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Salander: lesbiana, psicótica y hacker
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José Antonio Zarzalejos

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Salander: lesbiana, psicótica y hacker

¿Crisis de lectura?, ¿no lee la gente? A juzgar por las ventas de la trilogía del fallecido autor sueco Stieg Larsson, semejantes afirmaciones no son del

¿Crisis de lectura?, ¿no lee la gente? A juzgar por las ventas de la trilogía del fallecido autor sueco Stieg Larsson, semejantes afirmaciones no son del todo ciertas. Un fenómeno como el de Millennium -tres novelas que han vendido millones de ejemplares- demostraría que 1º) el público consume lecturas evasivas y relatos bien construidos y con ritmo, 2º) que desea argumentos muy activos, a poder ser trepidantes e iconoclastas y 3º) que ama a los personajes bien perfilados que como la protagonista de Los hombres que no amaban a las mujeres, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire, la ya icónica Lisbeth Salander, rompa todos los convencionalismos, quiebre todas las fronteras de lo correcto y arremeta con salvaje afán vengativo contra los crápulas sociales.

La tercera de las novelas de Larsson ha sido todo un acontecimiento. La primera -Los hombres que no amaban a las mujeres- se abrió paso gracias un marketing de boca a boca; la segunda, fue acompañada con una fuerte fanfarria propagandística y la tercera que salió a las librerías la semana pasada- se ha revestido con las galas de los grandes acontecimientos editoriales: presentación de lujo, publicidad en todos los medios y recensiones en los periódicos y revistas. Las ventas serán estratosféricas: Larsson sigue ocupando los primeros puestos en todas las listas, incluso con su primera entrega de Millennium. La clave de su éxito hay que buscarla en su enorme habilidad narrativa, a veces excesivamente digresiva, y, sobre todo en su capacidad para cincelar un personaje central que se incrusta en la conciencia colectiva: una mujer joven, marginal, vengativa con aquellos que odian a las mujeres y las maltratan, un tanto sicótica, hacker hasta extremos absorbentes, lesbiana sin remilgos heterosexuales, violenta e inteligente… y justiciera, pero con una sorda capacidad para enamorase al modo del siglo XXI, es decir, sin la cohorte de los valores típicos del enamoramiento (ni embeleso, ni fidelidad, ni arrebato de género alguno, sólo como un  hecho circunstancial). La historia se desenvuelve en el siempre atractivo mundo del periodismo de investigación en el que se todo se mueve a golpe de inmediatez, con un lenguaje desinhibido y socialmente impropio. Lisbeth Salander, la heroína de Larsson, y en menor medida su replicante masculino, el periodista  Mikael Blomkvist, son ya dos personajes de la literatura negra llamados a la leyenda. Más aún cuando su creador, Stieg Larsson, falleció a los cincuenta años -tres cajetillas de cigarrillos al día y veinte cafés colapsaron su corazón- y con su muerte dejó un halo de misterio sobre sus habilidades de ficción en un futuro ya imposible.

Los lectores aman a Lisbert Salander por una razón  bien sencilla: porque desafía todo aquello que ellos no pueden desafiar; porque Salander se toma la justicia por su mano; porque Salander es más inteligente que sus enemigos; porque Salander vence a la informática y la subordina a sus objetivos justicieros; porque Salanger es un psicótica en un mundo de robots programados para ejecutar órdenes de manera constante; porque fuma, se flipa, escapa, porque Lisbeth Salander es aparentemente libre y, a fin de cuentas, tan rica como quiera serlo porque roba informáticamente a los ricos y es generosa con los pobres. Lisbeth Salander, además, es la nueva mujer que castiga de manera implacable, cruel, sádica -devolviendo el sadismo que ella ha padecido- a esos “hombres que no amaban a las mujeres”.

Con esta lesbiana que se acuesta con una asiática, con esta loca-cuerda que se salta todas las normas, con esta hacker que hace las delicias de los internautas, miles y miles -millones- de lectores han encontrado un referente, un icono… para soñar. Así que están dispuestos a invertir en sus aventuras una buena cantidad de dinero y de tiempo y enfrentarse a libros de entre setecientas y ochocientas páginas para llegar a conocer su destino. Lo descubrirán en La reina en el Palacio de las Corrientes de Aire (854 páginas). No revelaré el puerto de llegada de nuestra Lisbeth Salander, pero les adelanto que nuestra heroína no es, en lo sustancial, tan distinta de otras, al menos en el fondo. En la forma, en sus conductas y actitudes, es a la que aspira esta sociedad aherrojada de compromisos y normas: una luchadora por  su libertad total. Una suerte de personaje que otrora fue Batman, antes Superman, mucho antes Robin Hood.

Por eso sus lectores la aman con pasión y con dolor, desean que alcance a vengarse de los daños que le infligieron, le impulsan a echarse en los brazos de  Kalle Blomkvist y por eso están dispuestos a endosarse -cuando se dice que ya no se lee- unos tochos de centenares de páginas en las que más de la mitad son fraudulenta literatura digresiva pero que envuelve la historia encendida del icono de ficción más potente de la década. Si tantos lectores aman a Lisbeth Salanger y la admiran con pasión,  ¿qué sociedad es la nuestra que se refleja en todo lo que le es prohibido y marginado? Larsson -qué pena ese infarto traicionero- debió dejar contado por qué escribió está trilogía tan arrebatadoramente resentida con la sociedad contemporánea.

*José Antonio Zarzalejos, director general de Llorente & Cuenca en España.

¿Crisis de lectura?, ¿no lee la gente? A juzgar por las ventas de la trilogía del fallecido autor sueco Stieg Larsson, semejantes afirmaciones no son del todo ciertas. Un fenómeno como el de Millennium -tres novelas que han vendido millones de ejemplares- demostraría que 1º) el público consume lecturas evasivas y relatos bien construidos y con ritmo, 2º) que desea argumentos muy activos, a poder ser trepidantes e iconoclastas y 3º) que ama a los personajes bien perfilados que como la protagonista de Los hombres que no amaban a las mujeres, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire, la ya icónica Lisbeth Salander, rompa todos los convencionalismos, quiebre todas las fronteras de lo correcto y arremeta con salvaje afán vengativo contra los crápulas sociales.