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Insoportable soliloquio hamletiano en la Moncloa
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José Antonio Zarzalejos

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Insoportable soliloquio hamletiano en la Moncloa

Fuese la madrina alemana a sus lares y habló el banquero italiano, dejando en la Moncloa a un Rajoy que musitaba el inmortal soliloquio: “Ser o

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Fuese la madrina alemana a sus lares y habló el banquero italiano, dejando en la Moncloa a un Rajoy que musitaba el inmortal soliloquio: “Ser o no ser, es la cuestión ¿Qué debe optar el alma noble entre sufrir de la fortuna impía el porfiador rigor, o rebelarse contra un mar de desdichas, y afrontándolo, desparecer con ellas?”. El Hamlet de William Shakespeare que en la escena primera del tercer acto de la tragedia encarna la duda existencial parece haberse corporeizado en nuestro presidente del Gobierno, al que no le cuadra el consejo de Benjamín Franklin para el que “la peor decisión es la indecisión” y, en cambio, se adhiere a Napoleón cuando sostuvo que “nada es más difícil que decidir”.

Cierto, Mariano Rajoy se enfrenta a la más complicada de las decisiones, la de pedir o no el rescate para España. Hacerlo significaría que pasaría a los libros de historia como el gobernante que enajenó -en todo o en parte- una soberanía ya precaria; que sometió al país a la estigmatización de los Estados menos poderosos y que cruzó la frontera de su propia suerte política. Cierto, nada más difícil que decidir, especialmente en un hombre que pertenece a la estirpe de los infelices que, según el poeta Henrich Heine, son aquellos en “los que la indecisión se ha hecho costumbre. Él podrá defenderse con Francis Bancon (“la duda es la escuela de la verdad”) y con el mismísimo Aristóteles, para quien la duda era el principio de la sabiduría”. Filosofía y literatura aparte, Mariano Rajoy tiene un mandato que es el de gobernar. Ha venido cumpliéndolo de forma perpleja y espasmódica. Tanto que ha confesado que la realidad -¿la desconocía?, ¿acaso no pretendía cambiarla?- le ha impedido cumplir con su programa electoral. ¿Candidez o cinismo? Simplemente, desconcierto. El presidente debe tomar una decisión sobre el rescate ya, sin eludir por más tiempo la realidad que tanto desagrado le produce. Si no lo pide, debe decirlo de inmediato porque la incertidumbre es corrosiva para la estabilidad. Y si lo pide, también ha de decirlo sin tardanza. Algunas esperas -como las de los Presupuestos por las elecciones andaluzas- deben ser desechadas por tácticas y arriesgadas. Ha tenido tiempo Rajoy para pensarlo, datos para valorarlo y cálculo de lo que nos ocurrirá

Pero el presidente tiene ya todas las cartas sobre la mesa. El desempleo se come las partidas presupuestarias asignadas; los ingresos fiscales no alcanzan las previsiones pese al incremento del IVA y de Sociedades; los recortes en los servicios públicos son insuficientes para su financiación; el desempleo destroza los cálculos para su subsidio, el servicio de la deuda genera un gasto estructural creciente e inabarcable y el Estado autonómico propicia un déficit primario que reclama una reforma que ni siquiera se ha formulado. La amnistía fiscal ha sido un fiasco recaudatorio. Se han acometido tres reformas financieras (¿quién pondrá riesgo y dinero en el banco malo?), una laboral y otra sanitaria, está en ciernes la educativa… y quedan más. Se ha pedido el rescate bancario -¿por qué se dilata la transferencia de fondos al FROB?- y, ahora, el BCE ofrece comprar deuda soberana con vencimientos entre uno y tres años, sin carácter preferente ni limitación de importe. Reclama para poner en marcha este mecanismo, primero, una petición formal y, después, una “estricta condicionalidad” que, en el caso español, no sabemos si iría a medidas más duras de las ya adoptadas. Nos ha visitado la canciller de teflón, que ha elogiado a Rajoy en una actitud de ánimo y de advertencia a la vez. Cascada de elementos de juicio para una determinación.

El presidente debe tomar la decisión ya, sin eludir por más tiempo la realidad que tanto desagrado le produce. Si no pide el rescate, debe decirlo de inmediato porque la incertidumbre es corrosiva para la estabilidad. Y si lo pide, también ha de decirlo sin tardanza. Algunas esperas -como las de los Presupuestos por las elecciones andaluzas- deben ser desechadas por tácticas y arriesgadas. Ha tenido tiempo Rajoy para pensarlo, datos para valorarlo y cálculo de lo que nos ocurrirá si pide el rescate o si no lo hace. El BCE ha actuado  como se le pidió que lo hiciera y el Tribunal Constitucional de la República Federal de Alemania se pronunciará el día 12 sobre el MEDE, el fondo de rescate permanente que podría complementar la acción de la entidad que preside Mario Draghi.

Hemos soportado desde el mes de diciembre pasado la imprevisibilidad de los viernes de dolores y el soliloquio hamletiano de nuestro galaico presidente. Hemos leído en ABC un contradios político como es el de que un gobernante atribuya a la realidad el fracaso de su programa electoral. Las empresas le han levantado la voz cerrando Garoña, hartas de sus dilaciones, y le han quebrado su compromiso -otro más- programático en reciprocidad a la torpeza de Industria y Hacienda. Hemos tenido –tenemos- una paciencia infinita porque seguramente la única alternativa a Rajoy es Rajoy y la del PP es el PP. Pero basta ya de la ciceroniana actitud del presidente (“Hablo pero no puedo afirmar nada; buscaré siempre; dudaré con frecuencia y desconfiaré de mí mismo” escribió Cicerón) porque de continuar en su soliloquio, en esa soledad gélida y resbalosa que le hace distante e impenetrable, va a conseguir que la sociedad española elija en las próximas elecciones generales a un siquiatra en vez de a un dirigente político. Decida, presidente, decida y olvídese ya de Hamlet. Porque la indecisión es la peor decisión. No lo digo yo, sino Benjamín Franklin que fue alguien importante que conocía el oficio al que usted se dedica y para el que le hemos elegido ¡con mayoría absoluta!

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Fuese la madrina alemana a sus lares y habló el banquero italiano, dejando en la Moncloa a un Rajoy que musitaba el inmortal soliloquio: “Ser o no ser, es la cuestión ¿Qué debe optar el alma noble entre sufrir de la fortuna impía el porfiador rigor, o rebelarse contra un mar de desdichas, y afrontándolo, desparecer con ellas?”. El Hamlet de William Shakespeare que en la escena primera del tercer acto de la tragedia encarna la duda existencial parece haberse corporeizado en nuestro presidente del Gobierno, al que no le cuadra el consejo de Benjamín Franklin para el que “la peor decisión es la indecisión” y, en cambio, se adhiere a Napoleón cuando sostuvo que “nada es más difícil que decidir”.