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El PP, levantisco, banderizo y desorganizado
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José Antonio Zarzalejos

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El PP, levantisco, banderizo y desorganizado

El Partido Popular no es ya el que era. Ha pasado de constituir una organización cohesionada, con asumida disciplina interna, a otra dividida, que actúa en

El Partido Popular no es ya el que era. Ha pasado de constituir una organización cohesionada, con asumida disciplina interna, a otra dividida, que actúa en banderías y que carece de una organización eficiente. El lunes, un cúmulo de despropósitos desnudaron al partido que representa a la derecha democrática española y lo mostraron a sus militantes, votantes y a la ciudadanía en general como una entidad desnortada y fragmentada en intereses que colisionan sin la más mínima discreción o disimulo.

En el País Vasco –que ha perdido el foco de la atención pública y de los medios–, concretamente en San Sebastián, sucedió un hecho tan grave como elocuente: el PP vasco no acudió –ni siquiera envió un representante de su actual dirección– al acto de presentación por José María Aznar del libro Cuando la maldad golpea, que aborda la tragedia de las víctimas del terrorismo.

Flanqueado por María San Gil –que no se contuvo en criticar al que fuera su partido– y por la presidenta de la AVT, Ángeles Pedraza, el expresidente del Gobierno lanzó un duro alegato contra el secesionismo y un explícito llamamiento a su propio partido, al Gobierno y su presidente (sin mencionarlo) para que lideren una reacción en defensa de la unidad de España.

Las frases y expresiones de Aznar no pudieron ser más intencionales: “No hay moderación en aceptar la ilegalidad”, ni hay “prudencia en consentir que un poder se ejerza por quien no debe y para lo que no debe, “ni tolerancia en admitir la ausencia o el vacío del Estado de derecho”. Y para rematar: “El silencio puede dañar la verdad tanto como la mentira misma”.

Ante la previsión de que este fuese el discurso de Aznar, los dirigentes vascos del PP no acudieron a la capital donostiarra, a la que no faltaron, sin embargo, miembros de la dirección anterior, explicitando una fractura de los populares allí que hasta el momento sólo era larvada. Ya no lo es: en el País Vasco los mandos populares actuales militan en el antiaznarismo y el expresidente del Gobierno y del PP es el banderín de enganche de todos los que reivindican que los conservadores se están dejando comer la tostada en Euskadi por el moderantismo –¿impostado?, ¿táctico?– del PNV.

Antes, por la mañana, Rajoy se desayunaba –como el lunes anterior con la entrevista en la SER de Sánchez-Camacho en la que reclamaba una financiación “singular” para Cataluña– con un artículo en El País de Ignacio González, presidente de la Comunidad de Madrid ("Un sistema mejor para España"), en el que le urgía a acordar un nuevo sistema de financiación autonómica en el plazo de tres meses, conforme establece la ley ahora vigente.

Al margen –aunque no sea cuestión menor– del hecho de que los dirigentes populares hayan tomado la senda de los medios de Prisa para lanzar sus mensajes y desafíos al Gobierno, lo cierto es que la propuesta de González provocó otro espectáculo lamentable: los barones –que se atracaron de poder el 22 de mayo de 2011– no quieren perderlo en 2015, y cada cual tira en la dirección que le conviene. Unos apoyando a González y la publicación de las balanzas fiscales, y otros aplazando el debate del nuevo sistema y rechazando el conocimiento público de los saldos de transferencias y retornos financieros autonómicos.

Como ocurriera en San Sebastián, nadie en Madrid preparó el encuentro, ni amasó voluntades, ni sugirió criterios ni, en último término, tampoco impuso su auctoritas, además de su potestas. Seguramente porque en el PP, efectivamente, se produce una alarmante ausencia de liderazgo.

Desde luego no lo tiene con suficiencia Mariano Rajoy, al que sus propios barones y su predecesor están arrinconando hasta el punto de restarle –en buena medida por su tardanza en abordar el problema– el necesario margen de maniobra para manejar la cuestión catalana, a la que el PP se enfrenta cada día más dividido y desorganizado. De tal manera que los populares se desenvuelven en una suerte de desorden en el que lo único claro resultan las defensas de intereses territoriales o sectoriales con abandono de cualquier consideración hacia la enorme crisis del sistema que el secesionismo catalán está propiciando. Hasta el punto de que los memoriales de agravioscomo el de ayer presentado por la Generalitat– podrían generalizarse en la España autonómica hasta crear un auténtico laberinto político y social.

Mientras el PSOE sigue hundido, el PP se ha introducido en una dinámica perversa: la de la riña interna y la rivalidad entre unos y otros. Una dinámica que carece de cualquier sentido de Estado, entre otras muchas razones, porque el Gobierno y su presidente han eludido ofrecer al partido un rol, un papel, una función –salvo la meramente gregaria– en la crisis por la que atravesamos.

Rajoy quiso hibernar al PP. Lo ha ido consiguiendo hasta que estalló el escándalo de Bárcenas y ahora, cuando los barones se juegan el poder, la organización se le ha descontrolado justo en el momento en que convergen las crisis del sistema que requerirían de un partido vertebral y no levantisco, banderizo y desordenado como el actual Partido Popular. 

El Partido Popular no es ya el que era. Ha pasado de constituir una organización cohesionada, con asumida disciplina interna, a otra dividida, que actúa en banderías y que carece de una organización eficiente. El lunes, un cúmulo de despropósitos desnudaron al partido que representa a la derecha democrática española y lo mostraron a sus militantes, votantes y a la ciudadanía en general como una entidad desnortada y fragmentada en intereses que colisionan sin la más mínima discreción o disimulo.

Mariano Rajoy Ignacio González AVT Alicia Sánchez Camacho