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Esta ronda (de populismo fiscal) la paga Rajoy
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Esta ronda (de populismo fiscal) la paga Rajoy

La rebaja de la presión fiscal es el principal cartel electoral del PP. Pero la realidad es que los 300.000 millones que ha crecido la deuda esta legislatura es una especie de subida de impuestos en diferido

Foto: Mariano Rajoy, en el último pleno del Congreso de los Diputados. (EFE)
Mariano Rajoy, en el último pleno del Congreso de los Diputados. (EFE)

Existe un viejo chiste de economistas que merece ser rescatado. Lo contaba hace unos días, precisamente, un economista en una reunión de economistas.

Un hombre entra en un bar y pide tres copas de whisky. Sin mediar palabra, se las bebe una detrás de otra. Suspira para sus adentros. Pero a continuación, reclama al camarero otras dos copas, y también se las lleva sin titubear al coleto. Como el economista seguía 'sediento', se paga una nueva ronda, pero en esta ocasión se limita a solicitar sólo una copa de whisky que, consecuentemente, acaba en el aparato digestivo.Por último, pide al camarero media copa del espirituoso, y es entonces cuando exclama un tanto perjudicado: “No lo entiendo, cada vez bebo menos y cada vez estoy más borracho”.

A la política española cada vez le pasa algo de eso. Comienza a ser incomprensible. Pero en esta ocasión, incluso, para cualquier observador sobrio.

En Cataluña, se configura una lista única que supone un auténtico fraude de ley al sistema democrático, toda vez que en la sede del palacio de la Generalitat (el poder ejecutivo) se confecciona una candidatura formada con entidades regadas económicamente (¿sociedad civil?) por el propio Gobierno catalán; en el ayuntamiento de Madrid toma carta de naturaleza una especie deverdad oficial que inevitablemente recuerda a los célebres dazibaos de la época de Mao que instaban a denunciar a los enemigos de la revolución cultural; en Podemos, igualmente, se roza el surrealismo.

Rajoy está encantando, como pudo comprobarse en la Conferencia Política del PP, de no haber cambiado las esencias del aparato institucional del Estado

Su líder, el ‘pequeño Robespierre’, que se iba a comer el mundo, ha dicho que apoya a Syriza en el mayor recorte social que se recuerda desde el primer rescate griego; mientras que Mariano Rajoy está encantando, como pudo comprobarse en la última Conferencia Política del PP, de no haber cambiado las esencias del aparato institucional del Estado, que es la causa última de la extrema intensidad de las recesiones en España en términos de empleo. El PSOE, por último, se muestra feliz y contento tras haber logrado los peores resultados electorales en unas municipales desde 1979.

Los viejos problemas

El resultado, como no puede ser de otra manera, es un país adolescente políticamente incapaz de emprender un proceso de construcción capaz de poner al día los trasnochados resortes institucionales del Estado, lo que explica la reaparición periódica de los viejos problemas: la cuestión territorial (en particular Cataluña), la separación de poderes o la calidad del sistema de representación. Sin mencionar esa vieja asignatura pendiente que es la educación. Viejos problemas que ponen plomo en la recuperación de la economía (más allá de las tasas de crecimiento) tras años de duro ajuste que han expulsado del mercado laboral a más de tres millones de trabajadores.

Este guirigay político sin fundamento -el ruido sigue instalado en la vida pública- recuerda inevitablemente a aquello que decía el profesor Garrido Falla en sus charlas sobre la Administración: “Una de las cosas que llamaba la atención del extranjero que visitaba Madrid era el número excesivo de cafés y la gran concurrencia que los llenaba. La parroquia principal de muchos de estos establecimientos se componía de cesantes; allí se reunían diariamente parahablar mal del Gobierno”.

Hoy los cafés han sido sustituidos por los medios de comunicación, pero en el fondo el espectáculo es el mismo. Cada parroquiano espera la caída el Gobierno rival mientras muestra su incapacidad para entenderse con el adversario político más allá del reparto de los cargos, lo que explica que la política se haya llenado de rumores, sandeces y chismorreos a costa de los asuntos que realmente interesan. El ejemplo más palmario es la última rebaja fiscal del Gobierno a mitad de año, que no ha merecido un debate de fondo sobre si un país que debe casi el 100% del PIB está en condiciones de bajar los impuestos por razones estrictamente electorales.

El recorte de los tipos impositivos era un compromiso del Gobierno, pero en su agenda no estaba haber endeudado a este país en cerca de 300.000 millones

Es verdad que el recorte de los tipos impositivos (para devolverlos a la situación de partida) era un compromiso del Gobierno, pero tampoco hay que olvidar que en la agenda del Ejecutivo no estaba haber endeudado a este país en cerca de 300.000 millones de euros durante esta legislatura.

¿Qué quiere decir esto? Pues que en realidad se han subido los impuestos en diferido. Serán las próximas generaciones las que paguen el desaguisado, lo cual dice muy poco de la generación actual, que no sólo tiene los mejores salarios y el empleo más estable frente a los jóvenes (la mitad en paro), sino que, además, les transferirá una terrible herencia.

No se trata, desde luego, de un asunto nuevo. El profesor Comín, maestro de historiadores económicos, recordaba en un reciente trabajo sobre la deuda pública en tiempos de la dictadura que los ministros de Franco crearon la ficción de equilibrio presupuestario del Estado. Con ese objetivo, crearon un sistema contable que consistía básicamente en financiar los gastos de forma extrapresupuestaria acudiendo a la emisión de deuda pública que posteriormente sería digerida por la inflación (de ahí las sucesivas devaluaciones de la peseta). No era nada nuevo. Algo parecido hicieronlos liberales del siglo XIX y se practicó durante ladictadura de Primo de Rivera.

Populismo fiscal

El populismo fiscal no sólo es temerario, sino, sobre todo, un error en términos de política económica. El nivel de presión fiscal es una de las herramientas clásicas para ajustar los desequilibrios macroeconómicos. Y por eso, precisamente, está universalmente aceptado que la subida o la bajada de impuestos no debe tener carácter procíclico, sino, por el contrario, anticíclico. O, en el mejor de los casos, neutral. Justo lo contrario de lo que se hizo en diciembre de 2011, cuando se subió el IRPF en unos momentos en los que la renta disponible de las familias se desplomaba.

Eso quiere decir que si la economía tiene ahora el viento de cola (por la caída de los tipos de interés, por el desplome del petróleo o por la creación de empleo), parece poco razonable echar más leña a la caldera. Salvo que él único objetivo sea ganar las elecciones. Con razón, tanto la Comisión Europea como el FMI o la OCDE, organismos poco sospechosos de izquierdistas, aconsejan que los excesos de recaudación se destinen a bajar deuda, aunque sólo sea por razones de solidaridad intergeneracional.

El populismo fiscal no sólo es temerario, sino, sobre todo, un error en términos de política económica

El Gobierno no lo ha hecho. Sin duda por esa concepción cortoplacista de la cosa pública. Y que en todo caso es coherente con muchos de los errores de bulto que ha cometido este país desde hace siglos, y que contrastan con otras políticas que han hecho grandes a los países.

El laborista Clement Attlee, un extraordinario primer ministro británico, recordaba en una ocasión en primera personaun hecho singular. “Había sucedido al señor Churchill en el puesto de primer ministro”, decía, “y entonces tuve que acudir a la Conferencia de Potsdam”, donde se pactó qué hacer con Alemania tras la guerra. Lo que le sorprendió a Attlee(que ya había participado en un Gobierno de concentración con el propio Churchill) fue que “el grupo de funcionarios que estaba a mi lado era el mismo que había acompañado a mi predecesor, incluido el secretario privado principal”. A eso se le llama sentido de Estado.

Existe un viejo chiste de economistas que merece ser rescatado. Lo contaba hace unos días, precisamente, un economista en una reunión de economistas.

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