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Ni la “algarabía” del presidente ni la “quimera” del Rey
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José Antonio Zarzalejos

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Ni la “algarabía” del presidente ni la “quimera” del Rey

Causa consternación, es decir, abatimiento, la falta de propiedad con la que se utilizan las palabras por las más altas magistraturas del Estado cuando se refieren

Causa consternación, es decir, abatimiento, la falta de propiedad con la que se utilizan las palabras por las más altas magistraturas del Estado cuando se refieren a los delicados acontecimientos que están sucediendo en Cataluña. Si el presidente del Gobierno se refirió a la Diada como a una “algarabía” (confusión por griterío), el jefe del Estado, S. M. el Rey, en una comunicación emitida desde la página web de su Casa, dio ayer a entender que el independentismo que cientos de miles de catalanes parecen desear sería “perseguir una quimera”, esto es, una ilusión, una mera fantasía. Ambas expresiones no están a la altura de la gravedad de las circunstancias. Unas circunstancias que requieren: 1) un mensaje claro que llame a recuperar la unidad emocional entre unos y otros en torno a los principios constitucionales, 2) un llamamiento a la evidente necesidad de revisar situaciones -de Cataluña y de otras comunidades y, en general, derivadas del modelo de Estado- que plantean situaciones injustas o desequilibradas, 3) una reclamación de máxima responsabilidad por parte de los partidos políticos y las instituciones y 4) una explícita petición de que todas las instancias sociales de Cataluña con las del resto de España hagan un renovado esfuerzo de empatía.

No hay otra alternativa que intentar recomponer la situación, sin que quepa apelar -es un auténtico desatino- al artículo 8 de la Constitución, El rol de los reyes tiene una justificación plena en las democracias modernas cuando se producen coyunturas de máxima desestabilización. El día 25, Don Juan Carlos, desde el Palacio de Pedralbes, ha de hacer un gran discurso que remita al olvido la domestica nota que se publicó ayer en la recién estrenada web de su Casaque encomienda las Fuerzas Armadas la defensa de la integridad territorial de España, ni vociferar que se aplique el 155 del mismo texto legal, que habilita para, en determinadas circunstancias, suspender la autonomía, en este caso, de Cataluña. Estamos en el siglo XXI, somos miembros de una Unión Europea en la que algunos de cuyos Estados -Reino Unido, Bélgica- existen tensiones secesionistas y disponemos de capacidad de negociación y de entendimiento para encauzar la cuestión catalana si se emplea la dialéctica adecuada y la gestión de la alta política. Calificar lo que sucedió el 11-S en Barcelona como “algarabía” o como “quimera” es por completo inadecuado. Porque banaliza la importancia del asunto -un asunto de Estado-, porque podría humillar a muchos ciudadanos de Cataluña que ponen en su reclamación independentista quilates emocionales y políticos y porque ese lenguaje es impropio para la descripción del problema.

Causa consternación, es decir, abatimiento, la falta de propiedad con la que se utilizan las palabras por las más altas magistraturas del Estado cuando se refieren a los delicados acontecimientos que están sucediendo en Cataluña. Si el presidente del Gobierno se refirió a la Diada como a una “algarabía” (confusión por griterío), el jefe del Estado, S. M. el Rey, en una comunicación emitida desde la página web de su Casa, dio ayer a entender que el independentismo que cientos de miles de catalanes parecen desear sería “perseguir una quimera”, esto es, una ilusión, una mera fantasía. Ambas expresiones no están a la altura de la gravedad de las circunstancias. Unas circunstancias que requieren: 1) un mensaje claro que llame a recuperar la unidad emocional entre unos y otros en torno a los principios constitucionales, 2) un llamamiento a la evidente necesidad de revisar situaciones -de Cataluña y de otras comunidades y, en general, derivadas del modelo de Estado- que plantean situaciones injustas o desequilibradas, 3) una reclamación de máxima responsabilidad por parte de los partidos políticos y las instituciones y 4) una explícita petición de que todas las instancias sociales de Cataluña con las del resto de España hagan un renovado esfuerzo de empatía.