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Jordi Évole y el estado de la nación
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José Antonio Zarzalejos

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Jordi Évole y el estado de la nación

Es la metáfora de una España descoyuntada: cuarenta y ocho horas antes de que el presidente del Gobierno y la oposición encarasen el debate más importante

Es la metáfora de una España descoyuntada: cuarenta y ocho horas antes de que el presidente del Gobierno y la oposición encarasen el debate más importante del año en el Congreso, el otro gran debate social –del que la gente no pasó, sino que participó– fue el urdido por Jordi Évole en su Salvados del domingo. Más de cinco millones de espectadores (casi un 25% de share) siguieron el programa del otrora Follonero, que fabuló una historia sobre el golpe el 23-F de 1981. Cientos de miles de ciudadanos cayeron en lo que ya se conoce como el síndrome de Talegón. Efectivamente, Beatriz Talegón (e Inés Sabanés, por cierto) se creyeron la bufonada de Évole demostrando lo fácil que es engañar y manipular a una ingente masa de gente con una representación cuidada del embuste.

Lo peor de Salvados del pasado domingo, en mi opinión, fue lo siguiente: 1) que pretendió trascender a sus propios objetivos, que no eran otros que conseguir audiencia, inyectándonos la moralina de que un programa de esas características debería ayudarnos a pensar con autonomía personal y ser críticos con los medios; 2) que el programa de marras utilizó un recurso pedestre y tantas veces perverso –muy propio de las teorías de la conspiración, alguna de ellas de infausto recuerdo– de mostrar una mentira que, sin embargo, se presentó como verosímil, como una hipótesis que pudo ser realidad, sin avisar de antemano de su carácter ficticio y 3) que utilizó a personas muy respetables pero ya fallecidas a los que se otorgaba en la trama un protagonismo decisivo: desde el vicepresidente Gutiérrez Mellado hasta Sabino Fernández Campo, pasando por Santiago Carrillo o Manuel Fraga.

Lo mejor del Salvados del domingo es que ya quedó claro que una cosa es el periodismo y otra el entretenimiento, que una cosa es la información y otra diferente la broma (pesadísima, por cierto) y que, en consecuencia, tras no pocos debates al respecto en la profesión, Jordi Évole es un tipo con mucho talento para el espectáculo pero que todavía no ha decidido qué quiere ser de mayor: si un renovador mediático –como apuntó con el debate entre Mas y González o con el abordaje de la reforma eléctrica– o una suerte de divertido y ocurrente showman hispano. En cualquier caso, consiguió lo que pretendía: su rentabilidad para su cadena resulta ya indiscutible. Entre otras razones porque logra lo que no logran otros: la complicidad de las personas que intervinieron en la representación no era fácil ganársela, como no fue fácil llevar al presidente de la Generalitat y al expresidente González al programa, ni como no habrá fácil sido hacer comparecer a Pedro José Ramírez en su emisión del próximo domingo.

No está nada claro que la mezcolanza de géneros -primero fabulación y luego tertulia seria- no termine por generar una confusión colosal sobre el papel de los medios informativos

Por supuesto, este “divertimento televisivo” (sic) obliga a algunas reflexiones adicionales. No está nada claro que un acontecimiento tan traumático y reciente de nuestra historia merezca una aproximación en clave de comedia en vez de en registro de investigación y debate; no está nada claro que la mezcolanza de géneros –primero fabulación y luego tertulia seria– no termine por generar una confusión colosal sobre el papel de los medios informativos, y parece evidente que en un momento como el actual escenificaciones como las que tramó Évole no son las más adecuadas.

El hecho de que el programa de Évole me pareciese lo que ahora se denomina una pasada carece de la más mínima importancia. La tiene, sin embargo, la ideación que comportó para impactar sobre la sociedad española y recabar su atención (más de cinco millones de espectadores) haciéndole creer que el programa de marras fue algo diferente al desarrollo de un negocio cuyas ganancias actuales y potenciales se basan en la masa crítica que lo sigue. A más audiencia, más dinero ingresa la cadena vía publicidad. No deberíamos dejar de preguntarnos si a ese propósito mercantil –y competitivo respecto del estreno de un programa en otra cadena en el mismo horario– debe subordinarse  hasta la más elemental finezza. Porque hay éxitos –como el de Salvados del domingo– que no por serlo en audiencia y notoriedad dejan de resultar burdos.

Évole hizo creer a los españoles que el programa fue algo diferente al desarrollo de un negocio cuyas ganancias actuales y potenciales se basan en la masa crítica que lo sigue. A más audiencia, más dinero ingresa la cadena vía publicidad

Hoy, cuando veamos a partir del mediodía el hemiciclo parlamentario lleno de diputados, y al presidente del Gobierno en el atril desgranando el estado de la nación, planeará sobre el Congreso la fábula del falso golpe de Estado que tantos y tantos están dispuestos a creer. Porque “cuando el río suena, agua lleva”; porque no es nada seguro que el hombre haya pisado la Luna; porque no está probado que a Kennedy le asesinara Lee Harvey Oswald, porque quizás Elvis Presley no haya muerto... y así hasta hipótesis conspirativas que, espero, a nadie se le ocurra fabular en aras de una audiencia en la que –¿reparó en ello Évole?– hay cientos de miles de crédulos Beatriz Talegón.  

 

Es la metáfora de una España descoyuntada: cuarenta y ocho horas antes de que el presidente del Gobierno y la oposición encarasen el debate más importante del año en el Congreso, el otro gran debate social –del que la gente no pasó, sino que participó– fue el urdido por Jordi Évole en su Salvados del domingo. Más de cinco millones de espectadores (casi un 25% de share) siguieron el programa del otrora Follonero, que fabuló una historia sobre el golpe el 23-F de 1981. Cientos de miles de ciudadanos cayeron en lo que ya se conoce como el síndrome de Talegón. Efectivamente, Beatriz Talegón (e Inés Sabanés, por cierto) se creyeron la bufonada de Évole demostrando lo fácil que es engañar y manipular a una ingente masa de gente con una representación cuidada del embuste.

Jordi Évole LaSexta