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El mayor lavado de cerebro de la democracia
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Carlos Sánchez

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El mayor lavado de cerebro de la democracia

Las elecciones de la televisión están aquí. La dictadura del instante frente a Gutenberg. El liderazgo y la retórica frente al conocimiento. Una nueva forma de hacer política entra en el Parlamento

Foto: El debate a cuatro televisado el pasado 7 de diciembre. (EFE)
El debate a cuatro televisado el pasado 7 de diciembre. (EFE)

Sartori lo llamó videopolítica. Y en síntesis, representa la construcción del discurso político a partir de las emociones. Ni que decir tiene que el mejor instrumento para conseguir ese fin es la televisión, convertida fatalmente en una fuente autorizada de información, y a quien se le concede credibilidad simplemente porque llega a millones de hogares. La primacía de la imagen, es decir, lo visible, frente a lo inteligible. En palabras de Sartori: ver sin entender.

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Este gobierno de las emociones -ajeno a la razón- es lo que explica determinados comportamientos de los líderes. Pero también el de las propias televisiones con el interés de ganar audiencia y facturación. La política entendida como una parte de la industria del entretenimiento, lo que supone enterrar el espíritu de la Ilustración creando marcos de referencia artificiales. Incluso, mojigatos en aras de lograr el objetivo. Lo importante no es lo que se diga, sino cómo se diga. La forma frente al fondo. El espectáculo frente al debate inteligente dándole una pátina de supuesto rigor técnico.

La razón política aparece, de esta manera, orillada en el teatro de la emotividad, constituido como fuente única del conocimiento. Hasta el extremo de que se aceptan giros copernicanos de la ideología, simplemente porque es útil en términos electorales. Los cambios camaleónicos que no se justificarían en los otros son, sin embargo, una bendición en nuestras filas. La ley del embudo.

placeholder Albert Rivera y Pablo Iglesias, en el debate celebrado en la Universidad Carlos III de Madrid. (EFE)
Albert Rivera y Pablo Iglesias, en el debate celebrado en la Universidad Carlos III de Madrid. (EFE)

El propio pensador italiano lo explicó con precisión haciendo suyas unas palabras de Russell Newrnan: “De cada diez cuestiones de política nacional que se plantean todos los años, el ciudadano medio, tendrá preferencias fuertes y coherentes por una o dos, y virtualmente ninguna opinión sobre los demás asuntos. Lo cual no es obstáculo para que cuando un entrevistador empieza a preguntar surjan opiniones inventadas en ese momento. El resultado de ello es que la mayoría de las opiniones recogidas son frágiles e inconsistentes”.

Este peso desproporcionado de la televisión en el debate político frente a Gutenberg -una especie de dictadura del instante- es lo que explica, en buena medida, el auge de los nuevos partidos. Sin duda, espoleados por un parlamento viejuno con comportamientos anacrónicos y hasta atávicos, al que hace tiempo se le escaparon la democracia y los modernos sistemas de participación pública. No es, sin embargo, un hecho aislado fruto de la Transición.

La nueva política ha querido obrar exactamente igual que el bipartidismo, cuando éste se beneficiaba del anterior statu quo. Es decir, se han sustituido unas mayorías por otras a costa de la igualdad de oportunidades, esencial en cualquier sistema democrático. Partidos con representación parlamentara han quedado marginados en aras de lograr audiencia. Se impone la banda de los cuatro. Berlusconi en estado puro. O lo que es todavía peor, Donald Trump hurgando en la cosa pública convertido en una estrella de la política. ¿Alguien conocería los debates de primarias en el Partido Republicano si no fuera por las barbaridades del magnate? Los medios al servicio del espectáculo.

Sondeocracia contra conciencia individual

Los sondeos han hecho el resto. La sondeocracia es un fenómeno antiguo, pero nunca como hoy -al menos en España- ha tenido unas consecuencias tan determinantes sobre la conciencia de los individuos. Entre otras cosas, como sostenía hace unos días un dirigente político, porque en estas elecciones se ha producido como pocas veces lo que en el mundo financiero se denomina 'efecto manada'. Cuando los inversores, para no quedar retratados con opiniones propias, corren como bisontes hacia un lado o hacia otro porque la mayoría así lo ha decidido. Sin duda, un pésimo servicio a la democracia como gobierno de la opinión pública. Un formidable ejercicio de persuasión política como arma de destrucción del logos, de la razón. La ciberdemocracia en auxilio de la nada.

Partidos con representación parlamentara han quedado marginados en aras de lograr audiencia. Se impone la banda de los cuatro. Berlusconi puro

Esta emotivización de la acción política -a través de la televisión o de los sondeos mediante la utilización de términos deliberadamente ambiguos carentes de ideología: lo viejo y lo nuevo- reduce el sistema parlamentario a la construcción de episodios sentimentales. Al triunfo de lo que Foucault llama biopolítica. Es la hora de los chamanes, como los ha denominado Víctor Lapuente. Soluciones fáciles para problemas complejos. Políticos simples para sociedades multidiversas. El adanismo -pensar que el mundo empieza cuando uno se entera de las cosas-, como forma de hacer política. El maniqueísmo elevado al cubo.

No estamos, como corresponde al animal político que es la especie humana, ante un comportamiento racional. La cultura de la desmemoria (hablar del pasado es rancio) sirve para construir etiquetas con las que desarmar al adversario político y brillar ante un auditorio carente de conciencia política. Lo bueno y lo malo, los ricos y los pobres, lo viejo y lo nuevo, los fachas y los rojos… Los ‘talking heads’, las cabezas pensantes, aparecen, en este sentido, como algo arcaico fruto del pasado despojados de cualquier legitimidad. Simplemente por razones biológicas.

El conocimiento -como los programas electorales o el aval de la crítica y del análisis político- es sólo una antigualla. Lo nuevo es siempre mejor. Simplemente porque antes no existía, aunque sus mensajes sean tan añejos como los que producen quienes pretenden sustituir, hundidos en el lodazal de las encuestas por méritos propios.

Esta campaña electoral pasará a la historia como la primera en la que los líderes son más importantes que el mensaje, lo cual puede llevar a la frustración

El partido, se dice, piensa por nosotros sobre asuntos sobre los que elector debería tener opinión propia: la lucha contra el terrorismo, las políticas públicas o el sistema educativo. Una especie de subcontratación de las ideas. Lo importante es lo que diga el líder, aunque cuente memeces. En esto, todo hay que decirlo, todos se parecen.

Esta campaña electoral pasará a la historia como la primera en la que los líderes son más importantes que el mensaje, lo cual necesariamente puede llevar a la frustración.

Ahora bien, en la medida en que una nueva hornada de jóvenes políticos, representantes de otra generación, se vayan apoderando de las instituciones, se verá si los nuevos reyes están desnudos o estamos ante una nueva forma de gobernar. O expresado de otra forma: si el triunfo de la retórica a través de la televisión es coyuntural o estructural. Ahí está la clave del 20-D.

[Para más información y consultar otros datos, puedes descargar gratuitamente la aplicación de El Confidencial, Elecciones 20D, tanto para dispositivos Android como para teléfonos y tablets de Apple]

Sartori lo llamó videopolítica. Y en síntesis, representa la construcción del discurso político a partir de las emociones. Ni que decir tiene que el mejor instrumento para conseguir ese fin es la televisión, convertida fatalmente en una fuente autorizada de información, y a quien se le concede credibilidad simplemente porque llega a millones de hogares. La primacía de la imagen, es decir, lo visible, frente a lo inteligible. En palabras de Sartori: ver sin entender.

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