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Rajoy y el primer ministro de las Islas Salomón
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José Antonio Zarzalejos

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Rajoy y el primer ministro de las Islas Salomón

Cuando Mariano Rajoy fue presentado en la cumbre de Rio+20 el miércoles como el “primer ministro de las islas Salomón”, nuestro presidente no se inmutó. Por

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Cuando Mariano Rajoy fue presentado en la cumbre de Rio+20 el miércoles como el “primer ministro de las islas Salomón”, nuestro presidente no se inmutó. Por el contario, se levantó, caminó pausado por el pasillo central hasta el atril y desgranó su intervención. No le pareció necesario rectificar el error de identificación que corrigió el presidente del plenario pidiéndole disculpas. La anécdota no es banal. Es más bien categórica. Porque sólo un político como Rajoy, que es capaz de no rectificar su propia condición en un asamblea planetaria, es igualmente capaz de sacar de sus casillas a Ángela Merkel. La canciller, ayer en Roma y por enésima vez, ante el mismo Rajoy inmutable de Río, reitero que el rescate bancario a España consiste en una transferencia de la UE al Estado español para que éste, a través del FROB, lo administre bajo la supervisión de la troika. Los miembros del Eurogrupo, en Luxemburgo, aleccionaban –también por enésima vez—al ministro de Economía, Luis de Guindos, en el mismo sentido y le pedían rapidez en la solicitud formal por el Gobierno del rescate de parte de nuestro sistema bancario.

Con la misma facundia con la que García Margallo declaró que Merkel  “siempre reacciona un cuarto de hora tarde”, Guindos sostuvo ayer que “al señor Juncker (presidente del Eurogrupo) a veces hay que explicarle las cosas”. O sea, que nuestro ministro de Economía vino a sugerir que Juncker es de entendederas limitadas. Con esta diplomacia de brocha gorda, es muy verosímil que en las cancillerías europeas quepa sospechar que el presidente Rajoy y sus ministros podrían serlo de cualquier otro país que no fuera España porque en sólo quince días han logrado desquiciar a la eurozona y sacar de sus casillas a Merkel y Juncker. Para algunos, un mérito, para otros, un demérito. Desde mi modesto punto de vista, un error, sobre todo cuando la tesis española dispone de la mejor abogada posible: la directora gerente del FMI, Lagarde. Que sea ella quien plantee la batalla de que las recapitalizaciones bancarias se hagan sin contaminar la deuda pública ni afectar al déficit.

Las cosas que comienzan mal suelen acabar peor. Cuando un Estado de la UE pierde su suficiencia financiera –vía recursos propios, vía crediticia—se le rescata en todo o en parte. Y eso es lo que le ha ocurrido a España con un sector de su sistema financiero. Suponer que semejante situación constituye un “éxito” resulta una simulación frustrante: sólo tiene de positivo que disponemos de socios que en un momento determinado nos ayudan con estrictas condiciones. Pretender que esa ayuda vaya directamente a los bancos sin contaminar la deuda soberana, es desconocer dolosamente las reglas del juego. Y proclamar que el “asunto está resuelto” cuando hasta julio no se firmará el Memorando de Entendimiento entre la UE y España, consiste, en el mejor de los casos un infantilismo y en el peor, una arrogancia presuntuosa. Somos la cuarta economía de la eurozona. No las islas Salomón. Sólo un político como Rajoy, que es capaz de no rectificar su propia condición en un asamblea planetaria, es igualmente capaz de sacar de sus casillas a Ángela Merkel

Toda esa energía resistente por parte del Presidente y del Gobierno tendría que dirigirse –y así se supone que será—a obtener las mejores condiciones para España en ese rescate: que la transferencia proceda del fondo temporal ahora vigente y no del MEDE para que esa deuda no sea de cobro preferente y disuada así a otros posibles inversores; que el interés del crédito sea lo más bajo posible; que el plazo de devolución de la deuda, el más largo que pueda lograrse y que la condicionalidad –la sectorial y la general—sea la que reste menos margen de maniobra al Gobierno y al legislativo españoles. Esa energía tozuda en empeñarse en alterar las reglas del juego se encauzó bien ayer bien en Roma con ese difuso pero esperanzador –aunque muy limitado—Plan de Crecimiento dotado con el 1% del PIB de la eurozona (130.000 millones de euros), que, al menos, es un gesto alemán que atiende más a Hollande que a Monti y Rajoy pero que implica un cierto reequilibrio con Alemania en la dirección que también pretendía España.

Por otra parte, entender las sugerencias del FMI (incremento del IVA, adelanto de la reforma de la vigencia de la edad de jubilación, supresión de las deducciones por compra de vivienda y reformas estructurales del gasto) y de la propia Comisión, como meras enunciaciones que se pueden asumir a beneficio de inventario, resulta una temeridad, porque cuando se comience la negociación de la letra pequeña del rescate bancario español en el Memorando de Entendimiento, se van a volver a plantear por la UE de forma perentoria y sin posible escapatoria para España cuando  los mercados –prima de riesgo e Ibex 35 se comportaron ayer de manera excelente— al descontar la llegada al FROB de no menos de 60.000 millones (quizá más) para recapitalizar todas las entidades financieras menos tres (Santander, BBVA y Caixa Bank).

El Gobierno español ha de ser correoso en las negociaciones, renuente a admitir todas las condiciones, pero ha de saber desenvolverse en el terreno de juego previamente establecido y con el arbitraje concertado en los tratados internacionales. Nuestro Ejecutivo tiene en estado de “cabreo” a buena parte de los países de la Unión Europea pertenecientes a la moneda única. No es que merezcan estos burócratas tan poco ágiles y dudosamente competentes especial consideración o respeto porque su gestión de la crisis está siendo penosa. Pero España está en ese club y aunque Rajoy haya sido confundido por el protocolo de Rio+20 como el “primer ministro de las islas Salomón”, es el presidente del Gobierno de España. No conviene jugar al trampantojo con los caimanes bruselenses, ni con los estrictos funcionarios germanos, ni con los “hombres de negro” del FMI. Es mejor suscitar simpatía que provocar irritación; aplicar puño de hierro en guante de terciopelo; mantener silencio cuando las críticas van contra los intereses nacionales y templar los nervios (fíjense en lo que les ha ocurrido al primer ministro griego y a su ministro de Fianzas, ambos en el hospital) en las situaciones de tensión. Jesús Posada, presidente del Congreso, no se confundirá cuando llamé al estrado al presidente del Gobierno en su comparecencia parlamentaria del 11 de julio (largo me lo fiais) para explicar este inescrutable culebrón político-diplomático.

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Cuando Mariano Rajoy fue presentado en la cumbre de Rio+20 el miércoles como el “primer ministro de las islas Salomón”, nuestro presidente no se inmutó. Por el contario, se levantó, caminó pausado por el pasillo central hasta el atril y desgranó su intervención. No le pareció necesario rectificar el error de identificación que corrigió el presidente del plenario pidiéndole disculpas. La anécdota no es banal. Es más bien categórica. Porque sólo un político como Rajoy, que es capaz de no rectificar su propia condición en un asamblea planetaria, es igualmente capaz de sacar de sus casillas a Ángela Merkel. La canciller, ayer en Roma y por enésima vez, ante el mismo Rajoy inmutable de Río, reitero que el rescate bancario a España consiste en una transferencia de la UE al Estado español para que éste, a través del FROB, lo administre bajo la supervisión de la troika. Los miembros del Eurogrupo, en Luxemburgo, aleccionaban –también por enésima vez—al ministro de Economía, Luis de Guindos, en el mismo sentido y le pedían rapidez en la solicitud formal por el Gobierno del rescate de parte de nuestro sistema bancario.

Mariano Rajoy