelo gallináceo
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Carlos Sánchez

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España y su gran vuelo gallináceo

Algunos ensayistas lo han llamdo ‘la barbarie de lo último’ (Nuccio Ordine); otros, ‘la dictadura del instante’ (Daniel Innerarity), pero expresan lo mismo

Foto: Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba. (Efe)
Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba. (Efe)

Algunos ensayistas lo han denominado ‘la barbarie de lo último’ (Nuccio Ordine); otros, ‘la dictadura del instante’ (Daniel Innerarity), pero en el fondo ambos expresan la misma idea. La transformación de la política en algo fatalmente perecedero y efímero. Sin voluntad de permanecer en el tiempo y con la mirada puesta en la nadería más absoluta.

Esta forma de actuar puede explicar el torrente de mensajes inocuos que pululan en el debate político, y lo que es todavía peor, en el análisis económico. Probablemente, haciendo bueno aquello que decía Machado: “Que dos y dos sean necesariamente cuatro, es una opinión que muchos compartimos. Pero si alguien dice sinceramente que piensa otra cosa, que lo diga. Aquí no nos asombramos de nada”.

Y entre las perlas de tanta sinrazón hay que destacar una idea que este Gobierno -como hizo el anterior con la célebre Ley de Economía Sostenible- empieza a repetir de manera ciertamente solemne y pomposa, lo que siempre denota algún fingimiento. Se asegura que España ha cambiado su modelo productivo y por eso crece la actividad económica, como si un país, en apenas un par de años de ajustes y de saneamiento de su sistema financiero, pudiera modificar sus estructuras económicas.

El atrevimiento es todavía mayor cuando se obvia la dimensión de la catástrofe, como si por el hecho de que el PIB  vaya a aumentar este año y el siguiente de forma todavía moderada, aunque más equilibrada, el pasado hubiera dejado de existir.

Lo relevante es que la política se desliza de forma irremediable al territorio de lo inmediato. Al espacio de lo obvio y de lo trillado. Hasta el punto de que no hay un debate profundo sobre lo que va a ser este país dentro de 20 o 30 años, que en el fondo es lo más relevante

Y por eso, no estará de más recordar algunos datos significativos. El PIB español acabó 2013 en niveles de 2005, lo que refleja los cadáveres que la crisis ha depositado en la playa y que se observan cuando la marea ha comenzado a bajar. Pero es que en el caso del consumo de los hogares (lastrado por la destrucción de empleo) habría que remontarse a 2004 para encontrar niveles parecidos. Y si nos fijamos en el empleo, la comparación es desoladora. Habría que retroceder hasta el tercer trimestre de 2002 para encontrar una situación similar.

Esta es la fotografía fija de la situación, aunque si miramos más adelante, es evidente que el futuro se presenta bastante más despejado que el pasado inmediato.

Especialización productiva

La parte más positiva, como es sabido, viene de las exportaciones, pero sería ilógico pensar que el aumento de las ventas al exterior tiene que ver de forma determinante con el cambio del modelo productivo. Por el contrario, hay que relacionarlo con lo que se suele denominar ‘efecto composición’.

O lo que es lo mismo, la especialización productiva de España en los mercados internacionales -que viene del desarrollismo de los años 60 y 70- explica el ‘boom’ exportador, lo cual no es incompatible con el hecho de que muchas pequeñas y medianas empresas (en muchos casos arrastradas por las grandes) se hayan visto obligadas a buscar nuevos mercados para compensar la caída de la demanda interna.

No es casualidad que tres sectores con gran peso de las multinacionales (fabricación de automóviles, productos químicos y bienes de equipo) hayan sido en 2013 los de mayor crecimiento (entre un 6% y un 11%), lo que revela, simple y llanamente, que el incremento de las exportaciones tiene que ver, fundamentalmente, con la presencia de grandes empresas industriales que un día vinieron a España al calor de los bajos costes laborales existentes, y que, como es lógico y normal, reclaman una devaluación salarial que castiga fundamentalmente a los trabajadores de mediana edad. Precisamente, el colectivo sobre el que recae la financiación del Estado de bienestar.  

Son ellas, las grandes empresas multinacionales radicadas en España, las más beneficiadas por el ajuste de las nóminas. De lo contrario, al calor de la globalización y de forma totalmente legítima, tenderán a buscar nuevas localizaciones en el exterior. Nada menos que el 50% de las exportaciones españolas dependen de esos tres sectores, donde la presencia de pymes es escasa.

El resultado de las políticas de ajuste y la capacidad de los agentes económicos para adaptarse a las nuevas circunstancias es, en todo caso, alentador respecto de la situación de partida, pero parece algo exagerado decir que se ha cambiado el modelo productivo por el ímpetu de las exportaciones. Entre otras razones porque si en el año 2000 este país vendía al exterior una cifra equivalente al 19,9% de su PIB, el año pasado ese porcentaje fue del 23,6%, lo que no parece un avance descomunal, como a menudo se sugiere.

Incluso, si se incorporan las exportaciones de servicios (no de bienes), el resultado es que se ha pasado del 9,1% al 10,5%, lo que tampoco refleja un crecimiento espectacular. Sobre todo teniendo en cuenta que se parte de bases muy bajas y que el ajuste ha tenido unas consecuencias devastadoras desde el punto de vista del empleo. Esa ganancia de competitividad se ha hecho, por decirlo de una manera gráfica, con sangre. Y no caben, por lo tanto, ceremonias de autosatisfacción.

El territorio de lo inmediato

Más allá de las cifras, sin embargo, lo relevante es que la política se desliza de forma irremediable al territorio de lo inmediato. Al espacio de lo obvio y de lo trillado. Hasta el punto de que no hay un debate profundo sobre lo que va a ser este país dentro de 20 o 30 años, que en el fondo es lo más relevante.

Estos ‘pecados de juventud’ son coherentes con un sistema político viciado en el que la oposición vive en torno al ‘no pasarán’, toda vez que hacer demagogia y populismo es gratis, mientras que el Gobierno se ve imbuido de formidables poderes que no tiene ningún interés en compartir por ausencia de incentivos

Probablemente, porque España es un país con gran capacidad para hacer movimientos tácticos útiles para salir del embrollo en que cada cierto tiempo se mete, pero que sigue siendo incapaz de elaborar una estrategia de crecimiento a largo plazo basada en un renacimiento industrial que no tiene nada que ver con las chimeneas o con sectores obsoletos, sino con las nuevas tecnologías de mayor valor añadido. Muy al contrario, tiende a engañarse a sí misma convirtiendo la realidad en algo virtual.

Esto puede explicar que, periódicamente, resurjan los viejos fantasmas: altos niveles de desempleo, emigración o problemas territoriales. Incluso, de vez en cuando, surge alguna guerra anticlerical (vinculada frecuentemente a la cuestión educativa) o se discute sobre la guerra civil, como si se tratara de una sociedad inmadura y adolescente que de vez en cuando revisa su razón de ser y existir.

O dicho de otra forma. Parece incapaz de entender que el progreso lineal que se planteaba hace pocos años como una realidad inmutable -la generación siguiente gozaba de mayor bienestar que la anterior- se ha quebrado, lo que obliga a analizar con perspectiva las decisiones políticas en un contexto de envejecimiento de la población. Sobre todo cuando la digitalización y, en general, los avances tecnológicos abren enormes desafíos que hoy están ajenos al debate político.

Estos ‘pecados de juventud’ son coherentes con un sistema político viciado en el que la oposición vive en torno al ‘no pasarán’, toda vez que hacer demagogia y populismo es gratis, mientras que el Gobierno se ve imbuido de formidables poderes que no tiene ningún interés en compartir por ausencia de incentivos.

Sólo cuando el partido que está en el Ejecutivo pasa a la oposición, reclama consenso sobre cuestiones centrales. Pero mientras tanto, ni agua. Como sucede en el caso de la inmigración.

El resultado es un sistema político demasiado complaciente consigo mismo que va acortando las legislaturas hasta mínimos incompatibles con el sentido común. De hecho, la actual legislatura ha durado apenas dos años -2012 y 2013- y el resto, hasta las generales de 2015, de lo que se trata es de gestionar el debate político para presentarse a los comicios en las mejores condiciones posibles. Un auténtico despropósito sin duda heredero del vuelo gallináceo en que se ha convertido la política española.

Algunos ensayistas lo han denominado ‘la barbarie de lo último’ (Nuccio Ordine); otros, ‘la dictadura del instante’ (Daniel Innerarity), pero en el fondo ambos expresan la misma idea. La transformación de la política en algo fatalmente perecedero y efímero. Sin voluntad de permanecer en el tiempo y con la mirada puesta en la nadería más absoluta.

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