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Sobre el marasmo actual de España
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José Antonio Zarzalejos

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Sobre el marasmo actual de España

El pasado 27 de marzo se cumplieron los cincuenta años del fallecimiento de Gregorio Marañón quien, con Ortega y Pérez de Ayala, fundó la Agrupación para

El pasado 27 de marzo se cumplieron los cincuenta años del fallecimiento de Gregorio Marañón quien, con Ortega y Pérez de Ayala, fundó la Agrupación para la Defensa de la República, de la que tuvo que abjurar como el propio Ortega –“no es esto, no es esto”— pero que resultó ser uno de los grandes intelectuales españoles del siglo pasado. Releyendo las dimensiones de la obra de Marañón –qué decir de la de Ortega y Gasset—y listando las obras de otro hombre de letras y pensamiento que acaba de marcharse –Miguel Delibes, el escritor de la castellanía y de la introspección novelada del alma española–, se llega a la triste conclusión de que el hoy de España hay que leerlo en la descripción de estos clásicos porque no ha habido generación intelectual que los sustituya. Y en esa tarea, pocos –acaso ninguno— como el bilbaíno Miguel de Unamuno, cuyos ensayos siguen siendo –lo mismo que muchos textos de Marañón y Ortega— auténticas candelas que barren la oscuridad de la vida española presente.

“Atraviesa la sociedad española honda crisis; hay en su seno reajustes íntimos, vivaz trasiego de elementos, hervor de descomposiciones y recombinaciones, y por de fuera, un desesperante marasmo”, escribía en 1895 Unamuno en su ensayo El marasmo actual de España. Y añadía como si de nuestro país  hoy se tratase que “los unos adoran lo tozudo y llaman constancia a la petrificación; los otros plañen la penuria de caracteres, entendiendo por tales hombres de una pieza. Nos gobierna, ya la voluntariedad del arranque, ya el abandono fatalista”. No se quedaba ahí e insistía el catedrático de Salamanca que “se dilata por toda nuestra actual sociedad española una enorme monotonía, que se resuelve en atonía, uniformidad mate de una losa de plomo de ingente ramplonería”. Y remacha: “Es un espectáculo deprimente el del estado mental y moral de nuestra sociedad española (…) es una pobre conciencia colectiva homogénea y rasa. Pesa sobre todos nosotros una atmósfera de bochorno; debajo de una dura costra de gravedad formal se extiende una ramplonería comprimida, una enorme trivialidad y vulgachería”.  Continua Unamuno perfilando, como si de ahora se tratase, las características de la sociedad española diciendo de ella que “no hay corrientes vivas en nuestra vida intelectual y moral; esto es un pantano de agua estancada (…) bajo una atmósfera soporífera se extiende un páramo espiritual de una aridez que espanta”.

Los partidos, la juventud y la Prensa

Unamuno no era condescendiente tampoco con los partidos políticos de su época – ¿podrían aplicarse sus palabras a los que ahora tenemos?— al  afirmar en este ensayo que “nada (…) tan estúpido como la disciplina ordenancista de los partidos políticos. Tienen éstos sus ilustres jefes, sus santones, que tienen que oficiar de pontifical en las ocasiones solemnes, sea o no de su gusto el hacerlo, que descomulgan y confirman y expiden encíclicas y bulas; hay en ellos cismas, que resultan ortodoxias y heterodoxias y celebran concilios”.

Lo que el más universal de los bilbaínos escribe de la juventud podría proclamarse perfectamente contemporáneo: “Los jóvenes tardan en dejar el arrimo de las faldas maternas, en separarse de la placenta familiar y cuando lo hacen derrochan sus fuerzas más frescas en buscarse padrino que les lleve por esta sabana de hielo”.

¿Y de la crisis económica? El ensayista la aborda así: “la pobreza económica explica nuestra anemia mental; las fuerzas más frescas y juveniles se agotan en establecerse (…) pocas verdades más hondas que la de la que en la jerarquía de los fenómenos sociales los económicos son los primeros principios, los elementos (…) y no es nuestro mal la pobreza cuanto el empeño en aparentar lo que no hay”.

Arremete Unamuno contra los periódicos como se podría hacer –de hecho sucede— en nuestros días: “Es esta Prensa una verdadera balsa de agua encharcada, vive de sí misma; en cada redacción se tiene presente, no el público, sino las demás redacciones; los periodistas escriben unos para otros, no conocen al público ni creen en él. La literatura al por menor ha invadido la prensa, y aun de los periodistas mismos los mejores no son sino más o menos literatos de cosas leídas. La capacidad indígena de ver directa e inmediatamente y en vivo el hecho vivo, el que pasa por la calle, se revela en la falta de verdaderos periodistas”.

Y termino las citas –podría seguir con ellas— con una escalofriante y sentenciosa: “Es una desolación; en España el pueblo es masa electoral y contribuible. Como no se le ama, no se le estudia y como no se le estudia, no se le conoce para amarle”.

A esta situación denominaba Unamuno el “marasmo actual de España” en junio de 1895. El bilbaíno fue siempre un hombre un tanto taciturno y pesimista, pero de una esplendorosa lucidez. Sus ensayos –La agonía del cristianismo, La tradición eterna, La casta histórica de Castilla y otros—son retratos que han  devenido perennes sobre la idiosincrasia española. En tiempo de crisis –de marasmo—hay que retrotraerse a los hombres de la generación del 1898 y de 1927 y lamentarnos de que hoy, en España, no haya intelectualidad que hayan tomado el testigo de ese enorme patrimonio de ideas y pasiones, de pulsiones y reflexiones, de las que España necesitaría en abundancia para diagnosticar qué nos pasa y por qué nos pasa. Porque, como escribió Ortega, “nos pasa que no sabemos lo que nos pasa”, más allá de observar las mismas cosas que Unamuno vio y trató de conjurar. Sin embargo, el marasmo –en medio de un pesimismo general que nuestro presidente tiene por antipatriótico— tiene parentesco con el de hace ciento quince años.

El pasado 27 de marzo se cumplieron los cincuenta años del fallecimiento de Gregorio Marañón quien, con Ortega y Pérez de Ayala, fundó la Agrupación para la Defensa de la República, de la que tuvo que abjurar como el propio Ortega –“no es esto, no es esto”— pero que resultó ser uno de los grandes intelectuales españoles del siglo pasado. Releyendo las dimensiones de la obra de Marañón –qué decir de la de Ortega y Gasset—y listando las obras de otro hombre de letras y pensamiento que acaba de marcharse –Miguel Delibes, el escritor de la castellanía y de la introspección novelada del alma española–, se llega a la triste conclusión de que el hoy de España hay que leerlo en la descripción de estos clásicos porque no ha habido generación intelectual que los sustituya. Y en esa tarea, pocos –acaso ninguno— como el bilbaíno Miguel de Unamuno, cuyos ensayos siguen siendo –lo mismo que muchos textos de Marañón y Ortega— auténticas candelas que barren la oscuridad de la vida española presente.

Asociación de Periodistas de Tenis (APT)