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¿Serán los hijos más pobres que sus padres?
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Carlos Sánchez

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¿Serán los hijos más pobres que sus padres?

De manera silenciosa, a través del salario, Europa muta hacia una cultura de lo barato. Se impone el 'low cost' y una nueva forma de vida que empobrece a las clases medias.

Foto: Una joven sostiene su maleta frente a una pancarta contra Airbnb. (Reuters)
Una joven sostiene su maleta frente a una pancarta contra Airbnb. (Reuters)

Predecir la historia es, probablemente, el mayor sueño de la humanidad. El filósofo alemán Oswald Spengler escribió en 1918, a partir de esa idea, uno de los libros más influyentes de la primera mitad del siglo XX: 'La decadencia de Occidente'. Una especie de filosofía del porvenir que el propio Spengler —mucho antes de que se hablara de globalización económica— resumió en una frase: “En lugar de un mundo tenemos una ciudad”.

Lo explicaba en los siguientes términos. “En lugar de un pueblo lleno de formas, creciendo con la tierra misma, tenemos un nuevo nómada, un parásito, el habitante de la gran urbe, hombre puramente atenido a los hechos, hombre sin tradición, que se presenta en masas informes y fluctuantes; hombre sin religión, inteligente, improductivo, imbuido de una profunda aversión a la vida agrícola, hombre que representa un paso gigantesco hacia lo inorgánico, hacia el fin”. La influencia de Spengler sobre la cultura europea fue extraordinaria. Y de hecho, hubo un tiempo en el que ningún intelectual de fuste se resistía a escribir sobre un libro que expresaba con un trágico pesimismo el ocaso de la civilización europea.

Foto: Tus hijos vivirán peor y serán más pobres, pero llegarán a los 100 años

El conservadurismo de Spengler —poco dado a confiar en la condición humana— explica que, durante muchos años, fuera despreciado por su visión profundamente reaccionaria de la historia. Al fin y al cabo, los avances tecnológicos y científicos, la consolidación de los derechos civiles y el triunfo de la cultura europea en el planeta a lo largo del siglo XX han sido indiscutibles.

Es verdad que EEUU es hoy la primera potencia cultural, pero su civilización es de raíz europea. Justo lo contrario de lo que le sucede en China, que en los próximos años (si todavía no lo es) se convertirá en la primera economía del mundo. China, sin embargo, tiene una civilización milenaria, pero su influencia cultural es residual. Desde luego, no acorde con su peso económico.

Vargas Llosa relaciona la decadencia de Occidente con el triunfo de Trump o el Brexit, pero hay algo más transversal: la llamada sociedad 'low cost'

Europa, sin embargo, puede lucir lo contrario. Y por eso, aunque no solo por eso, se ha convertido en un parque temático al que acude cada año más de la mitad de los mil millones de turistas que circulan por el mundo. Sin duda, porque sus estándares de calidad de vida, con todos sus problemas, siguen siendo inigualables.

Hace unas semanas Mario Vargas Llosa relacionaba en el ‘El País’ la decadencia de Occidente con el triunfo de Trump o, incluso, con el Brexit. Pero el análisis se queda romo si no se vincula con un fenómeno más transversal —que afecta a diferentes niveles de renta y a diferentes cohortes de población— que se relaciona con lo que muchos han llamado sociedad ‘low cost’.

'Uberización’ de la economía

O lo que es lo mismo, la ‘uberización’ de la economía ha creado un nuevo paradigma, una nueva cultura de ‘lo barato’. Algo que está proletarizando a las clases medias con todas las consecuencias políticas y sociales que eso conlleva.

La más evidente, en sentido positivo, tiene que ver con el hecho de que las actuales generaciones pueden beneficiarse de costes más bajos que las anteriores para satisfacer algunas de sus necesidades, pero inevitablemente, esta es la cara amarga, eso abocará a un empobrecimiento salarial generalizado. De ahí que muchos sostengan que en un tiempo no muy lejano los hijos serán más pobres que sus padres, lo que supone una infrecuente disrupción en la visión lineal de la historia que describía Spengler. Entre otras cosas, porque los altos niveles de desempleo son un formidable ejército de reserva muy útil para deprimir los salarios por desajuste entre oferta y demanda de empleo.

Es una obviedad que los vuelos más baratos llevan consigo, en paralelo, una degradación sin parangón de las condiciones laborales de los empleados. No solo de la tripulación o de los operarios directos, sino también de la cadena de valor de cualquier compañía aérea.

Presión fiscal

Algo parecido sucede con el alquiler de los apartamentos turísticos, el subarriendo temporal de plazas de garaje o la proliferación de ‘showrooms’ que expulsan de la economía convencional a actividades —incluso perjudica a la industria financiera— que antes tributaban y cuyos recursos servían para costear el Estado de bienestar. Lo que unido a la creciente robotización de los sistemas productivos está produciendo enormes dificultades para financiar los sistemas de protección social, lo que inevitablemente lleva a mantener elevados niveles de presión fiscal. Es decir, una especie de círculo vicioso que está detrás de la rebelión de las clases medias contra el modelo socioeconómico nacido después de 1945 y que ahora ha sido traicionado. Y que explica, entre otras cosas, el auge de los populismos al calor de la crisis financiera.

En este sentido, lo que se ha denominado economía colaborativa es profundamente reaccionaria, toda vez que convierte a los ciudadanos en simples consumidores despojados de conciencia social o política simplemente a cambio de un salario de subsistencia. Lo importante es comprar barato, aunque detrás de esa estrategia haya un empobrecimiento general de la sociedad.

Cuando, precisamente, la literatura académica ha demostrado que una relación laboral estable y duradera con salarios dignos fomenta la inversión en formación por parte de la empresa y la acumulación de capital humano, al tiempo que incentiva el esfuerzo por parte del empleador.

Justo lo contrario de lo que fomentan los nuevos procesos productivos. Amparados por unos gobiernos cortoplacistas que incentivan una especie de fuga hacia adelante para crecer a cualquier precio sin calibrar las consecuencias a medio y largo plazo de sus iniciativas.

La economía colaborativa tiene fondo reaccionario, al convertir a los ciudadanos en simples consumidores despojados de conciencia social o política

Es verdad, sin embargo, que tampoco la mejor solución pasa por sellar barreras que impiden desmontar sectores injustamente protegidos por los gobiernos, y cuya posición de dominio en mercado ha generado enorme frustración entre los consumidores, por lo que hoy purgan sus culpas.

Sin embargo, se tiende a ver a la nueva economía como un factor de progreso y de liberación del consumidor gracias a las desintermediación, cuando en realidad se están generando nuevos oligopolios, como ya sucede en las compañías tecnológicas (Google, Amazon o Facebook), que nada tienen que ver con una ONG.

Multinacionales de lo barato

Uber o Airbnb, las multinacionales de lo barato, valen hoy miles de millones de dólares y, sin embargo, muchos las siguen viendo como empresas sin ánimo de lucro carentes de ideología. Sin embargo, se benefician de las limitaciones legales que necesariamente encorsertan al viejo Estado-nación en un mundo en el que las fronteras tecnológicas han desaparecido. Algo que permite la deslocalización fiscal, un fenómeno que es tan perjudicial para el modelo de protección social —que vive de las cotizaciones a la seguridad social— como la deslocalización por razones industriales para ahorrar costes.

El empobrecimiento vinculado a la irrupción de las nuevas tecnologías no es un fenómeno que afecte solo a las economías avanzadas. El último informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) sobre los salarios en el mundo refleja que, tras la crisis financiera, el crecimiento del salario real mundial comenzó a recuperarse en 2010, pero se desaceleró a partir de 2012, para caer en 2015 del 2,5% al 1,7%, su nivel mínimo en cuatro años. Al excluir a China, donde el crecimiento salarial fue más rápido por la política monetaria expansiva de su banco central, el crecimiento salarial real ha caído del 1,6% en 2012 al 0,9% en 2015. Es decir, incluso por debajo del aumento del coste de la vida.

Hay quien sostiene que el mundo, en realidad, está sometido a un nuevo episodio de la célebre destrucción creativa de Schumpeter —lo nuevo arrincona a lo viejo a causa de la innovación aplicada a los procesos industriales—, pero en realidad nada indica que eso sea así.

Se ve a la nueva economía como un factor de progreso gracias a las desintermediación, cuando en realidad se están generando nuevos oligopolios

Los escasos avances que se han producido en la productividad mundial en las dos últimas décadas —de ahí que cada vez esté más presente el célebre estancamiento secular rescatado por Larry Summers— muestran que los avances tecnológicos apenas se incorporan al PIB. En el caso de España, la productividad registró una persistente disminución en el periodo 2000-2014, con una caída anual promedio del 0,7%, como ha estimado el servicio de estudios de la Caixa.

Es verdad que la ‘uberización’ de la economía y las nuevas tecnologías hacen la vida más fácil a los consumidores a través del uso intensivo de aplicaciones informáticas instaladas en un simple teléfono móvil, pero su impacto sobre el PIB es todavía irrelevante. Ese es el problema. Y cargarse un modelo económico sin que haya alternativas, por el momento, solo devolverá a las naciones a enfrentarse a sus viejos demonios. A esa decadencia de la que hablaba Spengler.

Predecir la historia es, probablemente, el mayor sueño de la humanidad. El filósofo alemán Oswald Spengler escribió en 1918, a partir de esa idea, uno de los libros más influyentes de la primera mitad del siglo XX: 'La decadencia de Occidente'. Una especie de filosofía del porvenir que el propio Spengler —mucho antes de que se hablara de globalización económica— resumió en una frase: “En lugar de un mundo tenemos una ciudad”.

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