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El horror de París empieza aquí: “¡Doctor Weizmann, es un niño!”
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Carlos Sánchez

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El horror de París empieza aquí: “¡Doctor Weizmann, es un niño!”

Hace casi un siglo, con la caída del imperio otomano, Mesopotamia entró en la historia del terrorismo. Desde entonces, todo ha ido a peor. La región es un polvorín tras el Acuerdo Sykes-Picot

Foto: Chaim Weizmann (2i), en tiempos de la Declaración Balfour. (wikipedia.com)
Chaim Weizmann (2i), en tiempos de la Declaración Balfour. (wikipedia.com)

El 31 de octubre de 1917, sir Mark Sykes, un experimentado militar y diplomático británico, abandonó de forma precipitada el gabinete de guerra para informar al líder sionista Chaim Weizmann de un hecho que a la postre entraría en la Historia. Se acababa de aprobar la Declaración Balfour, y Weizmann, que aguardaba impaciente en un salón contiguo del despacho de Whitehall, oyó decir al coronel Sykes de forma un tanto atropellada: “¡Doctor Weizmann, es un niño!”.

Aquel niño ha cumplido casi un siglo, pero hoy sigue siendo el principal foco de tensión mundial. La Declaración Balfour, que suponía el reconocimiento de la comunidad judía en territorio de Palestina, no era más que el último ejemplo de una larga serie de planes de partición del imperio otomano, de los que formaban parte el Acuerdo de Constantinopla, la correspondencia Husayn-McMahon de 1915 y, sobre todo, el Acuerdo Sykes-Picot, que hace mención, precisamente, a quien comunicó la buena nueva a Weizmann.

Charles François George-Picot, el otro firmante del acuerdo (tío abuelo de Valéry Giscard d’Estaing), era un veterano diplomático -antiguo cónsul general en Beirut- que defendía los intereses de Francia, obsesionada con disponer de una fuerte presencia en Siria, lo que explica la creación artificial de Líbano, un protectorado francés hasta 1943, para tener salida al Mediterráneo.

Muchos historiadores han denunciado por arbitrario el Acuerdo Sykes-Picot, origen de un conflicto que ha tenido este fin de semana un nuevo episodio

El acuerdo Sykes-Picot, al contrario que la Declaración Balfour, que se publicó en la prensa británica “sin tapujos” a través de una comunicación enviada a Lord Rothschild, como sostiene el historiador Eugene Rogan, era secreto, y suponía que París y Londres, traicionando a los árabes -que se habían levantado contra el decadente imperio otomano-, se repartirían al final de la Gran Guerra zonas estratégicas de la antigua Mesopotamia. Rusia -el otro miembro de la Triple Entente- aceptó el plan a cambio de extender su hegemonía hacia Estambul y los estrechos del Bósforo y los Dardanelos.

El doble juego de franceses y británicos prometiendo soberanía sobre un mismo territorio a árabes y judíos (con el visto bueno de Rusia) hizo que se repartieran las tierras que el jerife Husayn reclamaba para el futuro reino de Arabia, y eso ha llevado a muchos historiadores a denunciar por arbitrario el Acuerdo Sykes-Picot, origen de un conflicto que ha tenido este fin de semana un nuevo y sangriento episodio.

Internacionalizar el conflicto

No es casualidad, por ello, que los terroristas golpeen al Estado francés con especial dureza. Fue en París donde se celebró el primer Congreso Nacional Árabe (1913), y fue Francia quien acabó por las bravas con la efímera Siria que nació tras la Primera Guerra Mundial, lo que explica la estrategia terrorista del fantasmagórico Estado Islámico, cuya intención es internacionalizar el conflicto árabe. Y no parece casual que los siete atentados se hayan producido unos días antes de que vaya a partir hacia el Golfo Pérsico el portaviones nuclear 'Charles de Gaulle' para bombardear posiciones terroristas. Francia es, igualmente, quien se está enfrentando a la barbarie en el norte de Mali y la zona del Sahel.

Ahora bien, Francia no es más que uno de los protagonistas de esta historia. El repugnante Estado Islámico es heredero directo del desorden geoestratégico que creó la invasión de Irak, que acabó creando un ejército de parias de la secta suní que ha vagado por la zona durante una década, y que al final ha cristalizado en milicianos fanatizados que ven en la yihad su razón de ser. Un fructífero campo de cultivo que explica la proliferación de grupos terroristas, como los muyahidines de Al-Nusra, la franquicia de Al Qaeda en la zona.

Lo de ejército no es una licencia literaria. El Gobierno de Nuri al-Maliki -un títere al servicio de EEUU- fue el que expulsó de las instituciones a los sunitas y disolvió el ejército y la policía del tirano Sadam Huseim, y eso hizo que aquellos oficiales acabaran errando con armas y pertrechos por el norte de Irak hasta constituir los cimientos de lo que hoy es el núcleo terrorista: exmilitares bien formados y curtidos en años de guerra contra Irán que se financian, fundamentalmente, con el contrabando de petróleo.

El papel de los servicios secretos turcos no es ajeno a este proceso. Un buen número de expertos siempre ha sostenido que Estambul -rival histórico de Siria e Irak- proporcionó inicialmente armas y financiación al Estado Islámico (como hizo EEUU con los talibanes en Afganistan para combatir con la Unión Soviética) para asegurarse de que sus fronteras, por donde deambulan los kurdos, no fueran asaltadas. Al final, el monstruo fue ganando tamaño y desde hace meses Turquía colabora con EEUU y Francia en los ataques. No es desde luego casualidad la fuerte presencia del Estado Islámico en Alepo (segunda ciudad siria), situada muy cerca de la frontera de Turquía.

Los sátrapas del Golfo

Los países del Golfo, encabezados por Arabia Saudí, no son ajenos a este conflicto. Son sunitas y han financiado -desde luego doctrinalmente- el resurgimiento de una interpretación fanática del islam, lo que explica su aversión a implicarse en el conflicto pese a que históricamente los sátrapas de Riad siempre han competido con Irán (chiíta) por la hegemonía en Mesopotamia. Entre otras cosas, porque sus petrodólares limitan la capacidad de presión de Occidente para que las monarquías árabes se impliquen en el conflicto en son de paz, no para financiar el terrorismo. Por el contrario, lo que hacen es llevarlo lejos de sus fronteras (Libia o Siria).

Ni Francia ni Reino Unido están en condiciones de presionar a los saudíes porque la cartera de negocios de sus empresas -compañías de ingeniería o constructoras- procede en buena medida de los países del Golfo, hacia donde debían dirigirse -y no lo hacen, porque serían aniquilados- las columnas de refugiados que huyen de Siria del horror de la guerra.

Es en este escenario en el que la internacionalización del conflicto juega un papel fundamental. Algo que se puede observar de forma nítida tras el doble atentado en Beirut -43 muertos- dirigido al corazón de un barrio controlado por los terroristas de Hizbulá, las milicias chiíes aliadas de Siria y, sobre todo, de Irán. Entre otras cosas, porque los terroristas saben, como sostenía recientemente un profesor israelí, que existe una ausencia de información de buena calidad sobre el Estado Islámico por parte de los organismos de seguridad de los estados europeos, que deben controlar, además, una gran extensión geográfica con sistemas políticos muy diversos.

Todo se hace con un objetivo, sacar el conflicto de las fronteras de Irak y Siria para extenderlo por toda la región, en un primer momento, y más a largo plazo por otros continentes (Europa o el norte de África). Al fin y al cabo, el fanatismo terrorista se enfrenta al conflicto como a una guerra contra los infieles. Y la religión, en este sentido, no conoce fronteras, sobre todo cuando hay 1.500 millones de musulmanes en el mundo.

[Vea aquí la galería de imágenes de los ataques en París]

La internacionalización del conflicto pasa necesariamente por seguir expulsando refugiados con dirección a Europa, lo que explica que sea precisamente Oriente Medio donde más atentados se producen, muchos más que en Europa y, por supuesto, mucho más sangrientos.

Los terroristas saben que esta diáspora provocará contradicciones internas en muchos países acomodados recelosos de recibir a pobres inmigrantes que aceptarán cualquier empleo por bajos salarios y que disputarán las prestaciones sociales. Y el hecho de que se haya descubierto que uno de los terroristas que han actuado en París llegó a la UE a través de Grecia no es más que la demostración de esa estrategia. Al golpear precisamente a Francia, además, se consigue que dos fuerzas políticas compitan por atraerse el voto de muchos ciudadanos inquietos: el partido de Marine Le Pen y, no hay que olvidarlo, la nueva formación de Sarkozy, cuyos caladeros electorales son en la actualidad muy parecidos.

Un conflicto en las entrañas de la vieja Europa sería la mejor noticia para el yihadismo, que utiliza a los refugiados como rehenes de su propia estrategia. Fundamentalmente, por la ausencia de una diplomacia de gran alcance -Obama mira para otro lado como si el liderazgo mundial no fuera con él- para minar el Estado Islámico. Los teóricos aliados contra el Estado Islámico (o Daesh, como se prefiera), incluso, han tenido que ponerse de acuerdo para no hacerse daño en el campo de batalla (visita de Netanyahu a Putin para evitar ataques involuntarios).

Putin, de hecho, es el único que tiene una estrategia definida sobre la zona al no contar con ninguna de las restricciones que tienen los gobiernos europeos, maniatados por sus opiniones públicas, que no quieren saber nada de nuevas invasiones tras el desastre de Irak.

Cuenta con la ventaja de que Bashar al Asad (a quien dejará caer cuando le convenga) le ha dado su amparo para intervenir militarmente, por lo que no necesita a Naciones Unidas; pero, sobre todo, tiene un argumento de peso que esgrime con frecuencia a su población: el Estado Islámico es una amenaza para las antiguas repúblicas soviéticas del Cáucaso sur, por lo que cualquier intervención siempre será en defensa propia. Exactamente igual que ahora esgrime Francia para intervenir contra el Estado Islámico tras la bestialidad de París.

El niño que nació del matrimonio Sykes-Picot, como se ve, tiene larga vida. Lo que mal empieza, mal acaba, que diría un castizo. Ha pasado casi un siglo desde que en noviembre de 1919 los británicos daban la orden a su ejército de que se retirara de Siria para dejar paso a un régimen militar francés. El Congreso General Sirio, un organismo electo formado por los árabes, respondió a este gesto declarando la independencia. El envío del ejército colonial francés acampado en Líbano fue la lacónica respuesta. Hoy eso no es posible. ¿O sí?

[Siga en directo los acontecimientos de París]

El 31 de octubre de 1917, sir Mark Sykes, un experimentado militar y diplomático británico, abandonó de forma precipitada el gabinete de guerra para informar al líder sionista Chaim Weizmann de un hecho que a la postre entraría en la Historia. Se acababa de aprobar la Declaración Balfour, y Weizmann, que aguardaba impaciente en un salón contiguo del despacho de Whitehall, oyó decir al coronel Sykes de forma un tanto atropellada: “¡Doctor Weizmann, es un niño!”.

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