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Rajoy: sus palabras no mejoran sus silencios
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José Antonio Zarzalejos

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Rajoy: sus palabras no mejoran sus silencios

En las técnicas de comunicación –sea política, sea empresarial– hay que atenerse a dos criterios que se han convertido en clásicos. El primero, de Confucio: “El

En las técnicas de comunicación –sea política, sea empresarial– hay que atenerse a dos criterios que se han convertido en clásicos. El primero, de Confucio: “El silencio es el amigo que nunca te traiciona”. El segundo, de Jorge Luis Borges: “No hables si no puedes mejorar el silencio.” De ahí que sorprenda enormemente que un hombre tan huidizo de las cámaras de TV y tan renuente a las ruedas de prensa como Mariano Rajoy se sometiera a una entrevista con la jefa de informativos de Antena 3 para no decir nada sustancial que resultase novedoso y, en aquello que no lo era (la situación procesal de la infanta Doña Cristina), pecar de inconveniente.

Se pensaba –yo así lo he creído siempre en Rajoy– que el presidente del Gobierno seguía el consejo de Alejandro Dumas que advertía que “para toda clase de males hay dos remedios: el tiempo y el silencio”. Es más, se tiene al jefe del Gabinete como experto en el manejo de los tiempos, pero, sobre todo, de los silencios. ¿A qué venía, en consecuencia, una entrevista en la que el presidente repitió lo que viene diciendo sin añadir nada (Cataluña), eludir cualquier concreción (reformas y leyes en curso), escapar por la tangente en materias abrasivas (corrupción y asunto Bárcenas) y meterse en un innecesario lío aduciendo que le “irá bien” a la Infanta en su declaración ante el juez Castro el próximo día 8 de febrero?

El sentido de la oportunidad es tan importante como las técnicas de comunicación y, no sólo le falló a Rajoy el discurso –que huía de las cuestiones de naturaleza política como el gato escaldado lo hace del agua fría–, sino también la ocasión, como demuestra un modestísimo share del 15,3%, signo de indiferencia hacía lo que podría decir (o no decir). Más aún cuando el sábado se espera su gran discurso sobre la cuestión catalana en la convención del PP en Barcelona. Rajoy es un político para el silencio y para el debate, pero no es idóneo para otros géneros de expresión en el ámbito del periodismo. Su actitud siempre defensiva ante las preguntas le sitúa en un plano de inferioridad manifiesta porque se comporta como el entrevistado-víctima en vez de como el entrevistado-dominador.

Sorprende que un hombre tan huidizo de las cámaras como Rajoy se sometiera a una entrevista para no decir nada sustancial y, en aquello que no lo era (la situación procesal de la infanta Doña Cristina), pecar de inconveniente

Siendo Rajoy como es un hombre formal y educado, el coloquialismo –algunas veces fuera de lugar– de Gloria Lomana le produjo aparente perplejidad y pareció cambiarle el paso. Aceptar contestar cuatro o cinco respuestas con un sí o un no, tal y como le propuso su interlocutora, fue el principio de una entrevista que se le fue al presidente por el sumidero. A la postre, Lomana no consiguió una buena lidia periodística –la formulación de algunas preguntas resultó ininteligible–, y Rajoy no colocó ningún mensaje, ni político ni económico. Y se metió en el berenjenal del caso Nóos sin la más mínima necesidad de hacerlo.

Lo mismo que la simpatía se da bruces con José María Aznar o la solvencia con José Luis Rodríguez Zapatero, la fluidez verbal de Rajoy sólo se despliega en su ámbito, que es el parlamentario, sea en discursos que lee bien, sea en contestaciones y réplicas en las que introduce metralla galaica. No estamos los españoles, ni España, para que el presidente de su Gobierno haga incursiones fallidas en medios de comunicación masivos y en prime time.

Cataluña, la Corona, los casos de corrupción de su partido y de otros, leyes problemáticas como la de seguridad ciudadana y la del aborto, proyectos precarios como la reforma fiscal, fiascos monumentales como la reforma eléctrica… se comportan como una jungla de problemas que sólo pueden ser abordados en este tipo de entrevistas con una esmerada preparación, una calculada intención política y un rotundo propósito de no defraudar al respetable, que es lo que hizo ayer Mariano Rajoy.

A Rajoy no sólo le falló el discurso –que huía de las cuestiones políticas– sino también la ocasión, como demuestra un modestísimo share del 15,3

Una de las personas más fieles y mejor conocedoras de la personalidad, virtudes y defectos del presidente del Gobierno es la secretaria de Estado de Comunicación, Carmen Martínez Castro, una colega inteligente a la que se reprochan –en mi opinión injustamente– los problemas de comunicación de Rajoy. La secretaria de Estado, muy por el contrario, ampara los silencios de Rajoy y es poco partidaria de pasearle por radios y televisiones. Y en esa política de comunicación, Martínez Castro está acertadísima porque, aunque cosecha muchas críticas, evita errores.

La transmisión de los mensajes del Gobierno le corresponden a la ministra-portavoz que es la vicepresidenta, cuyas técnicas son dos: despejar balones en las referencias del Consejo de Ministros procurando que no haya palabra o expresión que le comprometa; y mantenerse a distancia sanitaria de los medios de comunicación, aunque disponga en muchos de terminales especialmente eficientes y activos.

Es preferible –como conclusión– un Rajoy silente y plasmático, lector y no improvisador, interviniente y no entrevistado, que un Rajoy que se pone ante un ser para él tan extraño, tan excéntrico y tan poco útil socialmente como es un periodista. El mayor error declarativo de Rajoy fue un malhadado día de octubre pasado cuando un  periodista –siempre un periodista– le preguntó por la sentencia de Estrasburgo sobre la doctrina Parot, y sólo acertó a contestar “llueve mucho”. Ni entonces hubo intención torticera en la expresión del presidente ni el lunes pretendió otra cosa que desear que a la Infanta le vaya bien en su declaración judicial. Pero ni entonces ni hace cuarenta y ocho horas, Rajoy mejoró el silencio con sus palabras. Porque al presidente no le confunde la noche como al célebre Dinio; le confunden los periodistas

En las técnicas de comunicación –sea política, sea empresarial– hay que atenerse a dos criterios que se han convertido en clásicos. El primero, de Confucio: “El silencio es el amigo que nunca te traiciona”. El segundo, de Jorge Luis Borges: “No hables si no puedes mejorar el silencio.” De ahí que sorprenda enormemente que un hombre tan huidizo de las cámaras de TV y tan renuente a las ruedas de prensa como Mariano Rajoy se sometiera a una entrevista con la jefa de informativos de Antena 3 para no decir nada sustancial que resultase novedoso y, en aquello que no lo era (la situación procesal de la infanta Doña Cristina), pecar de inconveniente.

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