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España en Cataluña: “Una anomalía histórica”
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José Antonio Zarzalejos

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España en Cataluña: “Una anomalía histórica”

Conseguido. La Diada 2013 ha demostrado, para quien lo necesitase comprobar, que del once de septiembre del pasado año a ayer, ha transcurrido un año que

Conseguido. La Diada 2013 ha demostrado, para quien lo necesitase comprobar, que del once de septiembre del pasado año a ayer ha transcurrido un año que el secesionismo catalán ha rentabilizado al máximo, en tanto el llamado unionismo ha despilfarrado. Como escribía el profesor Alberto López Basaguren, catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad del País Vasco, (El País, 11 de septiembre 2013) “lo que más sorprende en el proceso de reclamación independentista de Cataluña es la atonía del sistema político español al afrontar este reto y la fragilidad del movimiento interno de oposición”. Según este académico “no sólo hay que garantizar (en Cataluña) la legalidad; también hay que convencer de su idoneidad. Lo contrario significa abandonar el terreno al nacionalismo para que prosiga, sin obstáculos, su labor proselitista”. Y añadía: “Se va extendiendo peligrosamente la premisa de que si hay voluntad política todo es posible jurídicamente. Inaceptable derecho plastilina (…) que sirve para lo que en cada momento interese”. López Basaguren da con la palabra adecuada al referirse al secesionismo: ha sabido crear “el encantamiento” a través del llamado derecho a decidir.

La estrategia -si acaso la ha habido- del Gobierno y de los partidos no nacionalistas ha consistido en la inacción, la omisión o la suposición de que las contradicciones internas del nacionalismo catalán terminarían por guillotinar la reclamación independentista. Por el contrario, el silencio gubernamental, del PP, del PSOE y la ambigüedad del PSC se han considerado una retirada dialéctica, una impotencia política y hasta una displicencia por muchos cientos de miles de ciudadanos catalanes a los que no se han ofrecido ni respuestas, ni argumentos ni alternativas.

La estrategia -si acaso la ha habido- del Gobierno y de los partidos no nacionalistas ha consistido en la inacción, la omisión o la suposición de que las contradicciones internas del nacionalismo catalán terminarían por guillotinar la reclamación independentista

El secesionismo se ha enseñoreado de Cataluña que hoy pivota -no sobre la crisis económica, aunque incida sobre el asunto- sino sobre su “derecho a decidir”. La independencia y el Estado propio se asocia a una realidad catalana más justa porque se evitará el “expolio” del “España nos roba”, con menos paro (apenas un 10% frente a los 900.000 desempleados que hay en la actualidad), con una sociedad más contemporánea: todo ello resumido en la afirmación -por nadie relevante refutada-de que “España es una anomalía histórica”, expresión que, sobre hiriente, es ignorante, pronunciada enfáticamente por el consejero de Cultura del Gobierno de Mas, el otrora socialista Ferran Mascarell.

Todos los males se anudan a la existencia patológica de un país, España, que desde 1714 vive “en su propio laberinto” según esta gloria de la historiografía catalana que, a salto de pértiga, se ventila 300 años de historia, nueve constituciones, monarquías y dos repúblicas, y se llama a andana sobre el Estado autonómico de 1978, el más versátil y plural de los que hay en Europa, al margen de la confederación helvética. Nadie, sin embargo, ha contradicho a Mascarell y, a fuerza de no refutar las falsedades o los “encantamientos” secesionistas, han creado carta de naturaleza en la sociedad catalana, que termina por asumir con plena naturalidad que “España es una anomalía histórica” con la que, lógicamente, no quieren estar.

El pasado día 28 de agosto escribí en este diario el post titulado "La Diada que hará estallar la cuestión catalana". Creo que ha así ha sido. La energía independentista -una marea social y política liderada por ERC y CDC, secundada por Unión, ambiguamente considerada por el PSC y no combatida eficientemente con alternativas y argumentos por el Gobierno, el PP y el PSOE- ha sobrepasado a los dirigentes políticos nacionalistas y se ha constituido como un movimiento autónomo conducido por la Asamblea Nacional Catalana y organizaciones satélites. De ahí que no pueda sorprender el desplome del PP y del PSC, que retrocederían allí de manera dramática. Los socialistas pierden 4 puntos y los populares sólo alcanzarían el 7% de los votos (*), mientras que Ciutadans se alzaría como tercera fuerza política detrás de CiU, que pierde claramente el liderazgo frente a ERC (22,1% para los republicanos y 20,7% para la federación nacionalista). Datos coherentes con el hecho de que el 54% de los catalanes desee votar por la independencia y que el 80% declare que el Gobierno debe autorizar una consulta por la secesión. Cifras que no bajarían demasiado incluso si se ofreciese un concierto económico o la independencia conllevase la salida de la Unión Europea.

Hay éxitos, como el de ayer de la Diada, que se sustentan en la peana de determinados fracasos: la cohesión, la integración, la pluralidad y la participación en un proyecto común se rompen con expresiones de voluntad popular que rebasan a las instancias representativas y a los textos básicos normativos de la convivencia votados democráticamente

Cataluña ha entrado en una era de populismo como, también en el diario El País, argumentaba con solidez el historiador Joaquim Coll (9 de septiembre de 2013) según el cual “los dos principales argumentos del soberanismo, el expolio económico y la afrenta del Estatut, han calado porque cumplen la regla de oro de la mentira: algunos elementos de verdad y mucha repetición”. Por su parte, el filósofo y catedrático Manuel Cruz escribió en El Periódico de Catalunya de la misma fecha una pieza especialmente brillante titulada “Mejor calladitos” en la que se pregunta “¿qué miedo tienen los que no están dispuestos a que se escuchen voces discordantes con el soberanismo?” para criticar de inmediato que “la ausencia de pluralismo en los medios de comunicación públicos catalanes es escandalosa”.

Cruz ya había denunciado en otro artículo (“La olla a presión”) que la sociedad catalana “parecía estar cayendo abiertamente en lo que Tocqueville denominó la espiral de silencio, uno de cuyos más claros rasgos consiste en que los individuos esconden en público aquello que piensan, acomodando sus manifestaciones ante los demás a lo que perciben como la opinión dominante en su entorno”. Voces de intelectuales -no precisamente instalados en la derecha política, que a estos efectos no se oye o no sale del tópico- que arrojan un poco de luz sobre lo que sucede en Cataluña que -Ferran Mascarell quizás tenga tiempo para constatarlo- no es otra cosa que el enfilamiento hacia una situación laberíntica, con salidas problemáticas y duras, en una España que, muy lejos de constituir una anomalía, es el secular contexto catalán.

Como he escrito en otro diario, hay éxitos, como el de ayer de la Diada, que se sustentan en la peana de determinados fracasos: la cohesión, la integración, la pluralidad y la participación en un proyecto común se rompen con expresiones de voluntad popular que rebasan a las instancias representativas y a los textos básicos normativos de la convivencia votados democráticamente.

(*) Barómetro de la Cadena SER dado a conocer en la mañana de ayer.

Conseguido. La Diada 2013 ha demostrado, para quien lo necesitase comprobar, que del once de septiembre del pasado año a ayer ha transcurrido un año que el secesionismo catalán ha rentabilizado al máximo, en tanto el llamado unionismo ha despilfarrado. Como escribía el profesor Alberto López Basaguren, catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad del País Vasco, (El País, 11 de septiembre 2013) “lo que más sorprende en el proceso de reclamación independentista de Cataluña es la atonía del sistema político español al afrontar este reto y la fragilidad del movimiento interno de oposición”. Según este académico “no sólo hay que garantizar (en Cataluña) la legalidad; también hay que convencer de su idoneidad. Lo contrario significa abandonar el terreno al nacionalismo para que prosiga, sin obstáculos, su labor proselitista”. Y añadía: “Se va extendiendo peligrosamente la premisa de que si hay voluntad política todo es posible jurídicamente. Inaceptable derecho plastilina (…) que sirve para lo que en cada momento interese”. López Basaguren da con la palabra adecuada al referirse al secesionismo: ha sabido crear “el encantamiento” a través del llamado derecho a decidir.

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