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El liderazgo según Fainé y la canibalización de Rajoy
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José Antonio Zarzalejos

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El liderazgo según Fainé y la canibalización de Rajoy

El domingo pasado, en el diario El País, un siempre templado y prudente Isidro Fainé, presidente de CaixaBank, escribió un artículo de no pacífica interpretación. Porque

Foto: El presidente de la La Caixa, Isidre Fainé. (EFE)
El presidente de la La Caixa, Isidre Fainé. (EFE)

El domingo pasado, en el diario El País, un siempre templado y prudente Isidro Fainé, presidente de CaixaBank, escribió un artículo de no pacífica interpretación. Porque bajo el inocuo título de “El éxito económico depende de los emprendedores”, el catalán deslizaba un párrafo que muchos han visto -hemos visto- como una suerte de recomendación a Mariano Rajoy que hoy hace dos años obtuvo una clamorosa mayoría absoluta, más abultada que la lograda  por el PP con José María Aznar en el año 2000. Fainé -nada menos- definía en qué consiste el liderazgo:

“Todos los líderes comparten unos rasgos comunes, unas características, que todos debemos procurar incorporar como guía de actuación. El líder innova, no administra. El líder desarrolla, no se limita a mantener. Se centra en las personas y no en los sistemas y estructuras. Tiene una perspectiva de largo alcance, no una visión cortoplacista. Pone en tela de juicio la situación de las cosas, no se limita a aceptarlas. Comunica, no ordena. Inspira confianza y consigue que sus colaboradores confíen en sí mismos. En definitiva, un buen líder deberá tener visión, credibilidad, confianza en sí mismo, optimismo en el futuro y auctoritas, es decir, una autoridad moral socialmente legitimada y reconocida”.

Después de dos años de intenso recorrido presidencial, Rajoy está sideralmente alejado de la propuesta de liderazgo que esbozaba con acierto Isidro Fainé. El del gallego es un liderazgo que consiste en una ecuación bien diferente: convertir el no decidir en una decisión y del no hacer una acción. Es el liderazgo por omisión. Todo un hallazgo. Rajoy no innova, sino que administra lo que hay y cumple aseadamente lo que le impuso el MoU europeo en el rescate financiero. Rajoy no desarrolla, sino que mantiene el statu quo jurídico-político requiera o no remociones y reformas. Rajoy no se rodea de personas de rutilante brillantez, sino de las que se incardinan adecuadamente en el sistema y jamás pone en tela de juicio  la situación de las cosas, sino que la asume, bien con resignación, bien con impotencia. De ahí que el presidente del Gobierno no parezca disponer de una visión a largo plazo, sino inmediata, ni atesore credibilidad o auctoritas, sino auténtica desconfianza porque ha hecho todo lo contrario de lo que prometió.

El de Rajoy es un liderazgo que consiste en una ecuación bien diferente: convertir el no decidir en una decisión y del no hacer una acción. Es el liderazgo por omisión

Baste repasar en estos dos años determinados hitos y la subsiguiente reacción del presidente para comprobar que Fainé establece un molde que no le encaja en nada a Mariano Rajoy. Un político que al mes de ganar las elecciones traiciona su programa electoral (lo hizo por decreto-ley en diciembre de 2011), un político que absorbe sin mover un músculo de su rostro el impacto de la cuestión catalana (un intento de secesión en toda regla) confiando en que la fiebre independentista bajará por sí sola, un político que digiere sin malestar intestinal el llamado caso Bárcenas, un político que da la sensación de que la crisis de la Corona sucede a miles de kilómetros de España, un político ante el que se cuartea su partido sin adoptar ni una sola medida es un político que reformula el liderazgo.

La imperturbabilidad presidencial es para el rajoyismo una nueva forma -realmente nueva- de liderazgo. Y sólo exige una condición para que triunfe: que frente a él no haya otra cosa que un erial; sus adversarios estén divididos y no sean mejores que él en nada o en casi nada; que los errores ajenos resulten más notorios que los propios y que sus decisiones yerren mucho más que sus omisiones. Y así llevamos dos años.

Mariano Rajoy y una parte del PP creen, como si de un dogma se tratase, que en 2015 los votantes de 2011 van a correr desesperadamente a las urnas para revalidar su liderazgo por omisión otros cuatro años. Se confunden estrepitosamente. El presidente y sus entornos deberían no sólo atender al sabio consejo del presidente de CaixaBank, sino también leer detenidamente el último libro de Christian Salmon titulado La ceremonia caníbal.

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Y en especial, algunos párrafos. Como este: “El hombre político se presenta cada vez menos como una figura de autoridad, alguien a quien obedecer, y más como algo que consumir; menos como una instancia productora de normas que como un producto de la subcultura de masas, un artefacto a imagen de cualquier personaje de una serie o un programa televisivo.” O como este otro: “Hoy en día, con internet y la televisión por cable que difunden informaciones las veinticuatro horas del día, estamos sumergidos en un contexto en el cual ya no tenemos tiempo para reflexionar. Los electores se guían por puros sentimientos de simpatía o aversión, armonía o malestar, que les inspiran los candidatos”. Y, para terminar, este: “La política no se reduce a leyes y decretos. Hacen falta formas y figuras. Gestos y cuerpos. No hay político sin cierto régimen estético, es decir, un conjunto de percepciones, de sensaciones y de afectos (…)”

La crisis y el descaro de los dirigentes que la gestionan, les ha convertido en caníbales de líderes menores, presidentes, partidos y, apurando, hasta de ideologías

Cuando no se produce esa conexión -que tiene mucho que ver con los contenidos de la definición de Fainé- los electorados canibalizan a los dirigentes políticos. Más aún cuando en vez de ideas, proyectos, sentimientos e ilusiones, ofrecen datos, ecuaciones, porcentajes y estadísticas. Les está ocurriendo a casi todos en Europa y fuera de ella: Sebastián Piñera, presidente de Chile y representante de la derecha, ha dejado al país con un crecimiento de su PIB superior al 5% y un desempleo en mínimos. Pero ha sido un hombre sin emociones ni afectos y los chilenos votan a Bachelet, a la izquierda.

La economía no es ni el principio ni el fin de la política ni hay un determinismo social que convierta a los electores en autómatas. La crisis y el descaro de los dirigentes que la gestionan los han convertido en caníbales de líderes menores, presidentes, partidos y, apurando, hasta de ideologías. Es, de alguna forma, lo que Moisés Naím ha definido como El fin del poder, libro que lleva este largo y expresivo subtítulo: “Empresarios que se hunden; militares derrotados, papas que renuncian y gobiernos impotentes. Cómo el poder no es lo que era”. Otro ensayo de aconsejable lectura para los amantes del liderazgo por omisión de Mariano Rajoy. Así entenderán mejor por qué esta es una España, además de barata, también decepcionada. 

El domingo pasado, en el diario El País, un siempre templado y prudente Isidro Fainé, presidente de CaixaBank, escribió un artículo de no pacífica interpretación. Porque bajo el inocuo título de “El éxito económico depende de los emprendedores”, el catalán deslizaba un párrafo que muchos han visto -hemos visto- como una suerte de recomendación a Mariano Rajoy que hoy hace dos años obtuvo una clamorosa mayoría absoluta, más abultada que la lograda  por el PP con José María Aznar en el año 2000. Fainé -nada menos- definía en qué consiste el liderazgo:

Mariano Rajoy Isidre Fainé