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‘El Maquiavelo de León’: ¿Descubre la izquierda a Zapatero?
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José Antonio Zarzalejos

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‘El Maquiavelo de León’: ¿Descubre la izquierda a Zapatero?

Lo que José García Abad cuenta de Rodríguez Zapatero en su libro El Maquiavelo de León, en parte le halaga y en parte le denigra. Pero

Lo que José García Abad cuenta de Rodríguez Zapatero en su libro El Maquiavelo de León, en parte le halaga y en parte le denigra. Pero siendo el autor un periodista de militancia en la izquierda, determinadas afirmaciones resultan algo así como catárticas para el socialismo progresista. Tiene que ser duro para el PSOE que un afín ideológico sostenga que “este hombre aparentemente sencillo, no es lo que parece, o lo que nos pareció cuando alcanzó el poder”. Sobre esta supuesta decepción, García Abad traza a brochazos la personalidad del presidente del Gobierno: “Es, además, un artista del disfraz y un virtuoso en el ilusionismo y de las nubes de humo. Para él lo más importante no es el producto sino la venta del mismo; la doctrina y el proyecto político quedan supeditados a la cosecha de votos, al marketing, a lo que indiquen las encuestas”.

El periodista, director de la muy militante revista El Siglo, no hace sino confirmar el diagnóstico que sobre el personaje se había realizado hace mucho tiempo desde el otro lado ideológico del espectro político español. Aunque García Abab va más allá cuando afirma que Rodríguez Zapatero “no se ha ganado un euro fuera del PSOE (…) es pues un político profesional y un político profesional está perdido si pierde.” Asegura también que “él está convencido de que ha sido ungido por un don especial, que es portador de un destino manifiesto, para cuyo cumplimiento se vale él solo”.

El autor afirma también que Zapatero es “un ser mesiánico que se considera infalible y sostiene que el presidente “está encantado de haberse conocido”, que “tiene un altísimo concepto de sí mismo y de sus capacidades” y que da escaso valor a su palabra: “No es un hombre de palabra” escribe García Abad sin inmutarse, que atribuye a una fuente anónima la descalificación de que el Zapatero es un snob: “Ni se le ha pasado por la cabeza nombrar como ministra a una mujer baja y gordita” y también que el jefe del Gobierno “es rencoroso. Ni olvida, ni perdona”.

Las citas podrían continuar hasta más del centenar en este libro de oportunidad bien traída para el autor y la editorial que parece descubrir al Rodríguez Zapatero que muchos periodistas, muchos políticos y quizá millones de españoles conocían con notable antelación a la del autor y de aquellos que con él se soliviantan. Ha sido la izquierda estética, el progresismo insomne, los que acuñaron otra imagen del Presidente: era un hombre “bueno”, quizá “ingenuo” y, desde luego “idealista”. Así surgió el llamado buenismo como una forma de comportamiento atribuible al leonés. El tal buenismo lo definió muy bien el columnista y escritor Valentí Puig que dirigió y coordinó un seminario en FAES precisamente sobre las llamadas “Estrategias del buenismo”.

Puig sostenía (era entonces 2005) que “el buenismo se desentiende del conflicto porque siempre hay fuerzas exteriores y malignas a las que atribuirles el mal”; y también: “el buenismo lo nivela todo, todo merece la misma compasión, todo preocupa e inquieta. Ese sentirse preocupado e inquieto  exime de la necesidad de hacer algo”. Y por fin: “El buenismo, al desactivar la necesidad de la política, articula una estrategia de amortiguación, escape o dilación” de todo lo cual, concluía Puig, “pueden identificarse estos elementos en el comportamiento actual del Presidente del Gobierno”.

Iluminado, mesiánico… pero no maquiavélico

Si alguien sin el pedigrí ideológico de García Abad hubiese escrito este libro, la izquierda se hubiese rasgado las vestiduras. Lo que cuenta el autor es algo sabido y quienes se muestran extrañados y convulsos al leer la descripción de un político tan leve y banal como el Presidente del Gobierno se sorprenden con demasiado retraso. Las fuentes a las que acude el autor de El Maquiavelo de León son, la mayoría, anónimas, pero todas ellas resultan, más que verosímiles, probables. Se excede, sin embargo, en el título porque Zapatero tiene un ramalazo de iluminación y mesianismo, pero en absoluto es maquiavélico. Para serlo hay que tener una personalidad cercana a la del Príncipe que inspiró a Maquiavelo y entre Zapatero y Fernando El Católico hay un universo.

Eleva mucho el diapasón García Abab atribuyendo al presidente habilidades maquiavélicas; está por debajo de ellas, lo que me lleva a pensar si este libro, que con el boca oreja hará caja –contribuyendo yo con este artículo—, a lo mejor lo que pretende es elevar a Zapatero sobre su inconsistencia adornándole con maldades, comportamientos torticeros y actitudes prepotentes que se corresponderían mucho más con líderes de una envergadura de la que carece nuestro jefe del Gobierno.

Hay en el libro, creo, una doble intención: mutar al bambi en un tigre –lo que le confiere un estatuto de político bregado y experimentado, con conchas y adherencias- y quizás, al tiempo, un ánimo denunciatorio decepcionado. Tengo, en consecuencia, la convicción que éste es un libro ambivalente: sirve para denigrar la figura del Presidente, pero, al tiempo, también la mitifica elevando su personalidad a la categoría de la singularidad, de la rareza e, incluso, de cierta maldad. Es verdad que confirma a la derecha en todos sus temores sobre el personaje, pero es igualmente cierto que proyecta al secretario general del PSOE sobre una izquierda que recibe el mensaje de un dirigente que morirá –políticamente— matando. Y eso, a la izquierda, en el trance apurado que está viviendo, no deja de resultarle reconfortante.

Lo que José García Abad cuenta de Rodríguez Zapatero en su libro El Maquiavelo de León, en parte le halaga y en parte le denigra. Pero siendo el autor un periodista de militancia en la izquierda, determinadas afirmaciones resultan algo así como catárticas para el socialismo progresista. Tiene que ser duro para el PSOE que un afín ideológico sostenga que “este hombre aparentemente sencillo, no es lo que parece, o lo que nos pareció cuando alcanzó el poder”. Sobre esta supuesta decepción, García Abad traza a brochazos la personalidad del presidente del Gobierno: “Es, además, un artista del disfraz y un virtuoso en el ilusionismo y de las nubes de humo. Para él lo más importante no es el producto sino la venta del mismo; la doctrina y el proyecto político quedan supeditados a la cosecha de votos, al marketing, a lo que indiquen las encuestas”.