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Begoña Villacís

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No todo lo que reluce...

Con las últimas decisiones del consistorio madrileño y los presupuestos de la ciudad de Madrid en juego, las necesidades de muchos madrileños están en el aire

Foto: La alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena (2i) junto a su equipo en el Ayuntamiento de Madrid. (EFE)
La alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena (2i) junto a su equipo en el Ayuntamiento de Madrid. (EFE)

Si algo nos han enseñado los abusos publicitarios del pasado, los que cercenaban, sin solución de continuidad, el peliculón de turno, es que no todo lo prometido es deuda. Ni las hamburguesas son tan aparentes en una bandeja de plástico, ni los blancos son tan blancos, ni las madres y padres perdonamos cariñosamente lamparones de chocolate. A idéntica conclusión llega al ciudadano cuando consume política masiva. Hemos venido a generar una resistencia cerril a dar crédito al tráfico de promesas electoralistas. Hoy sabemos que una mano adelante y otra atrás en realidad gesticulan para pedir un 3 por ciento más, que no es más transparente quien más enseña sino quien menos esconde, y que ser portador de una cartera de ministro, cetro de alcalde o similar, no vacuna frente a la corrupción, ni contra la ruindad.

Parece que el hecho de ser consecuencia, aunque de forma indirecta, y haber hecho bandera de la democracia, tampoco tiene porque imprimirle a uno más cariz democrático que a otros. Es un fenómeno que ya hemos tratado aquí previamente, y que tiene que ver con la infantil creencia de que por el hecho de haber traído el balón, uno tiene el derecho de poner sus propias reglas. Algo parecido está ocurriendo en Madrid, cuando con una mano se bendicen partidas presupuestarias para crear ilusorias expectativas de presupuestos participativos repartidas, como no, en Asambleas afines (los nuestros), y con la otra mano, y a la vista de los recién presentados presupuestos, se pasan por el arco del triunfo lo votado en un pleno cualquiera del Ayuntamiento de Madrid.

El pleno tiene encomendada la labor de fiscalización del Órgano de Gobierno Municipal, algo que no termina de gustar, es el máximo representante de la ciudadanía. Escaquear el mandato del pleno, es escaquear la representación a cuanto votante ha tenido la desconsideración de no rendirse a tus siglas. Pues bien, si Churchill decía que la democracia es la necesidad de inclinarse de cuando en cuando ante la opinión de los demás el no hacerlo no sé muy bien en qué posición sitúa.

El pleno tiene la labor de fiscalización del Órgano de Gobierno Municipal, algo que no termina de gustar, es el máximo representante de la ciudadanía

El concejal de economía reconocía recientemente que impuestos como el IBI no son impuestos progresivos. No puedo estar más de acuerdo. El IBI coloca al valor catastral de la casa que uno posee a la categoría de indicio de renta. Este impuesto fija la foto en el momento en el que uno adquiere su vivienda, y no reconoce si desde que uno la compró, o la heredó, se ha tenido que ver en la tesitura de echar el cierre al negocio, engrosar la lista de un ERE más o simplemente no formar parte de la España emergente que quieren vendernos. No entiende de casas compradas cuando no llegaban al millón de pesetas, y pensionistas que no llegan a los mil euros.

Lo cierto es que, conscientes los cuatro grupos, de este hecho, de la importancia de un entendimiento, y la necesidad de un consenso, no sólo votamos, nos sentamos, hablamos y pactamos. Recuerdo que la última enmienda llegó apurando los tiempos y que nos felicitamos respectivamente en la sesión plenaria.

Reconozco que la bajada del IBI al 0,51% nos parecía insuficiente por una sencilla razón. Tras todo catastrazo, la administración aprueba unos coeficientes que se aplican año a año, y que están destinados a mitigar los efectos de la subida. La idea es que no suba de golpe sino escalonadamente, vamos, que no duela tanto. Por esa razón, el 0,51% surtiría efecto bajada durante un par de años, transcurridos los cuales, el contribuyente vería como su recibo vuelve a subir. No obstante pactamos el 0,51%, con el compromiso de reducir el coeficiente hasta el 0,4 a lo largo del mandato.

En definitiva, en un marco de buena fe, negociamos, y en unos casos cedimos unos, y otros casos cedieron otros. Buena fe que ha venido a quebrarse en la actualidad, con la complicidad del Partido Socialista. Complicidad que buscaron y encontraron, para evitar que fuese una ordenanza (normativa que ha de pasar por un pleno) como proponía Ciudadanos, y no un “marco regulatorio” (eufemismo de yo me lo guiso yo me lo como) la que determinase cómo se instrumentalizarían la cesión de espacios públicos en el Ayuntamiento de Madrid. Complicidad que se antoja irremediable e indisoluble a futuro a juzgar por los últimos hechos.

En definitiva, mal precedente sentamos en nuestro futuro más inmediato, con los presupuestos de la ciudad de Madrid en juego y las necesidades de muchos madrileños pendientes de la buena fe de sus gestores.

Si algo nos han enseñado los abusos publicitarios del pasado, los que cercenaban, sin solución de continuidad, el peliculón de turno, es que no todo lo prometido es deuda. Ni las hamburguesas son tan aparentes en una bandeja de plástico, ni los blancos son tan blancos, ni las madres y padres perdonamos cariñosamente lamparones de chocolate. A idéntica conclusión llega al ciudadano cuando consume política masiva. Hemos venido a generar una resistencia cerril a dar crédito al tráfico de promesas electoralistas. Hoy sabemos que una mano adelante y otra atrás en realidad gesticulan para pedir un 3 por ciento más, que no es más transparente quien más enseña sino quien menos esconde, y que ser portador de una cartera de ministro, cetro de alcalde o similar, no vacuna frente a la corrupción, ni contra la ruindad.

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