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Camelo, secretismo y plasma (la idiocia ciudadana)
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José Antonio Zarzalejos

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Camelo, secretismo y plasma (la idiocia ciudadana)

“Crece el divorcio entre los políticos y los ciudadanos y existe una amenaza cierta de caer en el más puro nihilismo político. La conocida máxima de

“Crece el divorcio entre los políticos y los ciudadanos y existe una amenaza cierta de caer en el más puro nihilismo político. La conocida máxima de ‘No nos representan’ ha dejado de ser un eslogan de grupos minoritarios de indignados para ser compartido por sectores cada vez más amplios de la sociedad española”.

El párrafo anterior está transcrito del paper del Círculo Cívico de Opinión, que es un think tank integrado por un elenco de catedráticos e intelectuales de gran peso y consistencia, dedicado a la corrupción y publicado el pasado día 18 de febrero. No se trata, en consecuencia, de un aserto demagógico ni populista, sino de la constatación de una realidad social que podría traducirse de la siguiente manera: la clase política española insulta a la inteligencia de los ciudadanos creyendo que de ellos se enseñorea la idiocia -es decir, una especie de oligofrenia- lo que les permite comportamientos arbitristas y discursos mendaces.

Tres ejemplos ilustran sobre el vejatorio tratamiento de los políticos a los ciudadanos:

Rajoy extrae argumentos del pleistoceno político para desmentir la crisis actual de la Monarquía, dejando boquiabiertos a los que no vivieron aquellos acontecimientos y a los que sí lo hicimos intensamente y estamos hartos de que el futuro de esa institución se justifique en su pasadoEl primero consiste en la creación verbal de realidades virtuales mediante tesis-camelo. El presidente del Gobierno alude a la “pujanza” de la Monarquía sustentándola en los méritos que contrajo el Rey hace 38 años (la Transición) y a propósito del frustrado golpe de Estado (hace 32), cuando ni aquella vivencia la experimentaron con mayoría de edad los españoles de menos de 55 años, ni la intentona de Tejero los que ahora están en la cincuentena. Rajoy extrae argumentos del pleistoceno político para desmentir la crisis actual de la Jefatura del Estado, dejando boquiabiertos a los que no vivieron aquellos acontecimientos y a los que sí lo hicimos intensamente y estamos hartos de que el futuro de esa institución se justifique en su pasado. Esto constituye un camelo, es decir, un fingimiento, un engaño que falta al respeto que los ciudadanos merecen.

Otro ejemplo de vejación a los ciudadanos. El día 21 de marzo y el pasado domingo, Rajoy y Rubalcaba, respectivamente, se han reunido con  el presidente de la Generalitat de Cataluña, el primero en el palacio de la Moncloa y el segundo en la sede del PSOE en la calle Ferraz de Madrid. Ambos encuentros se han celebrado en secreto y los hemos conocido a toro pasado. No estaban en su agenda pública. Tanto en una reunión como en la otra, parlamentaron sobre la apuesta soberanista de CiU y ERC e, incluso, de las propuestas socialistas para reformar la Constitución.

¿No tenemos los ciudadanos derecho a conocer en su fecha y hora estas reuniones que afectan a asuntos sobre los que ha de disponer y pronunciarse la sociedad española? ¿Qué o quién les autoriza a manejar la agenda pública de las actividades que lo son para eludir a los medios de comunicación y así el control de la opinión pública y su juicio sobre estas conversaciones? Vuelven a suponer que la idiocia de los ciudadanos carece de límites: como nos tienen entretenidos con sus proclamas de transparencia, ellos se entregan cínicamente a la opacidad y cuentan -por capítulos y a conveniencia- el contenido de esas reuniones en foros y momentos de conveniencia.

El tercer ejemplo: el gusto que el presidente del Gobierno ha tomado al plasma. Todo aquello que afecta -feamente- a su partido, lo comenta (nunca mejor dicho) de ciento en viento, en la sede de la calle Génova, a puerta cerrada y con la prensa en la sala contigua siguiéndole a través de un aparato de plasma. Ni preguntas, ni aclaraciones, ni siquiera contacto visual directo. La política-plasma (la política, también, plasta) que considera que los ciudadanos no merecen un mejor trato político.

Camelo, secreto y plasma como prácticas que consideran a los ciudadanos como idiotas. Si acaso tuviéramos el consuelo de que las Cámaras legislativas funcionasen como instancias de control, cabría un paliativo. Pero ni eso: entre la mayoría absoluta mal empleada por el PP tanto en el Congreso como en el Senado, una oposición de salón y la utilización a manta de Dios de los reales decretos leyes (36 en lo que va de legislatura, batiendo récords), nuestra democracia es de una calidad perfectamente descriptible y, sencillamente, se la están cargando hasta extremos que ellos no sospechan. Al menos según el juicio de valor de una ciudadanía vejada por este despotismo mediocre.

“Crece el divorcio entre los políticos y los ciudadanos y existe una amenaza cierta de caer en el más puro nihilismo político. La conocida máxima de ‘No nos representan’ ha dejado de ser un eslogan de grupos minoritarios de indignados para ser compartido por sectores cada vez más amplios de la sociedad española”.