Es noticia
La filtración como sabotaje o la historia de una crisis de Gobierno frustrada
  1. España
  2. Notebook
José Antonio Zarzalejos

Notebook

Por

La filtración como sabotaje o la historia de una crisis de Gobierno frustrada

No hay precedente en la reciente historia política española de una crisis de Gobierno que haya sido conocida, en lo sustancial al menos, mucho antes de

No hay precedente en la reciente historia política española de una crisis de Gobierno que haya sido conocida, en lo sustancial al menos, mucho antes de su anuncio por el Presidente del Ejecutivo. Según una larga tradición, los jefes de Gobierno se reservan celosamente la facultad de cambiar su equipo y de hacerlo, además, por sorpresa. Con una suerte de clandestinidad que, en ocasiones, remite a una cierta crueldad intelectual. Rebanarle el cuello a un ministro inepto o incómodo o gastado debe proporcionar, por lo visto, una gama de sensaciones placenteras reservada sólo a los presidentes y primeros ministros. Las crisis gubernamentales son –deben ser-- mazazos sobre la opinión pública, temblequeras repentinas en el partido que sostiene al Gobierno, decepciones sobrevenidas para  los aspirantes al cargo y semblantes perplejos en los destituidos. Y a la oposición debe cogerle la operación siempre a contrapié.

Ese es el rito que exige una crisis; esa es la liturgia del poder presidencial que quita y pone a este o aquella. Y si, como ocurriera en una operación de guerrilla, falla el factor sorpresa y se filtran nombres con toda suerte de detalle, se evapora el halo de poderío presidencial y se ofrece un tiempo precioso para que se alineen los argumentos de los adversarios para descalificar el movimiento de fichas en el Gabinete aún antes de que se produzca. O sea, que si no hay un susto colectivo, una alteración casi convulsiva, un pasmo, la crisis es menos crisis y hasta puede quedarse en un fiasco.

En cierta medida es lo que le ha ocurrido a Rodríguez Zapatero. Y aunque a última hora introdujo factores ignotos –destituyó a Cesar Antonio Molina cuando se encontraba en Egipto y le envió un avión para repatriarlo, y a Mercedes Cabrera le comunicó su desalojo de Educación al borde mismo del anuncio de la crisis, de ahí la lágrimas de la ya ex ministra--, los nombramientos de Salgado, de Chaves y de Blanco estuvieron cantados cuarenta y ocho horas antes.

Acto de sabotaje y ausencia de reacción.

Algún día se sabrá quién y por qué  chivateó esta sensible información. Ha sido un acto de sabotaje que buscaba algún propósito que quizás se nos está escapando en el análisis periodístico. Pero resulta aleccionador: cuando se socializa la información “reservada” o se anticipa en exceso al círculo más próximo las decisiones que se tomarán más adelante, el riesgo de que algunos reventadores actúen por sentimientos torticeros –otros lo hacen por pura indiscreción—resulta enorme. Sólo un político inexperto en estas lides como es Rodríguez Zapatero –pese a los muchos cambios con los que ha mareado a los distintos ministerios—podría haber caído en un error de estas dimensiones. En buena ley, y una vez que el grueso de la remodelación era ya conocida, el Presidente debió ganar alguna ventaja en su desairada posición: ir más lejos de donde apuntaban las informaciones (por ejemplo, suprimiendo Igualdad y Ciencia); quedarse más corto, e, incluso, aplazar la decisión a otro momento, cuando se hubiesen apagado los ecos de la filtración.

El presidente ha dado demasiado tiempo y demasiadas ventajas a sus oponentes y la crisis, en lo que las crisis tienen de sorpresa y novedad, se ha frustrado. La remodelación del Gobierno es un golpe del Presidente en su  propio microcosmos. Si no es capaz de blindar sus exclusivos movimientos, ¿será capaz de controlar los ajenos? A veces, el manejo de la comunicación, de su dosificación y de sus tiempos constituye un síntoma de calidad política. Y esta no es la única pifia comunicacional del Gobierno. Recuerden la que precedió al atentado de ETA en la T4 de Barajas en diciembre de 2006. Pero de esa, trágica, mejor no hablar. La comunicación no es una asignatura para aficionados.

No hay precedente en la reciente historia política española de una crisis de Gobierno que haya sido conocida, en lo sustancial al menos, mucho antes de su anuncio por el Presidente del Ejecutivo. Según una larga tradición, los jefes de Gobierno se reservan celosamente la facultad de cambiar su equipo y de hacerlo, además, por sorpresa. Con una suerte de clandestinidad que, en ocasiones, remite a una cierta crueldad intelectual. Rebanarle el cuello a un ministro inepto o incómodo o gastado debe proporcionar, por lo visto, una gama de sensaciones placenteras reservada sólo a los presidentes y primeros ministros. Las crisis gubernamentales son –deben ser-- mazazos sobre la opinión pública, temblequeras repentinas en el partido que sostiene al Gobierno, decepciones sobrevenidas para  los aspirantes al cargo y semblantes perplejos en los destituidos. Y a la oposición debe cogerle la operación siempre a contrapié.