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'Operación Susana': el rescate del PSOE es ya un asunto de Estado

La reconstrucción está en marcha. Pero la 'operación Susana' esconde un movimiento de fondo. El viejo partido de Casa Labra está mutando hacia la socialdemocracia clásica

Foto: Susana Díaz (E.Villarino)
Susana Díaz (E.Villarino)

Hay quien ha llamado a Felipe González, con cierta mala uva, secretario general 'perpetuo' del Partido Socialista. Y en verdad que no le falta razón. El ganador del Congreso de Suresnes ha gobernado el PSOE —ya sea desde Ferraz o desde sus aledaños mediáticos— en las últimas cuatro décadas. Exactamente, desde que en 1974 se fraguó, al norte de París, el célebre pacto entre los socialistas andaluces y vascos para liquidar la vieja dirección del exilio de Rodolfo Llopis.

La mejor prueba de la influencia de González en la estructura orgánica del PSOE —incluso ya alejado del día a día de la política— se manifestó muy recientemente. Cuando en una entrevista en la cadena Ser desató las hostilidades contra Pedro Sánchez con el resultado ya conocido. Menos de una semana después de aquella intervención grabada, una especie de Grândola, Vila Morena que dio la señal de alerta para lanzar la revolución de los claveles, el secretario general fue defenestrado por los coroneles de su partido. Desde entonces, el PSOE está gobernado por una gestora necesariamente provisional que pretende convocar su congreso no antes de los próximos cinco o seis meses.

Ese largo periodo de influencia de González sobre el PSOE solo se quebró en 2004, cuando Rodríguez Zapatero, en unas circunstancias excepcionales, ganó las elecciones contra todo pronóstico. El expresidente, embriagado de poder, tuvo la oportunidad de renovar el partido ensanchando su base social, toda vez que siempre es mejor hacerlo desde el poder que desde la oposición, pero al final optó por alejarse de buena parte de los votantes tradicionales del PSOE intentando competir con los nacionalismos de izquierda. Y lo que no es menos relevante, realizando, al mismo tiempo, un absurdo ejercicio de revisionismo histórico cuestionando algunos de los consensos básicos de la Transición política.

El resultado es de sobra conocido. El PSOE es hoy un partido menor en Cataluña, País Vasco y Galicia, las tres comunidades históricas (por haber tenido Estatuto de autonomía durante la II República), y Unidos Podemos ha crecido sobre la destrucción del legado de la Transición y de la crisis económica que negó estúpidamente Zapatero desde el primer día. Sin duda, porque el Partido Socialista, en lugar de reivindicar el enorme gran salto adelante que ha dado este país en los últimos 40 años, ha dejado que otros escriban (y mientan) sobre la reciente historia de España.

Es como si el PSOE, que ha sido el partido que más años ha gobernado este país, ocultara a los electores que en 1975 el PIB per cápita en términos de poder de compra (descontada la inflación) era equivalente a 13.100 unidades y hoy asciende a 24.600. Al margen de los avances en términos de libertad, cohesión social, infraestructuras y desarrollo humano en cuestiones como la sanidad o la educación.

Matar al padre

La consecuencia de tanto error estratégico es que el PSOE ha tocado fondo (al menos por el momento), y eso explica que su reconstrucción se haya convertido en un asunto de Estado.

La catarsis colectiva del PSOE afectará a la dirección socialista. Algo que pasa necesariamente por 'matar' políticamente al padre, a Felipe González

Como sostiene un veterano socialista, “hasta el Ibex” está hoy detrás de su recuperación. Entre otras razones, porque una izquierda ‘balcanizada’, como la que existe actualmente en España, es incompatible con la estabilidad política. Como sostiene una veterana dirigente socialista, “muchos pensaron que Pablo Iglesias podía ser la alternativa, pero ahora se han caído del guindo”.

De ahí que los recientes acuerdos entre los socialistas y el PP haya que verlos no como un movimiento puramente táctico para aislar a Ciudadanos, sino que tiene que ver con una operación de mucho mayor calado para reinventar el PSOE a través de una catarsis colectiva que afectará, en primer lugar, a la dirección socialista. Algo que pasa necesariamente por 'matar' políticamente al padre, que no es otro que Felipe González, quien probablemente ha hecho su última contribución al partido haciendo caer a Sánchez.

Esa necesidad de matar al padre ha dado lugar a un pacto de familias dentro del PSOE inimaginable hace poco tiempo. Una especie de 'gobierno de concentración” en la dirección provisional del PSOE, dirigida con sentido de la responsabilidad histórica por Javier Fernández, que reúne a dirigentes de generaciones tan distintas como Ramón Jáuregui, Ignacio Urquizu, Elena Valenciano, Jonás Fernández, Valeriano Gómez, Pedro Saura, Ignacio Varela, Amelia Valcárcel, Alfredo Pérez Rubalcaba, Eduardo Madina, José Andrés Torres Mora, Rosa Conde o José Carlos Díez, economista de cabecera de Susana Díaz.

A todos ellos, les une un mismo análisis: el PSOE sigue al borde del abismo, y continuar con los reinos de taifas que alentaron tanto Zapatero como Sánchez —un partido de barones regionales— solo conduce al desastre. Es decir, de lo que se trata ahora es de salvar al PSOE para que vuelva a la lógica de la socialdemocracia y recupere el valor de la utilidad de la política como instrumento de transformación social. Justo lo contrario de lo que practica Podemos, que, como lúcidamente ha descrito Torres Mora, ha convertido la indignación en un espectáculo. La socialdemocracia es incompatible con un partido de corte radical (en el sentido sectario del término) incapaz de gobernar con el centro derecha, algo que, en realidad, es la esencia de la democracia europea desde 1945.

Desigualdad y pobreza

El Estado de bienestar, en general, y la extensión de las libertades civiles no es más que un pacto histórico entre la derecha y la izquierda que ha hecho posibles niveles de prosperidad inimaginables en Europa en 1945. Lo que no es contradictorio con ni debe ocultar la existencia de anchas bolsas de desigualdad y pobreza inaceptables desde una visión progresista de la sociedad. Y que solo se abordarán desde la eficacia de las políticas públicas, no desde el absurdo ideológico.

Lo más inteligente del PSOE, con todo, no es solo que haya decidido tomarse su tiempo para resolver una crisis estructural, sino, sobre todo, que no ha centrado los debates en quién será el próximo, o la próxima, secretaria general, lo cual permite al partido ganar una musculatura intelectual de la que hoy carece pese a que las líneas generales de la conferencia política de 2013 son completamente válidas. No es seguro que Susana Díaz vaya a ser la nueva secretaria general, pero tampoco es seguro que no lo vaya a ser.

El debate en el seno del PSOE es la construcción de un proyecto socialdemócrata capaz de competir con los partidos de centro derecha y con los neopopulismos

En todo caso, lo que se pretende es un equilibrio de fuerzas capaz de evitar el actual desajuste, que se produce cuando el secretario general carece de contrapoderes dentro de la dirección del partido, lo cual lleva necesariamente al cesarismo. O lo que es peor, hacia la inanición intelectual y el culto al líder.

El actual debate político en el seno del PSOE, en contra de lo que cree Pedro Sánchez, y por eso su viaje por las agrupaciones está condenado al fracaso, no es quién será el próximo cabeza de cartel socialista, sino la construcción de un proyecto socialdemócrata capaz de competir con los partidos de centro derecha y con los neopopulismos, sean de izquierdas o de raíz conservadora.

Quien le roba votos al PSOE no está a su derecha, sino a su izquierda, y lo que tiene que hacer es confrontar su discurso, no entregarse a la falacia para hacer de la política un festival de disparates.

Un proyecto que pasa, necesariamente, por un modelo organizativo en el que los electores se acerquen al funcionamiento orgánico del Partido Socialista desde su interés como ciudadanos o como profesionales. Es decir, no solo por razones ideológicas en función del viejo esquema izquierda-derecha, sino desde la problemática del empleo o de la calidad de vida.

Hoy, de hecho, lo que se discute en toda Europa es cómo integrar a las clases medias, principalmente urbanas y con alto nivel de formación, en la vida interna de los partidos, sin que eso suponga un corsé ideológico por falta de democracia interna. En una palabra, se trata de superar un modelo organizativo completamente obsoleto más propio del siglo XX que del mundo actual. Casa Labra ha muerto.

Hay quien ha llamado a Felipe González, con cierta mala uva, secretario general 'perpetuo' del Partido Socialista. Y en verdad que no le falta razón. El ganador del Congreso de Suresnes ha gobernado el PSOE —ya sea desde Ferraz o desde sus aledaños mediáticos— en las últimas cuatro décadas. Exactamente, desde que en 1974 se fraguó, al norte de París, el célebre pacto entre los socialistas andaluces y vascos para liquidar la vieja dirección del exilio de Rodolfo Llopis.

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