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‘La Casta’, Iglesias y los perros de la derecha
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Carlos Sánchez

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‘La Casta’, Iglesias y los perros de la derecha

El alegato más desgarrador contra el estalinismo se escribió en 1940. En 'El Cero y el Infinito', Arthur Koestler desnuda la farsa de los juicios de Stalin

Foto: Pablo Iglesias (Reuters)
Pablo Iglesias (Reuters)

El alegato más desgarrador contra el estalinismo se escribió en 1940. En El Cero y el Infinito, Arthur Koestler, un antiguo comunista, desnuda la farsa de los juicios de Stalin para liquidar a los viejos camaradas de la revolución. Koestler fabrica un relato demoledor sobre los mecanismos de destrucción de la personalidad utilizados por el estalinismo.

La técnica es sutil. Comienza con la descalificación pública del enemigo mediante falsas acusaciones que se airean de forma conveniente. La presión social es tan fuerte que la delación se convierte en un arma del pueblo contra quienes osan cuestionar al Número Uno. Y como consecuencia de ello, el envilecimiento del disidente llega a tales extremos que al final la víctima se convierte en su propio verdugo.  

- “Cuando le preguntaron si se confesaba culpable, cuenta el ‘renegado’ Koestler en su obra maestra, “el acusado Rubashov contestó: ‘Sí’, con voz clara. A la otra pregunta del fiscal acerca de si el acusado había obrado como agente de la contrarrevolución, contestó otra vez: 'Sí', en voz muy baja...”.

Antes del interrogatorio se había producido un hecho singular. “Habiéndose preguntado”, decía el narrador de Koestler, “si deseaba un abogado para su defensa, el acusado contestó que renunciaba a ese derecho”.

La autoinculpación formaba parte del proceso, y eso es lo que de alguna manera se plantea cuando el líder de Podemos, Pablo Iglesias, habla de ‘la Casta’ como un nuevo sujeto histórico. ‘La Casta’ son los viejos políticos que han llevado al país a la ruina, y lo que se pretende ahora, en una primera fase, es una descalificación general del sistema político de representación para echar a la opinión pública contra los ‘perros de la derecha’. Por cierto, una de las expresiones preferidas del estalinismo, que llegó a calificar al propio Koestler como “perro rabioso del anticomunismo”.

La autoinculpación formaba parte del proceso, y eso es lo que de alguna manera se plantea cuando el líder de Podemos, Pablo Iglesias, habla de ‘La Casta’ como un nuevo sujeto histórico. ‘La Casta’ son los viejos políticos que han llevado al país a la ruina, y lo que se pretende ahora, en una primera fase, es una descalificación general del sistema político de representación para echar a la opinión pública contra los ‘perros de la derecha’

Lo siguiente es crear un ambiente hostil a todo lo que huela a sistemas de representación política, incluyendo a los ‘traidores de la socialdemocracia’ (“cínicos y arrogantes" los ha llamado Iglesias), y, por último, lograr que la vieja política se sienta única responsable de lo que ha sucedido.

La estrategia fracasará. Pero pone de relieve la dimensión del problema. La falta de credibilidad del sistema político –ajeno a una nueva realidad social tras la crisis– está detrás del auge de los populismos y de los nuevos caudillos, que con un programa atractivo pensado en teoría para el siglo XXI –pero que, en realidad forma parte de la cosmogonía del XIX– son capaces de cautivar legítima y democráticamente a millones de votantes desheredados del bipartidismo hegemónico que ha funcionado desde la Transición. Sin duda porque la vieja política es incapaz de ofrecer respuestas a los problemas de la sociedad: el desempleo, el reparto de la riqueza, la corrupción o la falta de calidad de la democracia mediante procesos políticos no participativos. No es fácil que un joven en paro mire a su alrededor y encuentre un solo motivo para votar al PP o el PSOE, y eso explica el éxito de Podemos.

La política-espectáculo

Los ciudadanos observan con razón que las decisiones se toman de espaldas a ellos a través de instrumentos no democráticos como la troika. O mediante el uso y el abuso  del ‘decretazo’ para no ofrecer explicaciones sobre por qué se hacen las cosas, algo que explica el éxito de la política-espectáculo, donde el argumento central del debate se instrumenta en torno a la descalificación –incluso personal– del adversario. Sin duda, un paso intermedio en el itinerario del asalto al poder.

La situación no sería tan preocupante si los partidos tradicionales fueran capaces de dar una respuesta. Pero la desidia intelectual y la falta de proyecto político más allá de lo obvio ha llegado a tales extremos que ni el PP ni el PSOE –aunque sigan siendo los partidos más votados a nivel nacional– son hoy capaces de canalizar el discurso político para amplias capas de la sociedad. Probablemente, como dice la politóloga Belén Barreiro, porque representan el pasado analógico en un mundo cada vez más digital, lo que ha acabado por convertirlos en organizaciones añejas envejecidas prematuramente por tanta endogamia. Es curioso observar cómo los partidos pequeños han crecido más, precisamente, allí donde la penetración de internet en los hogares es mayor.

Este caldo de cultivo, sin embargo, no puede ocultar una realidad no menos cruda. Lo que se exhibe como alternativa, en realidad, no es más que un regreso al pasado. Y existe un peligro cierto de que lo que hoy se presenta como un discurso contra la política vieja y desgastada de los partidos tradicionales acabe por derivar en un ataque al propio sistema democrático. Probablemente, porque los partidos tradicionales –al margen de su incapacidad para resolver los problemas de la gente– han jugado a ser aprendices de brujo y al final el genio se ha escapado de la lámpara.

Lo que se exhibe como alternativa, en realidad, no es más que un regreso al pasado. Y existe un peligro cierto de que lo que hoy se presenta como un discurso contra la política vieja y desgastada de los partidos tradicionales acabe por derivar en un ataque al propio sistema democrático

El partido de los Le Pen se creó en 1972 y languideció durante años como una organización marginal, pero fue Mitterand quien le dio alas para romper a la derecha francesa. La estrategia le dio buenos resultados a corto plazo: la derecha vio cómo se desangraba su electorado. Sin embargo, al cabo del tiempo, los ultras franceses ya no sólo pescan del caladero conservador, sino de la izquierda, donde el Frente Nacional ha obtenido formidables resultados.

Un peligroso caldo de cultivo

Es por eso que suena iluso pensar que Podemos se nutrirá exclusivamente de electores desencantados con el PSOE. En el futuro, si el PP no reacciona, es probable que también se resquebraje su base electoral. Y no hay que decir que un país en el que se desgastan al mismo tiempo el partido en el Gobierno y el principal partido de la oposición tiene un problema. Y gordo.

De hecho, algunas encuestas, como las que ha realizado la Fundación Alternativas, han estimado que entre el 50% y el 55% de los españoles se sienten huérfanos y no encuentran a quién votar. Un caldo de cultivo demasiado peligroso y virgen para opciones populistas. Es verdad que algunos estudios han demostrado que el votante de la derecha es más fiel a su partido que el de la izquierda, de ahí que su suelo electoral ha sido históricamente mayor, pero cuando se desengancha de su opción preferida –como ha sucedido el 25-M–, lo primero que hace es acudir a la abstención, y posteriormente, cuando se ha roto la costumbre de su voto, acaba por ser infiel a su partido de toda la vida.

El problema es todavía mayor si se observa que el PSOE corre el riesgo cierto de convertirse en un partido regionalista, con amplias mayorías en Andalucía y Extremadura, pero con una representación del 15-20% en el resto del país. Y este es, en realidad, el principal peligro de la solución Susana Díaz.

El PSOE no puede pretender exportar al resto de España lo que se ha hecho durante más de tres décadas en Andalucía, y que ha dado como resultado la comunidad con más desempleo, con mayor fracaso escolar y con altísimos niveles de corrupción. Una respuesta ‘andaluza’ sería más de lo mismo y dejaría al partido al borde de la inanición política. Como alguien recordó esta semana, también Tomás Gómez fue presentado en su día como el alcalde más votado de España y al final ha sido una solemne calamidad.

El alegato más desgarrador contra el estalinismo se escribió en 1940. En El Cero y el Infinito, Arthur Koestler, un antiguo comunista, desnuda la farsa de los juicios de Stalin para liquidar a los viejos camaradas de la revolución. Koestler fabrica un relato demoledor sobre los mecanismos de destrucción de la personalidad utilizados por el estalinismo.

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