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Begoña Villacís

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En su justa medida

La mesura y la templanza han de presidir nuestras acciones, que por otro lado deberían estar sujetas a la mutabilidad de los acontecimientos

Foto: Bloque de edificios en Pozuelo de Alarcón, Madrid.
Bloque de edificios en Pozuelo de Alarcón, Madrid.

Las verdades dogmáticas exceden de la realidad compleja y diversa del mundo en que vivimos. Por esa razón desconfío de las etiquetas, de la localización en torno a un polo político, sea este la izquierda, la derecha, el arriba o el abajo. Lo malo de las etiquetas es que su adhesión es libre pero ha de ser integral, es decir, si uno es de derechas, habrá de cumplir un severo 'checklist' de ideas y convicciones; es una adhesión no negociada: economía, religión, aborto, urbanismo y un largo etcétera. Del mismo modo, todo arriero de izquierdas desgastará suela en cuanta manifestación se tercie y repetirá eslóganes hoy vacíos por manidos. Al igual, tendrá justo la posición contraria respecto a religión, aborto, economía, etcétera. Desmarques haylos, pero es sabido que quien suele moverse acaba saliéndose de la foto.

Hoy también hablo de Madrid, del peligro de los axiomas, y de cómo una teoría de lo más intervencionista puede quedar disfrazada del más bucólico de los liberalismos.

Cuando Machado dejó escrito “todo pasa y todo queda/pero lo nuestro es pasar/pasar haciendo caminos/caminos sobre el mar”, no estaba haciendo un canto a la indolencia, o a la futilidad del hacer de las personas, nos recordaba que la mesura y la templanza han de presidir nuestras acciones, que por otro lado deberían estar sujetas a la mutabilidad de los acontecimientos. Es necesario que esta idea quede clara para que entendamos la escasa practicidad de las etiquetas y del encorsetamiento irracional en base al 'checklist' de credos.

La promulgación de la Ley que buscaba imponer un modelo de vivienda/modo de vida a las personas (intervencionismo) no dejó indiferente a nadie

La ciudad de Madrid, así como otras poblaciones de su comunidad, se ve de un tiempo a esta parte obligada en su nuevo desarrollo urbano a expandirse de forma desmesurada en pro de una pretendida humanización, al limitar a tres las alturas que, como máximo, tendrán las edificaciones. Es lo que se conoce como el modelo mancha de aceite, el crecimiento horizontal frente al vertical.

La promulgación de la ley que de fondo buscaba imponer un modelo de vivienda/modo de vida a las personas (intervencionismo) no dejó indiferente a nadie. Los ecologistas criticaron un modelo insostenible en el que el paisaje urbano estaba condenado a devorar el natural, un modelo que exige elevadísimos costes de mantenimiento, de limpieza, de recogida de residuos, iluminación, ya que para alojar a los mismos vecinos en lugar de un kilómetro de calle serán requeridos 10.

Los promotores, por su lado, también clamaron, en defensa de su negociado, pero ya era tarde, porque lo que realmente buscaba la norma era eliminar la tacha que pudiera pesar sobre los anteriores gestores de la Comunidad de Madrid, de primar la búsqueda de la maximización del beneficio del promotor-especulador a costa de la masificación de las áreas residenciales. Y se logró. A cambio de ello se ha dejado por el camino una idea de razonabilidad y ajuste a las necesidades reales de cada lugar y situación, que da pie a las modificaciones extraordinarias de los planeamientos, trufadas de sospechas de discrecionalidad y de intervención de los tribunales.

Lo malo de las obras en Madrid, es que se sabe cómo empiezan, pero no cómo acaban. Por el camino se topan con una norma ciega, y a buen seguro, con el verdadero urbanista de esta ciudad, los jueces que obligados a la digestión casuística de cada uno de los desarrollos por una norma nada pacífica .

Pues bien, hay quien piensa que sus señorías seguramente tengan mejores cosas que hacer que enmendar vía sentencia una y otra vez una invertebrada normativa. Como si de un país sujeto al derecho común se tratase, hoy no se busca la verdad en la ley, sino en las sentencias.

Por ello, porque para algunos dominar los tiempos es simplemente dejarlos transcurrir, se ha de mover ficha y salir del bucle, hemos de hacer el ejercicio de buscar lugares comunes y superar el etiquetado, y yo creo que la Ley del Suelo es la excusa perfecta para ello.

Las verdades dogmáticas exceden de la realidad compleja y diversa del mundo en que vivimos. Por esa razón desconfío de las etiquetas, de la localización en torno a un polo político, sea este la izquierda, la derecha, el arriba o el abajo. Lo malo de las etiquetas es que su adhesión es libre pero ha de ser integral, es decir, si uno es de derechas, habrá de cumplir un severo 'checklist' de ideas y convicciones; es una adhesión no negociada: economía, religión, aborto, urbanismo y un largo etcétera. Del mismo modo, todo arriero de izquierdas desgastará suela en cuanta manifestación se tercie y repetirá eslóganes hoy vacíos por manidos. Al igual, tendrá justo la posición contraria respecto a religión, aborto, economía, etcétera. Desmarques haylos, pero es sabido que quien suele moverse acaba saliéndose de la foto.

Ley del suelo Vivienda