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Begoña Villacís

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Cuidado, que vienen cambios

A tenor de los últimos movimientos políticos, parece que los cambios que se avecinan pasan por el desprecio hacia los símbolos y una absoluta desconexión y falta de empatía con los ciudadanos

Foto: Vista general de la Gran Vía de Madrid. (EFE)
Vista general de la Gran Vía de Madrid. (EFE)

Sigo dándole vueltas a la idea del cambio, un término que, por evocador y paradigmático, se ha convertido en un señuelo irrenunciable. Palabra, esta sí, polisémica, y bien traída a cuanta charleta política se tercie, que reporta el valor añadido que uno aspira a sumar a su planteamiento. Da puntos, y convence más o menos según de honesta resulte, aunque necesariamente resulte menos natural en boca de partidos “de toda la vida”.

No obstante, cuando aspiramos al cambio obviamos especificar que aspiramos a un cambio a mejor. Esto parece que no se precisa lo suficiente, parece hasta redundante puntualizarlo, y sin embargo, no es una precisión, ni mucho menos, banal. Agotada una era de gris conformismo y rodillo absolutista, las expectativas de transformación son tan urgentes como exigentes, pareciera que obligan a la histérica tarea de no dar por bueno nada, y a reinventarse todo. El acierto es, como estamos viendo, una consecuencia tan accidental como residual de estos primeros esfuerzos, que sin duda agradecemos los pasmados sujetos pasivos de toda esta historia.

Parar y reflexionar no es ya una forma, es un alarde. Aquí corren todos, si bien cada uno en una dirección sin aparente orden, razón o concierto, pero eso sí, cambian. Cambian a unos y meten a otros, los suyos, se reúnen o asamblean con frecuencia, visten camiseta con mensaje y no renuncian al aura de superioridad moral del que se piensan investidos.

Cuando aspiramos al cambio obviamos especificar que aspiramos a un cambio a mejor. Esto parece que no se precisa lo suficiente, parece hasta redundante

Pero, como decía, en lo que respecta al cambio, no todo vale.

Pasmados nos quedamos, cuando escuchamos de la mismísima boca del concejal competente el deseo de ver la calificación de Madrid rebajada al nivel de basura, eso sí, de broma, en una comisión de Economía a la que por cierto se dignó a ir, no como su homónimo en Barcelona, que ni eso.

Estupefactos, contemplando la brava reacción del primer teniente de alcalde de Barcelona, que en plenas fiestas mayores se afanaba en retirar una bandera que nos representa a todos, instantes después de que hubiera permanecido indiferente ante una enseña que sí congrega a aquellos que quieren apartarse del resto de españoles y ciudadanos de la Unión Europea.

Y qué no sentir cuando la alcaldesa de mi ciudad invita a los estudiantes universitarios a enfundarse los guantes y empuñar escobas, recogedores y mangueras para limpiar un Madrid atestado de suciedad, y no solo por francachelas de fin de semana.

La confusión entre voluntariado y voluntarismo, el desprecio de los símbolos externos de convivencia de una democracia digna de tal nombre, reconocida por todos y que ha sido un ejemplo a seguir por acontecimientos no tan lejanos en el tiempo, son signos evidentes de esa desconexión y falta de verdadera comunicación y empatía con los habitantes de los lugares, en los que la aritmética poselectoral les ha situado en posiciones de decisión.

Esta ausencia de ese componente básico y fundamental para poder administrar y gobernar para todos de forma eficaz se debe, sin duda, al 'arracimamiento' en torno a candidaturas de unidad popular, desnortadas por la propia heterogeneidad de sus componentes y la imposibilidad de llevar a la práctica los elementos señeros de unos programas incumplibles, al ser estos meras listas de sugerencias.

Parece, a la vista de los acontecimientos, que la síntesis de la miopía de esta autodenominada izquierda transformadora y sus programas preñados de sugerencias solo puede ser la de meras ocurrencias, sin recorrido, desconectadas del sentir general y que a la postre nos legarán más problemas de los que sus promotores pretenden resolver.

Sigo dándole vueltas a la idea del cambio, un término que, por evocador y paradigmático, se ha convertido en un señuelo irrenunciable. Palabra, esta sí, polisémica, y bien traída a cuanta charleta política se tercie, que reporta el valor añadido que uno aspira a sumar a su planteamiento. Da puntos, y convence más o menos según de honesta resulte, aunque necesariamente resulte menos natural en boca de partidos “de toda la vida”.

Ayuntamiento de Madrid