Es noticia
Un puñado de votos de la extrema derecha
  1. España
  2. Notebook
José Antonio Zarzalejos

Notebook

Por

Un puñado de votos de la extrema derecha

Alfredo Pérez Rubalcaba falta deliberadamente a la verdad cuando atribuye al anteproyecto de ley del aborto del Gobierno el propósito de reclutar efectivos -“un puñado de

Foto:

Alfredo Pérez Rubalcaba falta deliberadamente a la verdad cuando atribuye al anteproyecto de ley del aborto del Gobierno el propósito de reclutar efectivos -“un puñado de votos”- de la extrema derecha. Y falta a la verdad, sabiéndolo, porque necesita una percha en la que colgar, con el PSOE en ascuas, un buen relato de agip-prop, una idea-fuerza, para suministrar energía a una oposición que no se fortalece ni con los errores del PP. Más aún, sabe Rubalcaba que en España la extrema derecha es por completo irrelevante y los grupúsculos que pudieran existir no se amparan en la organización que cofundaron Fraga y Aznar y que hoy preside Mariano Rajoy. En el PP convergen distintas familias ideológicas tradicionales en la España del siglo pasado, con el paréntesis del franquismo.

Siguiendo el buen ensayo del profesor Pedro Carlos González Cuevas titulado El pensamiento político de la derecha española en el siglo XX (Editorial Tecnos. 2005), en nuestro país ha habido, y hay, dos grandes corrientes de la derecha política. De una parte, la conservadora-liberal que  se concreta “en el fenómeno del moderantismo español y, como culminación, en el canovismo (…)” y de otra parte, la “teológica-política” o “tradicionalista a secas (…)” que ha sistematizado “el hecho religioso como legitimador de la praxis política” y que es muy minoritaria.

Rubalcaba falta a la verdad, sabiéndolo, porque necesita una percha en la que colgar, con el PSOE en ascuas, un buen relato de 'agip-prop', una idea-fuerza, para suministrar energía a una oposición que no se fortalece ni con los errores del PP

Como bien asegura el profesor González Cuevas, estas tendencias de la derecha española -franquismo aparte- han tenido ventajas e inconvenientes. Entre las primeras, la proscripción del racismo y la evitación de las derivas de las llamadas “derechas revolucionarias”; entre las segundas, la impermeabilidad a las novedades filosóficas y doctrinales de distintas épocas. Esta plantilla se mantiene, aunque el conservadurismo liberal es dominante en la derecha ideológica española y en el PP, organización en la que, ciertamente, se detectan grupos veteados de integrismo y de conservadurismo duro, pero en modo alguno expresiones propias de la extrema derecha hoy vinculadas al antisemitismo (véase en Francia la emergencia del nuevo saludo anti judío -neonazi- denominado la quenelle popularizado por el cómico Dieudonné M’Bala que consiste en estirar un brazo hacia abajo acompañando el otro cruzado hasta el hombro), a la homofobia (ahí está lo que sucede en Rusia, un régimen reaccionario y extremista) y a la xenofobia (volvamos a Francia, que expulsa a los gitanos rumanos).

Lo mismo que el clero ha sido durante muchas décadas el “intelectual orgánico” de las clases conservadoras, como sigue apuntando el profesor González Cuevas, lo cierto es que la derecha española tiene un gran pensador -más allá del pragmatismo de Cánovas- que no es otro que Ortega y Gasset que, según nuestro autor, “fue un hombre de derechas, en cuyos escritos se expresa la mayoría de los motivos del pensamiento elitista y conservador: el realismo político e histórico, el sentimiento del valor de la continuidad, una teoría de la nación como empresa integradora y, finalmente, un sentimiento fuertemente aristocrático de la sociedad y de la vida”. Sin esa figura señera y sin su aportación intelectual “es imposible -dice el ensayista- conocer e interpretar la aparición de nuevas tendencias en el seno del conservadurismo español”.

Esta es la planta de la derecha política española: el liberalismo conservador, dominante, y el conservadurismo duro de ribetes integristas, muy influenciado por un pensamiento confesional que en el siglo pasado fue transmutando la doctrina cristiana en doctrina social y que eclosionó como militancia política con las democracias cristianas (italiana y alemana, especialmente) posteriores a la II Guerra Mundial. De ahí que reduccionismos propios de mitin en polideportivo municipal en período electoral sobren cuando se trata de calificar burdamente un anteproyecto de ley del aborto que responde a criterios programáticos no suficientemente especificados pero que confluyen en el diagnóstico de que una ley de supuestos protege mejor los bienes jurídicos que ampara la Constitución (“todos tienen derecho a la vida”, según el artículo 15) que una ley de plazos.

Banalizar este asunto y la iniciativa del Gobierno atribuyéndole miserables intereses electoralistas para cosechar “un puñado de votos de la extrema derecha” es casi un improperio hacia sectores muy amplios en España y fuera de ella que perciben el aborto con una tensión ética, emocional y humanista de altísima intensidad

Quizá sea difícil de asumir que Ruiz-Gallardón, y en este caso, de manera renuente y reservona el propio Gobierno, estén apostando más por principios que por tactismos. Pero es así: el ministro de Justicia está persuadido de que un supuesto genérico de despenalización del aborto amparado en una malformación del feto desprotege una vida potencialmente autónoma y fructífera. El problema es que hacer desaparecer el supuesto eugenésico desconoce que la ética -no ya la moral, que remite más a un concepto confesional- dispone de una naturaleza historicista, o en otras palabras, que la desaprobación de las conductas individuales está en función, al menos en parte, del signo de los tiempos y que el gran reto de los gobernantes y de las leyes que producen ha de ser cohonestar una ética cívica responsable con la autopercepción de amparo de las libertades ya logradas.

Cuando escribí ‘Aborto: retiren el proyecto, por favor’ el pasado 14 de diciembre lo hice, aun creyendo firmemente en la superioridad ética de una ley de supuestos o indicaciones sobre cualquier otra de plazos, porque la voluntad política del Gobierno aparecía débil en este asunto como se ha demostrado el pasado miércoles en el Comité Ejecutivo Nacional del PP y con las abundantes voces disidentes en la organización contra la ley de Ruiz-Gallardón, avizorando que al final el texto que termine por aprobarse -si se aprueba- no será reconocible para el responsable de Justicia. De ahí que mejor sería volver grupas y redactar un nuevo texto que estableciese el supuesto eugenésico pero con concreciones que lo hagan cerrado y no una indicación meramente nominal.

Banalizar este asunto y la iniciativa del Gobierno -que, insisto, se ha dado un tiro en pie con este anteproyecto- atribuyéndole miserables intereses electoralistas para cosechar “un puñado de votos de la extrema derecha” es casi un improperio hacia sectores muy amplios en España y fuera de ella que perciben el aborto con una tensión ética, emocional y humanista de altísima intensidad. Que desde Francia lleguen voces críticas es algo permanente en la historia del progresismo en la que nuestros vecinos han solido aplicar la ley del embudo. Por eso Rubalcaba incurre, justamente, en lo que crítica falazmente: él sí está dispuesto a utilizar el aborto por un puñado -o muchos puñados- de votos. El Gobierno, con este anteproyecto en concreto, desde luego, no.

Alfredo Pérez Rubalcaba falta deliberadamente a la verdad cuando atribuye al anteproyecto de ley del aborto del Gobierno el propósito de reclutar efectivos -“un puñado de votos”- de la extrema derecha. Y falta a la verdad, sabiéndolo, porque necesita una percha en la que colgar, con el PSOE en ascuas, un buen relato de agip-prop, una idea-fuerza, para suministrar energía a una oposición que no se fortalece ni con los errores del PP. Más aún, sabe Rubalcaba que en España la extrema derecha es por completo irrelevante y los grupúsculos que pudieran existir no se amparan en la organización que cofundaron Fraga y Aznar y que hoy preside Mariano Rajoy. En el PP convergen distintas familias ideológicas tradicionales en la España del siglo pasado, con el paréntesis del franquismo.

Aborto Alfredo Pérez Rubalcaba Alberto Ruiz-Gallardón