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La escandalosa simulación de una Conferencia extravagante
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José Antonio Zarzalejos

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La escandalosa simulación de una Conferencia extravagante

La Conferencia de Presidentes (autonómicos) fue una ocurrencia de Zapatero -una entre otras muchas- que este Gobierno tampoco ha desmontado. Ni como órgano de coordinación, ni

La Conferencia de Presidentes (autonómicos) fue una ocurrencia de Zapatero -una entre otras muchas- que este Gobierno tampoco ha desmontado. Ni como órgano de coordinación, ni de decisión, ni siquiera de debate, está prevista en norma alguna, carece de regularidad en sus sesiones, sus acuerdos no son vinculantes en ningún aspecto y no pueden suplantar a los órganos sectoriales de enlace entre la Administración General del Estado y las Comunidades Autónomas (existen en buen número en forma de Comisiones y Conferencias, con sus respectivos reglamentos), y, en especial, al Consejo de Política Fiscal y Financiera. Se trata, en consecuencia, de un oropel inútil -no hay memoria de la más mínima efectividad de sus acuerdos en sus cinco reuniones- que ayer perpetró una simulación o fingimiento verdaderamente escandaloso porque no estando los presidentes autonómicos de acuerdo en ningún tema sustancial con el Gobierno y tampoco éste con aquellos, dio a luz una nota que glosó en lánguida rueda de prensa el jefe del Gobierno cuyo inexpresivo rostro daba buena cuenta de la impostura de la unanimidad que se proclamaba. Y a la que siguieron otras hasta la extenuación a escala reducida pero replicante de la de Mariano Rajoy.

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Los presidentes y el Gobierno eludieron ayer todas estas cuestiones que hubiesen dado contenido oficioso al encuentro: el modelo de Estado que la Generalidad de Cataluña -con un Mas que, al contrario de lo que hiciera Ibarretxe en alguna ocasión, acudió pudiendo no hacerlo- ha puesto en cuestión hasta el extremo de plantear un proceso de secesión; no hubo discusión sobre la financiación autonómica que se remitió a un grupo de trabajo -recurso típico para driblar la cuestión- cuyas conclusiones se esperan ad calendas graecas; no hubo acuerdo -aunque no se cita el disenso- sobre la forma en la que el Gobierno ha repartido el déficit total del Estado en los Presupuestos de 2013 y sólo se llegó a un compromiso etéreo de contemplarlo para el ejercicio de 2014 (largo lo fían). Y si todas esas cuestiones se eluden, ¿cómo no va a ser un éxito una reunión vacía de contenido, concluida con una nota conjunta repleta de generalidades y rellenos semánticos? Por supuesto, a nadie le gusta el déficit que tenemos y todos desearíamos una economía competitiva, y que la UE implementase los acuerdos del último Consejo Europeo y que las administraciones funcionasen mejor. Pasmosas obviedades que se hicieron pasar por hercúleos consensos.

La realidad no es -otra vez la política virtual frente a la dura realidad- diferente a ésta: las comunidades del PP (especialmente Valencia, Baleares, Aragón y Madrid) discrepan abiertamente de los Presupuestos Generales del Estado; las presididas por socialistas (Asturias, País Vasco y Andalucía) no comparten en absoluto la política económica del Gobierno; dos comunidades, la vasca y la foral navarra, están al margen de los criterios de solidaridad en función de su concierto y convenio, respectivamente y, de nuevo, hay que mencionar la situación catalana cuyo ámbito de debate y discusión no puede ser una Conferencia de esta naturaleza sino que requiere una interlocución entre la Generalidad y el Gobierno de España y, en el futuro, en las Cámaras legislativas. No se sabe muy bien si alguien tuvo en cuenta este cuadro de situación para la convocatoria, más aún cuando era el día predeterminado para conocer los pésimos datos del paro registrado en septiembre (80.000 más) y el número de afiliaciones a la Seguridad Social (86.000 menos). Y con el rescate a vueltas, asunto que tampoco abordaron los presiente autonómicos con el del Gobierno porque, todo contacto con la realidad, provocaría un incómodo sarpullido de disenso.

A estas alturas, los análisis compasivos y las fotos de oportunidad para “enviar un mensaje de unidad” (como si los del FT o WSJ fuesen lelos o la Comisión en Bruselas no conociese el paño o Draghi fuese tonto, o Merkel desavisada) no resultan argumentos convincentes. Esta política virtual es la que causa estragos en la consideración de la ciudadanía hacia las capacidades resolutorias de la gestión que ejecutan nuestros dirigentes. El olfateo del fingimiento -además, extravagante- era ayer general. En horas la “unanimidad” del inútil texto que suscribieron los participantes se esfumará y pasaremos de un remedo de orfeón a una sucesión de solistas desafinados. Mientras tanto, el Senado, que habría de ser la Cámara territorial de primera lectura legislativa en materia autonómica, sede de comparecencias periódicas y reglamentadas de los presidentes autonómicos y nexo de articulación efectiva del declinante Estado autonómico (¡ni Mas lo llegó a descalificar en un ejercicio de indiferencia que transparenta la impostura de unos y de otros!) sigue convertido en un nicho institucional en el que vivaquean políticos, muchos en fase de prejubilación u ostracismo. Con actos como los de ayer, por eso, la sensación de vértigo ciudadano, lejos de remitir, arrecia.

La Conferencia de Presidentes (autonómicos) fue una ocurrencia de Zapatero -una entre otras muchas- que este Gobierno tampoco ha desmontado. Ni como órgano de coordinación, ni de decisión, ni siquiera de debate, está prevista en norma alguna, carece de regularidad en sus sesiones, sus acuerdos no son vinculantes en ningún aspecto y no pueden suplantar a los órganos sectoriales de enlace entre la Administración General del Estado y las Comunidades Autónomas (existen en buen número en forma de Comisiones y Conferencias, con sus respectivos reglamentos), y, en especial, al Consejo de Política Fiscal y Financiera. Se trata, en consecuencia, de un oropel inútil -no hay memoria de la más mínima efectividad de sus acuerdos en sus cinco reuniones- que ayer perpetró una simulación o fingimiento verdaderamente escandaloso porque no estando los presidentes autonómicos de acuerdo en ningún tema sustancial con el Gobierno y tampoco éste con aquellos, dio a luz una nota que glosó en lánguida rueda de prensa el jefe del Gobierno cuyo inexpresivo rostro daba buena cuenta de la impostura de la unanimidad que se proclamaba. Y a la que siguieron otras hasta la extenuación a escala reducida pero replicante de la de Mariano Rajoy.