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España 2015, retrato de podredumbre
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Carlos Sánchez

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España 2015, retrato de podredumbre

El 'caso Rato' no es la causa. Es la consecuencia de un sistema político carente de instrumentos eficaces de transparencia. La acumulación del poder genera áreas de impunidad

Foto: Ilustración: Raúl Arias.
Ilustración: Raúl Arias.

El filósofo Emil Cioran –uno de los apóstoles del universo nihilista–sostenía que la historia no era más que un desfile de falsos absolutos. Su escepticismo sobre la condición humana fue tal que el poeta del pesimismo llegó a considerar que la misma historia era la fuente del envilecimiento del espíritu.

Cioran partía de una proposición intelectualmente sugerente. “Toda idea”, sostenía, “en sí misma es neutral o debería serlo”. Sin embargo, “el hombre proyecta en ella sus llamas y sus demencias y así nacen las ideologías, las doctrinas y las farsas sangrientas”.

Con razón, su obra más representativa lleva por título Breviario de Podredumbre, donde arroja un enunciado tremendo. “En todo hombre –decía–, dormita un profeta, y cuando se despierta hay un poco más de mal en el mundo...”.

La metáfora del profeta es, sin duda, la de un Rodrigo Rato convertido en el Moisés del discurso económico del Partido Popular durante dos legislaturas. Sin duda, porque tanto el discurso como su propia personalidad política –un brillante parlamentario que arrinconó la borrachera de poder socialista en los primeros años 90–eran atractivos. Al menos hasta que el estallido de la burbuja de crédito dejó ver las miserias de un modelo –desde luego también con sus luces–construido sobre el endeudamiento de las familias y de las empresas.

La actual batalla contra la corrupción es hija de la crisis. Pero ha sido necesario destruir casi cuatro millones de empleos para llegar a esa conclusión

Pero como en la obra de Cioran, cuando el país se despertó de décadas de indolencia democrática que propiciaron la creación de un sistema de partidos inspirado en la Restauración canovista, se descubrió que lo que había en realidad, en palabras del filósofo rumano, era un poco más de mal en el mundo.

Rendir cuentas al líder supremo

Rato, sin embargo, no ha caído por la economía. Ha sido víctima –y también verdugo–de un sistema político levantado a golpe de clientelismo –que ha hecho suyo el fenómeno físico de la histéresis–por la ausencia de contrapoderes capaces de repartir el poder y someterlo a la disciplina de la opinión pública y del imperio de la ley. Ni siquiera a la democracia de los propios partidos, donde los dirigentes sólo compiten contra sí mismos mediante su capacidad de influencia sobre el líder supremo.

Son los propios partidos los que nunca han llevado a los tribunales a ninguno de sus corruptos (son nuestros hijos de puta, que diría Roosevelt) mientras cínicamente se personan como acusación particular cuando se trata de afiliados de otras fuerzas políticas.

Ningún partido ha investigado nunca el patrimonio de sus dirigentes, ni siquiera cuando de forma ostentosa han acumulado signos externos de riqueza incoherentes con sus retribuciones públicas. Y mucho menos a exministros o expresidentes de comunidad autónoma, de uno y otro signo, que hasta el momento se han ido de rositas con el asombro general.

El exvicepresidente Rato, por supuesto, no es el único caso. Pero probablemente es el político más emblemático y ofrece la medida de cómo el sistema ha generado determinadas áreas de impunidad que Lord Acton resumió en su frase más célebre: "El poder tiende a corromperse, y el poder absoluto corrompe absolutamente". Y Rato, durante años, era el profeta del Partido Popular que anunciaba la buena nueva con un poder casi infinito en unos momentos en los que la sociedad española miraba hacia otro lado simplemente porque la economía crecía. La actual batalla contra la corrupción es hija de la crisis. Lo malo es que ha sido necesario destruir casi cuatro millones de empleos para llegar a esa conclusión.

Como sostiene alguien que vivió sus primeros años en el Ministerio, Rato nunca superó el ‘dedazo’ de Aznar cuando el expresidente eligió a Rajoy, y desde entonces ha ido dando tumbos por la vida. Probablemente, porque un personaje tan soberbio como él no podía entender que alguien que se conocía las agrupaciones locales del Partido Popular como nadie y se las curraba cada fin de semana con un enorme coste personal, no fuera el elegido de los dioses. O del dedo divino, como se prefiera. Cuando un político se retira de la vida pública sin haber colmado las aspiraciones que él creía legítimas, suele satisfacerlas con dinero.

Simplemente inmoral

Hay quien sostiene que Rato no fue el heredero del trono precisamente por sus malas influencias, y eso es precisamente lo preocupante. El problema de Rato, como el de Bárcenas, Matas, Granados u otros muchos es que han querido a ser ricos como si lo mereciesen. Y aunque el origen de sus fondos no sea ilícito, lo cierto es que poseer un patrimonio fuera de España es simplemente inmoral.

Cuando un dirigente político se retira de la vida pública sin haber colmado las aspiraciones que él creía legítimas, suele satisfacerlas con dinero

Como inmoral es presumir de que ahora se mete a la cárcel a los corruptos. Es como si los ministros del Interior de El Salvador u Honduras presumieran porque sus países tienen la mayor población reclusa del mundo debido a los altos índices de criminalidad. El problema de la corrupción no es que se combata con más o menos destreza, es que se multiplique por la ausencia de mecanismos de control. El mejor país no es el que tiene más corruptos en la cárcel, sino el que tiene menos corrupción.

Rato, en todo caso, como el resto de encausados en procedimientos similares, es inocente hasta que no se demuestre lo contrario. De hecho, no está acusado de cohecho, que es la figura más despreciable para un funcionario público. Pero de lo que no puede zafarse es de haber tejido a su alrededor una nueva aristocracia económica -a la que alimentó con la paciencia y con la legitimidad moral que se le supone a un jefe de clan- que es el origen de la corrupción mayúscula que recorre España (casi siempre vinculada al ladrillo y a las concesiones públicas), y que ha acabado por degradar a todo el sistema político nacido en la Transición.

Algunos de los amigos de Rato son los que hoy se han quedado mandando en los sectores estratégicos, y esa es una corrupción mucho mayor que la que puede suponer el hecho de que el exvicepresidente sea el propietario de una red de sociedades no afloradas a los ojos Hacienda.

No es, desde luego, un problema nuevo. Ni siquiera de este o del anterior Gobierno. La corrupción ha atravesado este país durante décadas. Y el hecho de que ahora se descubran patrimonios radicados en paraísos fiscales o zonas de muy baja tributación y de dudosa reputación tiene que ver con que los países ricos se han dado cuenta de que los territorios offshore han acabado por convertirse en una auténtica amenaza al sistema democrático y a la estabilidad económica. Ese fenómeno es, sin embargo, algo más que una amenaza en España. Lo que está en juego es la propia democracia si los ciudadanos dejan de creer en ella por casos como el de Rodrigo Rato.

El filósofo Emil Cioran –uno de los apóstoles del universo nihilista–sostenía que la historia no era más que un desfile de falsos absolutos. Su escepticismo sobre la condición humana fue tal que el poeta del pesimismo llegó a considerar que la misma historia era la fuente del envilecimiento del espíritu.

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