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Aguirre y las alarmas que deben sonar en el PP
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José Antonio Zarzalejos

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Aguirre y las alarmas que deben sonar en el PP

Todas las razones que expuso Esperanza Aguirre son, sin duda, ciertas. Son todas las que se dijeron pero no se dijeron todas las que explican su

Todas las razones que expuso Esperanza Aguirre son, sin duda, ciertas. Son todas las que se dijeron pero no se dijeron todas las que explican su decisión. La presidenta de Madrid -sin decirlo, pero transmitiéndolo- se ha ido porque le ha volado la ilusión, porque el PP le aburría, porque sentía que estaba quemando los días en una acción política gubernamental de su partido que no compartía. No asumía la política económica -las subidas de impuestos- que ella quería más liberal; tampoco los criterios mullidos de algunos ministros; en absoluto los silencios presidenciales; no compartía, en definitiva, el alma, el espíritu del actual PP que, en su deseable moderación, no ha sabido aderezarla de viveza, rapidez y energía. La secuencia de los acontecimientos revela que este análisis anterior puede estar muy próximo a la realidad. Aguirre decide irse; se lo cuenta al presidente del Gobierno y del PP por la mañana; a primera hora de la tarde lo comunica y en el mismo acto designa a su sucesor sin dar pábulo a que sea el partido el que lo designe. Porque, además de González, Lucía Figar, estaba en esa carrera. ¿Alguien tiene el bastón del mando en el partido?

Que Aguirre se marche, y que lo haga como lo ha hecho, aun cuando sus razones sean de peso, dejan espacio para una contemplación un tanto preocupada y preocupante del funcionamiento del partido que ganó las elecciones el 20-N y que se ha desgastado hasta la extenuación en apenas nueve meses. Aguirre y su decisión es el síntoma

Cuando el país está empantanado; con la crisis crepitando en la recta del rescate; con la cuestión catalana planteada en términos de independencia o secesión; a las puertas de dos elecciones autonómicas sustanciales y con los sindicatos en la calle, la marcha de Aguirre abre un boquete, genera una galerna y suscita alarmas. En UPyD deben estar batiendo palmas porque la trinchera de Aguirre frente a Rosa Díez era casi inexpugnable. La presidenta ejecutó su representación a la perfección y dejó colgado al partido y perpleja a la opinión pública. ¿Qué pensará Rajoy? No ha de creer que se quita un problema si es que Aguirre lo era -que lo era en ocasiones varias-, sino, por el contrario, que añade un hito más en la desertización que provoca en su derredor. Aguirre era de la antigua guardia, como Cascos, como Acebes, como Rato, como Mayor y todos ellos, según cada cual, están en el retiro, en la disidencia o en la conspiración.

Madrid era -y es- un baluarte del PP. Rajoy, encapsulado, debe preocuparse por el estado de ánimo de sus dirigentes, hablar con ellos, entrar en una complicidad que haga urdimbre y argamasa de un proyecto político compartido. Aguirre estará cansada, sí; querrá disfrutar con su familia, desde luego; piensa que la política es una estancia y no una renta vitalicia, por supuesto. Pero la tristeza que transmitió en su comparecencia pública ayer sólo era comparable al estoconazo que propinó al partido que lidera Mariano Rajoy. Al que quizás tampoco importe demasiado la marcha de Aguirre, ni que designe por su cuenta un sucesor con el que que ha tenido sus más y sus menos. Pero si así fuere, Rajoy se confunde. Porque la marcha de Aguirre -que podía haberse producido en otras condiciones, conforme a otro calendario, en función de circunstancias más favorables- es un testimonio mudo de desinterés y, a la vez, de impotencia.

Las alarmas deben sonar en el PP, Rajoy ha de cambiar sus modos de conducirse como presidente y como líder del partido, la secretaria general del PP ha de ser a tiempo completo, el partido debe acompañar al Gobierno, el Ejecutivo no puede seguir siendo escenario de batallas entre ministerios; los barones populares han de ser disciplinados y colaboradores… y todo eso se consigue con un proyecto que ahora no existe. Que Aguirre se marche, y que lo haga como lo ha hecho, aun cuando sus razones sean de peso, dejan espacio para una contemplación un tanto preocupada y preocupante del funcionamiento del partido que ganó las elecciones el 20-N y que se ha desgastado hasta la extenuación en apenas nueve meses. Aguirre y su decisión es el síntoma. El mal exige cirugía y sólo queda ya un facultativo al que parece temblarle la mano y receta la espera por todo remedio. Discrepando con Aguirre; divergiendo con Aguirre; considerando a Aguirre tantas veces confundida, su marcha es una pérdida para el PP en su aquí y en su ahora. Quizás no lo fuera más adelante y en otras circunstancias. Y por eso –y por muchas más cosas (el PP vasco, Monago, la Andalucía perdida, los malos quereres internos)-, alguien debe hacer sonar la alarma en Génova 13 para que se oiga en Moncloa. Tanto como se ha oído el campanazo de Esperanza Aguirre y Gil de Biedma que ha sido fiel a sí misma tanto con sus amigos como, sobre todo, con sus adversarios y compañeros de partido. Y el que quiera entender, que entienda.

Todas las razones que expuso Esperanza Aguirre son, sin duda, ciertas. Son todas las que se dijeron pero no se dijeron todas las que explican su decisión. La presidenta de Madrid -sin decirlo, pero transmitiéndolo- se ha ido porque le ha volado la ilusión, porque el PP le aburría, porque sentía que estaba quemando los días en una acción política gubernamental de su partido que no compartía. No asumía la política económica -las subidas de impuestos- que ella quería más liberal; tampoco los criterios mullidos de algunos ministros; en absoluto los silencios presidenciales; no compartía, en definitiva, el alma, el espíritu del actual PP que, en su deseable moderación, no ha sabido aderezarla de viveza, rapidez y energía. La secuencia de los acontecimientos revela que este análisis anterior puede estar muy próximo a la realidad. Aguirre decide irse; se lo cuenta al presidente del Gobierno y del PP por la mañana; a primera hora de la tarde lo comunica y en el mismo acto designa a su sucesor sin dar pábulo a que sea el partido el que lo designe. Porque, además de González, Lucía Figar, estaba en esa carrera. ¿Alguien tiene el bastón del mando en el partido?