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Ni de derechas ni de izquierdas, '¡vive la France!'
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Ni de derechas ni de izquierdas, '¡vive la France!'

Francia seguirá siendo Francia. Ninguno de los cuatro candidatos mejor colocados cuestiona su singularidad. Lo que está en juego es la supervivencia de la política tradicional

Foto:  Los candidatos a las elecciones presidenciales francesas posan antes de un debate electoral. (Reuters)
Los candidatos a las elecciones presidenciales francesas posan antes de un debate electoral. (Reuters)

Si el Brexit y las últimas elecciones presidenciales en EE UU vinieron a representar las primeras consultas populares sobre la globalización, la primera vuelta en Francia vuelve a convertirse en un plebiscito nacional sobre la apertura de fronteras. O lo que es lo mismo, sobre el proteccionismo y el libre comercio. Sobre la soberanía y la integración. El riesgo del Frexit, sin embargo, es más retórico que real.

Foto: Jean-Luc Melenchon. (Reuters)

Ahora bien, en el caso francés los cuatro candidatos con opciones reales de acudir a la segunda vuelta –Fillon, Macron, Le Pen y Mélenchon– descartan nuevas cesiones de soberanía más allá de las puramente administrativas. Francia, con sus particularidades, seguirá siendo Francia gane quien gane Se ha impuesto un discurso nacionalista –el terrorismo islamista ha estado ausente durante casi toda la campaña– que en el caso de Le Pen y Mélenchon es casi idéntico. Entre otras cosas, porque Francia, tras Grecia, es el segundo país de la UE más euroescéptico, y ningún candidato ha querido perder ese valioso caudal político.

Lo que realmente se juega, y esto es lo singular, es que hay serias razones para pensar que ninguno de los candidatos de los dos partidos que han gobernado el país en los últimos 60 años estará en la segunda vuelta, lo que refleja la crisis de identidad de la política tradicional.

[Galería: Así se 'venden' los candidatos franceses al electorado]

No se trata de un fenómeno puramente francés En la mayoría de los países avanzados se ha producido desde la Gran Recesión un alejamiento del pueblo respecto de las élites políticas a causa, precisamente, de la globalización y de la inmigración; pero tambien por el ensanchamiento de la desigualdad y de la corrupción. O, incluso, como consecuencia de la deteriorada movilidad social. Los ascensores que permitían escalar en la pirámide han dejado de funcionar y las élites se reproducen de forma casi biológica. Lo que unido a la falta de credibilidad en las instituciones y a los altos niveles de desempleo ha generado un cóctel ciertamente explosivo muy difícil de digerir para sociedades acostumbradas a las certidumbres y la seguridad y, en algunos casos, hasta a la opulencia.

Hay serias razones para pensar que ninguno de los dos partidos que han gobernado el país en los últimos 60 años estará en la segunda vuelta

El sistema político nacido con la V República –en plena guerra argelina– buscaba reforzar la figura del presidente para convertirlo en el padre de la patria a imagen y semejanza del general De Gaulle, su inspirador. Una especie de monarquía republicana a la francesa –el bonapartismo– que ha funcionado mal que bien hasta la quiebra de la política convencional. Y que se basa en un lema bien simple: Francia, primero, puesto de moda ahora por Trump refiriéndose a EE UU. Ni siquiera la nueva estructura territorial –Francia ha pasado de 22 a 13 regiones– ha despertado un debate identitario en el país como sucedería en España en caso de que algún Gobierno planteara una revisión en profundidad del modelo autonómico. Francia, primero.

Políticos tradicionales

El régimen estaba tan bien engrasado que sobrevivió, incluso, a gobiernos de cohabitación entre derecha e izquierda: Mitterand-Chirac (1986-1988) o Chirac-Jospin (1997-2002), lo que revela su fortaleza institucional. Sin duda, porque el sistema político estaba vertebrado por políticos tradicionales capaces de pactar y que no cuestionaban el sistema de partidos.

Ahora, por el contrario, el escenario es radicalmente diferente. Macron y Mélenchon se presentan como líderes de movimientos cívicos y carecen de estructuras sólidas de partido. Esta es, sin embargo, y aunque suene paradójico, su ventaja competitiva. Algo que sí tienen Le Pen –que ahora se declara gaullista– y Fillon. Es decir, la mitad de los franceses ha huido de los partidos tradicionales y la izquierda está más fragmentada que nunca en unas presidenciales.

Macron y Mélenchon –la Francia insumisa que copia el modelo de populismo latinoamericano inspirado por Laclau y Chantal Mouffe y que prefiere hablar de los de arriba y los de abajo en lugar de derecha e izquierda– han alimentado, sin embargo, algo muy poco moderno, una especie de culto a la personalidad alrededor de sus candidaturas, lo cual puede ser rentable en términos electorales, pero hace más difícil la gobernabilidad del país en caso de una victoria de cualquiera de los dos.

Macron –desnudo de ideología con su movimiento En Marche!– nunca ha sido elegido por el pueblo para un cargo público. Fue Hollande quien lo fichó de la Banca Rothschild –nada más tradicional en el mundo financiero– para dar a su gobierno un aire liberalizador que se tradujo legislativamente en una reforma laboral copiada en buena medida de la española, y que, a la postre, ha arrastrado al Partido Socialista hasta los infiernos y dado alas a Mélenchon y al propio Macron, que ha llevado al PSF al precipicio.

Foto: Seguidores de Macron durante un acto de campaña en Saint-Herblain, cerca de Nantes. (Reuters)

El hecho de que Macron –típico producto de la ENA– esté al frente de un movimiento y no de un partido convencional es significativo porque el sistema político francés es mixto. Los poderes del jefe del Estado son muy relevantes, pero un presidente que carezca de mayoría en la Asamblea Nacional –las elecciones son en junio– tendría muy complicado gobernar sin una estructura de partido.

La V República, de hecho, está construida sobre la base de un sistema electoral de carácter mayoritario (577 escaños en la Asamblea) para garantizar, precisamente, la estabilidad política en el marco del viejo esquema derecha-izquierda, pero no está pensada para la fragmentación del parlamento, algo habitual en otros países europeos. Y una presidencia con escaso respaldo en la Asamblea –como le puede suceder a Macron– sería como nacer con plomo en las alas. Una auténtica revolución en el sistema político de la V República.

Cláusulas sociales

Gane quien gane, en todo caso, hay una cosa clara. El reto de Francia es hacer compatible su generoso Estado de bienestar –la presión fiscal representa el 47% del PIB (diez puntos más que en España)– con una economía competitiva. Pero hasta Macron ha prometido que no tocará lo esencial del sistema público de protección social. De hecho, en su programa se compromete a exigir que todos los acuerdos comerciales de la UE incluyan un componente de cooperación fiscal (las multinacionales tecnológicas pagarán impuestos en Francia), además de la imposición de cláusulas sociales y medioambientales a cambio de la reducción de los aranceles a la importación. En caso, contrario, se aplicarían sanciones comerciales por la violación de esos compromisos.

“Queremos mecanismo de control de la inversión extranjera en Europa con el fin de preservar nuestros sectores estratégicos”, llega a decir en su programa el liberal Macron, quien no hace mucho tiempo reclamaba nuevos clientes para la Banca Rothschild. “Hacen falta jóvenes que tengan ganas de ser millonarios”, declaró recientemente en una entrevista.

No solo se ha roto el eje derecha-izquierda en esta campaña (Mélenchon ha sustituido las banderas rojas y la Internacional por la bandera republicana y la Marsellesa), sino que ha nacido una nueva política de alianzas dentro del propio Frente Nacional. Todo indica que Marine Le Pen ha escapado del gueto de la extrema derecha gracias a una estrategia formulada por el vicepresidente del FN, Florian Philippot, que busca los votos de los funcionarios públicos, las mujeres y los católicos, además de los barrios obreros aprovechando la pérdida de influencia de los sindicatos, volcados en el sector público. Exactamente, la misma estrategia que llevó a Trump al poder denunciando que la globalización ha cerrado fábricas y condenado a millones de trabaladores a la precariedad y a la pobreza.

Philippot –que se declara gaullista– lo ha dicho claramente: “El Frente Nacional no es ni de izquierda ni de derecha”. Tampoco Macron. Ni Mélenchon, que habla ahora de los de 'arriba' y los de 'abajo'. Sólo Fillon es genuinamente de derechas. Francia contra Francia.

Si el Brexit y las últimas elecciones presidenciales en EE UU vinieron a representar las primeras consultas populares sobre la globalización, la primera vuelta en Francia vuelve a convertirse en un plebiscito nacional sobre la apertura de fronteras. O lo que es lo mismo, sobre el proteccionismo y el libre comercio. Sobre la soberanía y la integración. El riesgo del Frexit, sin embargo, es más retórico que real.

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