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Rajoy sobrevive hasta 2015 en la ‘II Guerra de la Derecha’
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José Antonio Zarzalejos

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Rajoy sobrevive hasta 2015 en la ‘II Guerra de la Derecha’

La verdad no es un concepto autónomo porque existe en la medida en que pueda ser probada. Como Bárcenas no aportó piezas de convicción, sus bombas

La verdad no es un concepto autónomo porque existe en la medida en que pueda ser probada. Como Bárcenas no aportó piezas de convicción, sus bombas atómicas fueron simplemente fétidas -como sostiene Mariano Guindal- que huelen mal pero no matan. Así que, encastillado en la relativa inocuidad del extesorero, el presidente del Gobierno va a seguir siéndolo hasta que acabe la legislatura. Porque mientras no haya recibís de cobros irregulares no hay constatación de una conducta reprobable, aunque sí un juicio negativo y severo de la calle que la clase dirigente (afecta al PP, al PSOE, a CiU…) digiere sin mayores problemas.

Bárcenas le ha creado a Rajoy un problema serio, pero no tanto como para que resigne sus responsabilidades porque le blinda, además, una mayoría absoluta que el PP y el Gobierno han empleado a fondo. Le defiende también al presidente, por si no dispusiese de recursos propios, un auténtico ejército de jóvenes políticos de la quinta de la vicepresidenta -buenos técnicos aunque sin vis política- que en sus feraces cuarentenas no están dispuestos a entregar la cuchara en tan temprana estadía profesional.

Aunque haya moción de censura, aunque el PP se dé un castañazo en las elecciones europeas y aunque la cuestión catalana se le vaya de las manos -como se le está yendo-, Rajoy no se va a ir hasta 2015, fechas electorales para las que, con repunte de nuestro PIB o sin él, estará más amortizado que la momia de los faraones. Habrá sido víctima de sus propios errores. El mayor de ellos, sin duda, el de no lograr un buen pacto interno entre las distinta facciones de la derecha política que el PP representa y con los aledaños de la organización, especialmente los mediáticos. Las cañas se han tornado lanzas y se ha desatado la II Guerra de la Derecha después de la I, que aconteció en el Congreso de Valencia de 2008.

Bárcenas, que le acusa, fue su tesorero; Aguirre, que le impugna (“la lealtad es decir la verdad” proclamó ayer), no milita precisamente en el PCE; el diario El Mundo ha sido el periódico de cabecera de los populares que han amamantado a Pedro José Ramírez hasta que ha dejado sus ubres más secas que la mojama; a gentes con equipaje intelectual y político los ha enviado Rajoy al fresco de la calle para hacer un Gobierno de amigos de tertulia y hasta ha logrado que Aznar -y lo que el expresidente conlleva, además de buena parte de su electorado- no se reconozca ni en la gestión gubernamental ni en la conducción del partido.

Ya he escrito otras veces que Rajoy tiende a confundir la política con la contabilidad. Y en eso está, dejando que los tiempos se alarguen propiciando putrefacciones malolientes como las que expelen las palabras de Bárcenas -no probadas pero verosímiles- y permitiendo que la guerra de guerrillas en el amplio espectro de la derecha haya derivado en guerra abierta. El problema de Rajoy no es de integridad (se le debe suponer ante un Bárcenas multimillonario), ni siquiera de dedicación o entrega, sino de vaciedad política e ideológica y de ausencia de perspicacia para darse cuenta de que su problema lo tiene en su tafanario como lo tuvo Suárez. Aznar reparó en la constante histórica de la derecha: su fulanismo, que él redujo a la mínima expresión y que con Rajoy ha eclosionado como en los peores tiempos.

Y en ese fenómeno de enfrentamiento cainita -que él ha fomentado con sus extraños manejos de los tiempos y con sus decisiones divisivas en el PP- se ha cuajado la II Guerra de la Derecha que le ha estallado con los cortejos habituales de miserias y villanías que las guerras políticas comportan. Bárcenas ha sido la espoleta de una colosal y sostenida incompetencia. La factura para Rajoy, en 2015. Entre otras razones porque, de momento, podría proclamar “yo o el caos”. Y, tristemente, tendría razón.

La verdad no es un concepto autónomo porque existe en la medida en que pueda ser probada. Como Bárcenas no aportó piezas de convicción, sus bombas atómicas fueron simplemente fétidas -como sostiene Mariano Guindal- que huelen mal pero no matan. Así que, encastillado en la relativa inocuidad del extesorero, el presidente del Gobierno va a seguir siéndolo hasta que acabe la legislatura. Porque mientras no haya recibís de cobros irregulares no hay constatación de una conducta reprobable, aunque sí un juicio negativo y severo de la calle que la clase dirigente (afecta al PP, al PSOE, a CiU…) digiere sin mayores problemas.

Luis Bárcenas Alfredo Pérez Rubalcaba