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Carlos Sánchez

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¡Que se joda Pujol, publicadlo!

El dominical británico 'The Sunday Times' protagonizó en 1983 uno de los mayores actos de cinismo que se recuerdan por parte de un medio de comunicación

Foto: El clan Pujol, en una imagen familiar. (EFE)
El clan Pujol, en una imagen familiar. (EFE)

El dominical británico The Sunday Times protagonizó en 1983 uno de los mayores actos de cinismo que se recuerdan por parte de un medio de comunicación. El diario de Rupert Murdoch había comprado a la revista alemana Stern los derechos de publicación en su país de los célebres diarios de Hitler, falsos como un euro de madera. Tras desvelarse el engaño, la respuesta que dio Murdoch a sus colaboradores más cercanos fue contundente: “Quién no arriesga, no gana”. Según parece, los editores de la revista Newsweek -que también publicó los presuntos diarios antes de reconocer su error- no le anduvieron a la zaga en cuanto a cinismo: ‘Verdad o mentira, al final casi ni importa’, dijeron.

El comentario del magnate australiano de la prensa fue desvelado años después por Magnus Linklater, por entonces uno de los directivos del Times de los domingos, quien en un escrito publicado en TheGuardian de Londres recordaba haber oído de Murdoch una frasetremenda que revela la catadura moral del personaje: ¡Fuck Dacre, publish! O lo que es lo mismo: ‘Que se joda Dacre, publicadlo’.

El tal Dacre era, en realidad, Hugh Trevor-Roper, antiguo espía de los servicios secretos británicos -colega y amigo del legendario Kim Philby-, quien en su faceta de historiador era una auténtica eminencia en la Alemania nazi. Lord Dacre of Glanton, que era su título dentro de la nobleza inglesa, había dado inicialmente toda credibilidad a los falsos diarios (en los que intermedió para su publicación un antiguo espía de la Stasi), y de ahí que cuando en el último momento alguien advirtió a Murdoch –probablemente el propio Trevor-Roper– de que todo podía ser una estafa y hasta una gran patraña, el personaje respondiera a sus subordinados: ¡Fuck Dacre, publish!, frase que escondía en realidad su vieja antipatía por el aristócrata. Lo importante eran sus rencillas personales y no sus lectores.

Las sociedades –legítimamente– se vuelcan con los héroes que luchan en el campo de batalla, y por ello están dispuestas a comulgar con ruedas de molino aunque le cuenten trolas fantaseadas por el aparato del Estado. Nadie quiere salirse del redil por miedo a ser señalado como un traidor a la causa. O, al menos, como un colaboracionista. Cualquiera que cuestione la verdad oficial o haga preguntas incómodas sin respuestas aparece como un renegado.

Legítima indignación

España, parece evidente, no está exento de este riesgo. La proliferación de los casos de corrupción –que afecta a casi todas las instituciones– ha despertado una legítima indignación popular. Sin duda, fundada. El hedor de la corrupción es nauseabundo y se huele en casi todas las instituciones, lo cual lo convierte en un problema estructural que de ninguna manera se puede resolver con supuestos pactos de regeneración que sólo pretenden maquillar un comportamiento indigno por parte de los protagonistas del espacio público.

Ocurre, sin embargo, que entre corrupción y corrupción se esté colando mucha mercancía caducaday hasta averiada que aflora –de forma oportunista– ante la opinión pública como si se tratara de la verdad revelada. Simplemente porque conviene políticamente o porque la información procede de presuntos analistas independientes -o del propio aparato del Estado- contaminados por el poder. Algún día alguien tendrá que hacer un análisis riguroso sobre las filtraciones interesadas de informes policiales que se elaboran sin control judicial alguno para consumo de la opinión pública, y que en muchas ocasiones esconden peleas entre los propios aparatos de seguridad del Estado o son simples corta y pega de noticias publicadas años atrás. Incluso, en los últimos tiempos, ha emergido un afán justiciero sin base alguna que denigra a todo aquel que por razones circunstanciales se encontraba cerca o en el lugar del crimen, lo cual añade un insoportable olor a Torquemada.

Así es como ha surgido un circo mediático alrededor de la corrupción que ha acabado por convertir la política en un programa televisivo de entretenimiento para ganar audiencias, en el que auténticos indocumentados pontifican de forma temeraria. Haciendo bueno aquello que decía Machado refiriéndose a Castilla: desprecian cuanto ignoran.

Sólo por eso, merece rescatar una crónica escrita en este periódico por Carlos Hernanz que arranca de la siguiente forma: ‘Tormenta perfecta. Un integrante de la familia Pujol, una operación inmobiliaria millonaria del Banco Santander y también varios paraísos fiscales de por medio’.

Con estos mimbres se ha construido una historia inverosímil que viene a decir que alguien con el 0,04% del importe total de las inversiones realizadas (incluyendo aportaciones de fondos y financiación de entidades financieras)o el 0,22% si se excluye la financiación bancaria –porcentaje equivalente a un millón de euros– es el cerebro de una inversión de 2.040 millones de euros avalada por el Banco de España, Transacciones Exteriores y el Servicio de Blanqueo de Capitales (Sepblac), a quien lógicamente no se le podía escapar una operación de esta envergadura.

Paraísos fiscales

Todo es tan ridículo que nadie tiene ningún interés en explicar a la opinión pública que este tipo de operaciones son normales. Tan normales como que los propietarios de compañías como Telepizza, Cortefiel, eDreams, La Sirena, Quirón, Deoleo y un largo etcétera han utilizado este tipo de vehículos para optimizar su inversión utilizando para ello territorios de baja tributación, algunos de ellos de la UE, como Luxemburgo u Holanda. Una cosa es el juicio moral que cada uno tenga sobre el uso de paraísos fiscales y otra bien distinta es su ilegalidad. Al menos hasta que los países de la OCDE (entre ellos España) hagan algo más que palabras sobre la llamada planificación fiscal agresiva.

El benjamín de los Pujol no era más que un mero intermediario que ofrecía a sus clientes (algunas de las grandes aseguradoras del mundo y enormes fondos de pensiones como la holandesa APG –el mayor fondo de pensiones europeo–), el grupo asegurador británico Phoenix Group, la compañía inversora norteamericana Cerberus Capital Management o un fondo del sistema de pensiones público norteamericanoa cambio de una elevada rentabilidad. Guste o no, Oleguer Pujol nunca compró directamente las célebres 1.152 oficinas del Santander. De hecho, más del 80% de la operación procede de financiación bancaria, y son esas entidades, precisamente, los que ahora se han quedado pilladas por la caída de los precios inmobiliarios, como explicó en este periódico hace un año Agustín Marco.

¿Quiere decir esto que Oleguer Pujol está limpio de polvo y paja? Él lo sabrá. Y, sobre todo, la justicia debe investigar hasta las costuras de su patrimonio, si es que lo tiene. Pero desde luego no parece que por esta operación pueda ser enjuiciado. Claro está, a no ser que los movimientos judiciales y los informes policiales tengan algo que ver con el infumable proceso soberanista en Cataluña.

Obviamente, tampoco esto quiere decir que el clan de los Pujol esté siendo injustamente tratado. Parece evidente que algunos de sus integrantes –el propio patriarca ha reconocido que escondió durante años dinero negro– no son trigo limpio. Nadie les compraría un coche de segunda mano ni pondría a su alcance sus ahorros. Pero parecede perogrullo pensar que la mejor forma de hacer justicia es, precisamente, impartirla. Justamente lo contrario de que dice hacer Artur Mas, quien asegura que ya no cree en la justicia española, pero, paradojas del mundo en que vivimos, él mismo convoca convocatorias ilegales, lo cual es algo más que un sarcasmo.

Hay razones suficientes para pensar que los Pujol y el aparato de CiU han construido a su alrededor una sociedad patrimonialy clientelar en la que el pago de comisiones y la corrupción formaba parte del paisaje, como la sardana o el parque Güell. Pero manchar la toga con polvo del camino no es propio de quien defiende la Constitución. Entre otras cosas porque daña la imagen de España ante unos inversores que deben estar espantados de tanta barbaridad. Y poner al aparato del Estado para decir sandeces, no es propio de un país serio, como, por cierto, le gusta decir al señor Rajoy.

El dominical británico The Sunday Times protagonizó en 1983 uno de los mayores actos de cinismo que se recuerdan por parte de un medio de comunicación. El diario de Rupert Murdoch había comprado a la revista alemana Stern los derechos de publicación en su país de los célebres diarios de Hitler, falsos como un euro de madera. Tras desvelarse el engaño, la respuesta que dio Murdoch a sus colaboradores más cercanos fue contundente: “Quién no arriesga, no gana”. Según parece, los editores de la revista Newsweek -que también publicó los presuntos diarios antes de reconocer su error- no le anduvieron a la zaga en cuanto a cinismo: ‘Verdad o mentira, al final casi ni importa’, dijeron.

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