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El "gudari nagusia", su viuda elocuente y el PNV
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José Antonio Zarzalejos

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El "gudari nagusia", su viuda elocuente y el PNV

Cuando Josu Puelles García, ertzaina y hermano del inspector de policía asesinado en la localidad vizcaína de Arrigorriaga, definió al  funcionario criminal y cruelmente abatido como

Cuando Josu Puelles García, ertzaina y hermano del inspector de policía asesinado en la localidad vizcaína de Arrigorriaga, definió al  funcionario criminal y cruelmente abatido como un  “gudari nagusia” (gran soldado vasco), se estaba produciendo una enorme transformación en la semántica de las víctimas de la banda terrorista ETA. Porque hasta ahora, en el lenguaje simbólico del nacionalismo, tanto radical como sedicentemente moderado, los “gudaris” eran aquellos soldados que durante la II República, a las ordenes del lehendakari Aguirre, defendieron las supuestas libertades vascas. Poco les importó –a los efectos de reescribir la historia épica de aquellos luchadores— que Juan Ajuriaguerra les entregase en una rendición sin condiciones en la playa de Santoña a las fuerzas italianas que colaboraban con las franquistas. Lo cierto que es que, siendo el nacionalismo un alimentador constante de mitologías, esta de los “gudaris” es una más que los etarras se  atribuyeron con el beneplácito de amplios sectores del PNV.

Josu Puelles, hermano del asesinado Eduardo, reclamó para el inspector esta condición, la de “gudari”, arrebatando a los abertzales un patrimonio  de simbólicas evocaciones legendarias muy del gusto de los auditorios enfervorizados del independentismo vasco. Y si la finta verbal de Josu Puelles cayó en el nacionalismo como una usurpación mitológica, la elocuencia de la viuda, Paqui Hernández, les desquició. Esa mujer, con la cabeza alta, gritó a los cuatro vientos que los presos de ETA no eran “políticos” sino “criminales” y denunció, con las cámaras de la Televisión Vasca en directo, la subvención que los sucesivos gobiernos del PNV han librado a los familiares de los reclusos etarras.

Lo hizo Paqui con una determinación, con un valor, con una contundencia y, sobre todo, con una credibilidad tan políticamente irreprochable, que fuentes sin identificar del PNV filtraron al diario El País la “conveniencia de que las viudas no hablasen en esos momentos”. Y Paqui Hernández ha seguido hablando con elocuencia redoblada al reivindicar la condición de “héroes y no de víctimas” de los asesinados por ETA y de sus afectados, dando cuerpo así a la enorme transformación ética que se ha registrado en el País Vasco. Mientras tanto, la ETB (TV pública vasca) daba una cobertura completa de las exequias y el lehendakari López pronunciaba un acertado discurso asegurando que los “espacios de impunidad” se han acabado.

El PNV se ha sentido concernido por todo esto que ha ocurrido. Y hace bien en percibir que a ellos, los nacionalistas, se dirigen estas elocuencias de víctimas y políticos. Porque  han sido sus gobiernos los que, después de casi treinta años, han navegado en la ambigüedad. Tiempo hubo –y los viví muy de cerca—en que los féretros de los asesinados hacían el mismo trayecto que el de Eduardo Puelles García –desde el antiguo Gobierno Civil hasta la parroquia de San José de la Montaña, apenas ciento cincuenta metros-- de manera casi clandestina. Sin himnos, sin banderas, sin políticos y con unas decenas de personas que veíamos con lágrimas en los ojos como el ataúd y los familiares de la víctima salían del funeral deprisa y corriendo a la inhumación de sus seres queridos como si de apestados se tratase (era aquella atroz época del “algo habrá hecho”). Ahora esa injusticia histórica –tan moralmente repugnante—se empieza a saldar.

El pasado del PNV

El presidente del PNV anda de medio en medio reivindicando la limpieza moral de sus dirigentes en los anteriores gobiernos. Mejor es que calle y aguante, que tome penitencia. Porque no habría espacio en este texto para enumerar las veces en que el PNV ha incurrido en comportamientos conniventes con los terroristas. Y no sólo cuando pactó con la banda en Lizarra (1998), sin olvidar cuando el propio Arzalluz aconsejó (1980) a ETA p-m que no dejase las armas, sino también  cuando los nacionalistas utilizan un lenguaje hiriente que dulcifica el carácter criminal de los etarras. Por eso hay que proscribir expresiones nacionalistas como “capacidad militar”, “lucha armada”, “comando”, “conflicto político”, “derecho a decidir”, expresiones referidas a ETA y a sus bárbaros delitos,  y aplicar palabras y conceptos que se ajusten –como ha hecho Josu Puelles y su cuñada Paqui Hernández, viuda de su asesinado hermano Eduardo—a la naturaleza delictiva y criminal de los etarras.

Es el momento de ganar dos metas: la del lenguaje y la de la decencia. La primera la ha alcanzado la familia Puelles García; la segunda, puede que haya comenzado con esa patética fotografía de varios ex consejeros de Interior del Gobierno vasco –nacionalistas, por supuesto—reivindicando su trayectoria de lucha contra ETA. Hasta el momento el nacionalismo en su conjunto –victimista y egoísta—ha ido ganando la batalla de la agitación y la propaganda –de la comunicación-, pero a partir de ahora y gracias, entre otras muchas cosas, a la viuda elocuente del “gudari nagusia” Eduardo Puelles, todo va a empezar a cambiar. Como cambia el mapa del tiempo en la televisión pública vasca, como caen los terroristas con frecuencia vertiginosa, como, por fin, el tribunal de Estrasburgo da la razón a España y proclama a Europa y al mundo que los batasunos eran una extensión cómplice de la criminalidad etarra.

José Antonio Zarzalejos es director general de LLORENTE & CUENCA en España.

Cuando Josu Puelles García, ertzaina y hermano del inspector de policía asesinado en la localidad vizcaína de Arrigorriaga, definió al  funcionario criminal y cruelmente abatido como un  “gudari nagusia” (gran soldado vasco), se estaba produciendo una enorme transformación en la semántica de las víctimas de la banda terrorista ETA. Porque hasta ahora, en el lenguaje simbólico del nacionalismo, tanto radical como sedicentemente moderado, los “gudaris” eran aquellos soldados que durante la II República, a las ordenes del lehendakari Aguirre, defendieron las supuestas libertades vascas. Poco les importó –a los efectos de reescribir la historia épica de aquellos luchadores— que Juan Ajuriaguerra les entregase en una rendición sin condiciones en la playa de Santoña a las fuerzas italianas que colaboraban con las franquistas. Lo cierto que es que, siendo el nacionalismo un alimentador constante de mitologías, esta de los “gudaris” es una más que los etarras se  atribuyeron con el beneplácito de amplios sectores del PNV.

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