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Las batallas perdidas que Mariano Rajoy no debería librar
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José Antonio Zarzalejos

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Las batallas perdidas que Mariano Rajoy no debería librar

Hay que agradecer al presidente del Gobierno que pelee por conseguir una recapitalización del sistema bancario español (una parte) al menor coste -en todos los sentidos-

Hay que agradecer al presidente del Gobierno que pelee por conseguir una recapitalización del sistema bancario español (una parte) al menor coste -en todos los sentidos- posible. Pero no hay que confundir los términos de la cuestión. Si ya se refirió al rescate como “línea de crédito” que “pagarán los bancos que la utilicen” -sin ser correctas técnicamente ninguna de estas afirmaciones- parece excesivo que, por perseverancia tozuda, salga del G-20 celebrado en Los Cabos (México) con un revolcón de los socios europeos. Tratar de separar el riesgo soberano del riesgo del sistema financiero (es decir, que la recapitalización a los bancos que lo precisen no afecte al volumen de nuestra deuda ni los intereses al déficit del Estado) es un voluntarismo innecesario y estéril.

Sencillamente: no hay mecanismo que permita una inyección directa del fondo de rescate -el actual o el que se ponga en marcha en julio- a los bancos. La ayuda lo será al FROB y de ella responderá el Estado; implicará condicionalidad -sectorial, e indirectamente, macroeconómica- y será supervisada por la troika. Eso es así y no hay modo de cambiarlo. Sólo si hubiera una unión bancaria -que no la hay-, o lo permitiesen los estatutos del Mede -que no lo permiten- esa solución sería posible. Ni siquiera la Comisión Europea podría acceder a las peticiones de Rajoy porque el fondo de estabilidad permanente está regulado por un acuerdo intergubernamental y alterarlo requiere el acuerdo de todos los Estados.

El presidente del Gobierno hace bien en batallar. Pero debe hacerlo en silencio, sin ese maldito megáfono que suele utilizar este Gobierno y que en la UE y en el FMI internacional disgusta profundamente. La escisión del riesgo soberano del bancario podía haberla planteado Rajoy de manera discreta, diplomáticamente silente, en los pasillos, con movimientos de lobista. No lo ha hecho y sale con una magulladura más de la incursión internacional en Los Cabos. Se prometió “diplomacia económica” y se ha practicado la contraria.

Mariano Rajoy está dando batallas que, además de estar de antemano perdidas, se desenvuelven en un terreno sutilísimo y con códigos para expertos. De ahí que su reputación internacional sufra, padezca su solidez y, a la postre, se produzca un efecto negativo de decepción y frustración

¿Nadie puede reparar en que no era éste el momento de enfrentarnos a Gran Bretaña -y a su poderosa plaza financiera de la City y a su agresiva prensa- a propósito de Gibraltar por más que la inmensa mayoría de los españoles sintamos que la soberanía británica sobre el Peñón es una arbitrariedad que atenta contra el derecho internacional?

¿Nadie podría haber aconsejado al PP que, por inconvenientes que fueran las declaraciones de Joaquín Almunia -que no lo eran tanto- estaba contraindicado pedir su dimisión siendo vicepresidente de la Comisión Europea y comisario de la Competencia y contando con el apoyo tanto de Barroso como de Van Rompuy?

¿Por qué alguien no le redactó al presidente del Gobierno el viernes pasado una breve nota de respuesta al informe del FMI que aconsejaba -a la voz de ya- incrementar el IVA, bajar los sueldos a los funcionarios y, entre otras cosas, suprimir las deducciones por compra de vivienda? ¿No hubiese sido mejor decir públicamente que el Gobierno iba a considerar inmediatamente el informe del Fondo antes que despacharlo con desdén suponiendo que era “uno más” y que no tenía intención de aplicar, de momento, ninguna de sus recomendaciones principales?

Mariano Rajoy está dando batallas que, además de estar de antemano perdidas, se desenvuelven en un terreno sutilísimo y con códigos para expertos. De ahí que su reputación internacional sufra, padezca su solidez y, a la postre, se produzca un efecto negativo de decepción y frustración. El presidente y su entorno -el inmediato y el Gobierno en su conjunto- deberían extraer algunas lecciones de sus últimas salidas al ruedo público, casi todas fallidas.

Tengo de Cristóbal Montoro la mejor opinión personal y profesional, pero no se le puede atribuir el don de la oportunidad. Dijo que no vendrían los hombres de negro, y están ahí. Y el lunes pedía a gritos desde el púlpito del Senado la intervención del BCE. ¿No sabe el ministro de Hacienda y Administraciones Públicas que en Europa se habla bajito y que en el BCE, cuando es emplazado públicamente, se actúa de manera contraria a la que se le reclama?

En definitiva, mucho cuidado con las batallas que se libran y están perdidas de antemano. Rajoy debe preservar la enorme baza que tiene en sus manos: una mayoría parlamentaria holgadísima y tres años y medio por delante. Puede tomar decisiones a manta de Dios y tan duras como sean necesarias. Y negociar conforme los usos y costumbres de sus pares en Europa a los que ha sorprendido un presidente tan estérilmente batallador.

Hay que agradecer al presidente del Gobierno que pelee por conseguir una recapitalización del sistema bancario español (una parte) al menor coste -en todos los sentidos- posible. Pero no hay que confundir los términos de la cuestión. Si ya se refirió al rescate como “línea de crédito” que “pagarán los bancos que la utilicen” -sin ser correctas técnicamente ninguna de estas afirmaciones- parece excesivo que, por perseverancia tozuda, salga del G-20 celebrado en Los Cabos (México) con un revolcón de los socios europeos. Tratar de separar el riesgo soberano del riesgo del sistema financiero (es decir, que la recapitalización a los bancos que lo precisen no afecte al volumen de nuestra deuda ni los intereses al déficit del Estado) es un voluntarismo innecesario y estéril.

Mariano Rajoy