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Ignacio González, el hombre estratégico del PP
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José Antonio Zarzalejos

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Ignacio González, el hombre estratégico del PP

 La izquierda política no puede –o no sabe- dar la batalla al Partido Popular. Bien porque el PSOE atraviesa por una crisis tan dilatada como profunda,

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La izquierda política no puede –o no sabe- dar la batalla al Partido Popular. Bien porque el PSOE atraviesa por una crisis tan dilatada como profunda, bien porque Izquierda Unida, aunque en ascenso, es una organización fragmentada en sus estrategias debido a su federalización territorial. La réplica al PP ni siquiera se la están ofreciendo las grandes centrales sindicales –CCOO y UGT- que han convocado dos huelgas generales con más pena que gloria. Hasta el momento, los movimientos populares tampoco han sido demasiado robustos y algunos como el 15-M (indignados) y “rodea el Congreso”, se han comportado con ciclotimia y escasa perseverancia. De tal manera que las fortalezas de Mariano Rajoy son, en alguna medida, las debilidades de sus adversarios. Su comparecencia de ayer demuestra que está gobernando sin una real oposición.

Madrid se ha convertido en el escenario de un pulso para una confrontación izquierda-derecha y para medir el grado de resistencia de la administración madrileña del PPSin embargo, la izquierda social –tomando esta calificación con algunos matices–, tras fracasar con la llamada ‘marea verde’ contra los recortes de Esperanza Aguirre en la escuela pública en Madrid, ha puesto en marcha desde hace un mes la ‘marea blanca’: una buena parte de los profesionales de la sanidad pública se han plantado ante la decisión del Gobierno de Ignacio González de optar por la gestión indirecta, privada, de seis hospitales de la comunidad y más de medio centenar de centros de salud. Cinco semanas de movilización y huelgas (40.000 consultas suspendidas, más de 6.000 cirugías aplazadas) no impidieron, sin embargo, que el jueves, el Parlamento autonómico aprobase la ley de acompañamiento presupuestario para 2013 con la habilitación para convocar los concursos para la gestión privada de parte del sistema público sanitario de la comunidad. Desde entonces, se ha producido, además, una cascada de renuncias de facultativos en responsabilidades de dirección y asesoramiento. La huelga ha sido desconvocada, de momento, pero no es más que un paso atrás para tomar impulso. El experimento político se ha puesto en marcha y no se va a parar. Los trabajadores de la sanidad pública, se toman un respiro, acudirán a los tribunales y preparan nuevas movilizaciones prevista para el mes de enero.

Coincidiendo con la ‘marea blanca’, los trabajadores de Telemadrid han paralizado prácticamente la TV autonómica –destinada a ser clausurada o cedida a la gestión particular– y ya está anunciada una huelga en el metro madrileño durante la tarde-noche de Reyes. Según González, los paros y huelgas han costado a la economía madrileña durante 2012 del orden de 1.700 millones de euros, razón por la que, con apoyo expreso de UPyD, el presidente madrileño ha reclamado del Gobierno una ley que regule el ejercicio de este derecho constitucional que ayer Mariano Rajoy descartó por completo y con manifiesto desapego a la petición de González.

Mientras para la izquierda el mantenimiento de la gestión pública de la sanidad es un criterio más ideológico que de eficiencia, para el liberalismo que el actual Gobierno autónomo de Madrid representa, la gestión privada de la sanidad pública es, inicialmente, una medida de eficacia y de ahorro y, sólo después, de preferencia ideológica. Pero, en cualquier caso, Madrid, con este racimo de graves y sostenidos conflictos,  se ha convertido en el escenario de un pulso, que algunos denominan laboratorio y otros banco de pruebas, para una confrontación izquierda-derecha y para medir el grado de resistencia de la administración madrileña del PP que ha sido la más decidida en sus políticas presupuestarias. De tal manera que si la ‘marea blanca’ –que busca el contagio a otras comunidades- tumbase a González, ahora o cuando se lleve a cabo la adjudicación de la gestión de los hospitales y centros de salud, y le hiciese retractarse de sus decisiones, se estará quebrando el espinazo del PP en la comunidad más emblemática de los populares. Y si así sucediera, ya pueden los populares despedirse de la capital y de la comunidad en las próximas elecciones municipales y autonómicas. De ahí que para el PP sea imprescindible que González no muerda el polvo: ni en la sanidad, ni en la televisión autonómica, ni en los paros del transporte. El presidente madrileño es ahora el dirigente más importante y estratégico del PP.

Los errores que ha cometido el Gobierno autonómico, ciertamente, son de libro y tienen que ver con los métodos más que con el fondo de la cuestión.  Ha perdido la batalla de la opinión pública a la que le resulta difícil entender la externalización de la gestión de un centro hospitalario de la privatización del mismo sin que ello afecte a la gratuidad de sus prestaciones. Ha perdido la batalla de la persuasión porque antes de decidir –por mucha fuerza y legitimidad política que se tenga para ello- hay que tratar de entretejer complicidades y comprensiones en los colectivos directamente afectados. Y ha perdido todo el terreno en el ámbito de la información, esto es, del por qué y del para qué de la gestión particular de hospitales y centros de salud y el balance exitoso de estos modelos de gestión en otras comunidades y países. Estas derrotas tienen ya mal arreglo, aunque todavía no sean irreversibles. La cuestión de fondo –tratar de manejar más austeramente la sanidad a través de una gestión particular profesionalizada y siempre tutelada por la administración autonómica– puede ser correcta aunque reporte un potencial y legítimo beneficio a la empresa adjudicataria. Pero hay que explicarlo con paciencia y accesibilidad.  

Los errores que ha cometido el Gobierno autonómico, ciertamente, son de libro y tienen que ver con los métodos más que con el fondo de la cuestiónGonzález, ahora, necesita el apoyo del Gobierno de Rajoy. El presidente estuvo ayer en su comparecencia tibio con González (recurrirá el euro por receta que la Asamblea de Madrid aprobó también el jueves), al que tiene el mismo aprecio que el presidente de Madrid le profesa a él como es público y notorio desde marzo de 2008. Sin embargo, lo que está en juego en Madrid y su Comunidad es que en mayo de 2015 el PP pueda obtener mayorías absolutas luego de que en Valencia esté descontado que la izquierda arrebatará el poder a un PP en hemorragia por la corrupción y el desconcierto. Si en este envite fracasa el PP, le quedarían Galicia, Castilla-León, La Rioja y las dos ciudades autónomas. El resto, puede darlas por perdidas.  De ahí que la Moncloa tenga que ofrecer apoyos a Madrid. Las relaciones no parecen, sin embargo, que sean fluidas. Ayer (diario Expansión), el consejero de economía y hacienda, Enrique Ossorio, enunciaba que el Estado ha paralizado una emisión de deuda por importe de 1.200 millones de euros (habría entidades financieras dispuestas a suscribirla) y se negaba a secundar las peticiones de Montoro que pretende que Madrid active el impuesto sobre el Patrimonio que es una de las chances que González tiene frente a comunidades como Cataluña, que acaba de disminuir el mínimo exento y aumentar los tipos para obtener una recaudación de 93 millones de euros. En la Real Casa de Correos se cree que Madrid podría beneficiarse del efecto Depardieu que se está produciendo en la comunidad catalana.

González y Fernández Lasquetty tienen que ganar esta partida para que no la pierda el PP, ofreciendo alguna salida digna a los profesionales del sector, sobre la base de hacer ver a los ciudadanos la razonabilidad de una decisión procedimentalmente adoptada, sin embargo, con prepotencia. Hay cosas que podía hacer Aguirre que González no se puede permitir. Entre otras, confrontar con el Ejecutivo de Rajoy –jamás debió la comunidad desafiar el criterio del Gobierno en el euro por receta- y, entre otras, adoptar medidas tan importantes y con tanto impacto público como la autorización legislativa para la externalización de la gestión sanitaria a través de una ley escoba que elude el debate normativo en la Asamblea y ofrece la peor de las percepciones de una mayoría absoluta de la que no se debe abusar. González –insisto, estratégico ahora para el PP- ha recibido un aviso muy serio. Tendrá que cambiar estilo y procedimientos. Y ganar un poco más de simpatía de la que ahora concita en su propio partido, tanto en Génova como en las demás baronías autonómicas. 

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La izquierda política no puede –o no sabe- dar la batalla al Partido Popular. Bien porque el PSOE atraviesa por una crisis tan dilatada como profunda, bien porque Izquierda Unida, aunque en ascenso, es una organización fragmentada en sus estrategias debido a su federalización territorial. La réplica al PP ni siquiera se la están ofreciendo las grandes centrales sindicales –CCOO y UGT- que han convocado dos huelgas generales con más pena que gloria. Hasta el momento, los movimientos populares tampoco han sido demasiado robustos y algunos como el 15-M (indignados) y “rodea el Congreso”, se han comportado con ciclotimia y escasa perseverancia. De tal manera que las fortalezas de Mariano Rajoy son, en alguna medida, las debilidades de sus adversarios. Su comparecencia de ayer demuestra que está gobernando sin una real oposición.

Ignacio González