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Maquiavelo aplaude a Rajoy
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José Antonio Zarzalejos

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Maquiavelo aplaude a Rajoy

¿Dilata Rajoy sus decisiones porque es hombre dubitativo y diletante? ¿Las atempera con sentido táctico? Don Tancredo para unos; estratega para otros

Foto: Miguel Arias Cañete y Mariano Rajoy. (Efe)
Miguel Arias Cañete y Mariano Rajoy. (Efe)

¿Dilata Rajoy sus decisiones porque es hombre dubitativo y diletante? ¿Las atempera con sentido táctico? Lo cierto es que el presidente del Gobierno es un don Tancredo para algunos y un estratega para otros. No faltan quienes le atribuyen desgana; pero tampoco los que suponen que transita por el poder desde hace años como por el pasillo de su casa. En todo caso, hay cierto consenso en atribuirle un enorme desdén por la opinión publicada y también por la pública. Ha designado al candidato del PP a las europeas -el ministro de Agricultura, Miguel Arias Cañete- cuando le ha encajado en sus planes y no en los de sus adversarios, y lo mantiene en Consejo de Ministros desde el día 9 de abril. Lo cual es un exceso. Y aguanta el pulso al independentismo catalán respondiendo al mantra secesionista con el constitucionalista. Y no bandea mal a Bruselas, en los márgenes de la obediencia debida.

Hasta hace muy poco tiempo -rectificar es de sabios, o al menos no es propio de ofuscados- me alineaba más en el criterio de la desgana presidencial que en el que aducía su capacidad táctica. Después de leer, con subrayados y notas, el libro de José Luis Álvarez (Los presidentes españoles, editorial LID) he llegado a la conclusión de que Mariano Rajoy no es una casualidad en la política española y que, además, alienta vocación de permanencia con un instinto de supervivencia especialmente acendrado. Sencillamente: el texto del sociólogo me ha convencido de que el gallego podría hacer bueno aquel pronóstico según el cual sería mejor presidente que líder de la oposición. No sin reservas, desde luego.

El autor analiza los liderazgos de los seis presidentes de la democracia española y denomina los de Suárez, González y Aznar como transformacionales, frente a los de Calvo Sotelo, Rodríguez Zapatero y Rajoy, que serían transaccionales. Los primeros, innovaron; los segundos retocaron, pero no cambiaron. Hasta ahí, lo sabíamos.

El estilo de Rajoy es mantener al máximo el dominio de sus acciones, no verse obligado a responder a los demás, escapar de la incesante cadena de acción-reacción-contra-reacción

Dice Álvarez que Rajoy “parece trasladar a la política el estilo de su oficio original de registrador de la propiedad: anota, da fe, pero no tiene un proyecto de transformación de la realidad (…) es el mayor defensor de lo establecido, el más conservador, estrictamente hablando, de todos los líderes de los partidos mayoritarios de la democracia española (…) es un gran resistente”. ¿Es discutible este punto de vista? Difícilmente. Tampoco lo es que el presidente del Gobierno es seguramente “el más renuente a la comunicación pública-política (…); comunicar sirve para motivar para el cambio. Por eso es arriesgado, Rajoy no cree en el cambio de lo establecido y asume que es mejor para el dirigente político que los ciudadanos se aperciban de la realidad, especialmente cuando ésta es negativa (…) por ellos mismos, para evitar una reacción negativa contra el mensajero de las malas noticias. Rajoy es un pesimista antropológico y, por lo tanto, para él la comunicación es una molestia y un riesgo innecesario: cálculo impecable para un conservador-superviviente pero (…) no sustento del liderazgo transformacional”.

Fascinante manejo de los tiempos

¿Y los tiempos de Rajoy? Para Álvarez su uso por el presidente “es el más fascinante de la democracia”. Del elogio el autor casi salta al entusiasmo, pero como lo argumenta, su fascinación podría ser razonable: “Ni enfoque a corto plazo, ni enfoque a largo plazo. El estilo de Rajoy es mantener al máximo el dominio de sus acciones, no verse obligado a responder a los demás, escapar de la incesante cadena de acción-reacción-contra-reacción (…), evitar la presión o hacer como si no existiera, incurrir sólo en las jugadas que le interesan, despreciar e ignorar las que no le interesan, con el objetivo de conservar al máximo su capital político, que Rajoy sabe es escaso, siempre menor que el necesario. Es el presidente con el entendimiento más lúcido de las dinámicas y tempos del poder”. Es perfectamente posible reconocer al Rajoy de Álvarez en el caso Bárcenas, o en los requiebros de sus adversarios en el PP -de Álvarez Cascos a Esperanza Aguirre-, o en el desgaste de sus enemigos más juramentados, a los que agota.

“Ni querido ni temido pero tampoco odiado” dice Álvarez de Rajoy que “es el presidente, con Calvo Sotelo, menos carismático de la democracia” algo que a él “no le debe causar la más mínima decepción”. Para el sociólogo, “Maquiavelo estaría contento con Rajoy”, y también: “Rajoy es nuestro Andreotti”. ¿Hay que suponer, en consecuencia, que durará como el democristiano italiano? Quizá. Porque es, según nuestro autor, “el más correoso de los presidentes españoles”, entre otras razones porque conoce que “la gente no soporta ser gobernada, siempre piensa que el poder es injusto (…) por eso Rajoy prefiere no ostentar su poder para no atraer aún más esa fricción anti-poder” El gallego sabe que para “un presidente conservador, incapaz de aumentar su capital político, la mejor estrategia es la inmovilidad” de lo que Álvarez deduce que Rajoy es, con González, el presidente “más equilibrado psicológicamente”.

Rajoy no cree en el cambio de lo establecido y asume que es mejor para el dirigente político que los ciudadanos se aperciban de la realidad, especialmente cuando ésta es negativa (…) por ellos mismos

Este retrato del inquilino de la Moncloa podría, seguramente, ser impugnado, a condición de que antes se lea con detalle el libro de José Luis Álvarez que ha trabajado mucho y bien en tareas de observación, lectura, comparativas y biografías y no escribe a humo de pajas. Sirve para explicarnos -en sus méritos y en sus incapacidades- el porqué de un presidente difícil de entender y de ser comprendido; el más complejo en el manejo del ejercicio del poder y a la vez, el más opaco y, seguramente, hasta el momento, el menos persuasivo, y no sabemos si el más idóneo para estos momentos de la historia de España.

 Álvarez recuerda que su reto histórico es Cataluña y surge la pregunta -más allá de los tiempos con los que conduce su Gobierno- si es el hombre para una cuestión de tanta envergadura. Que Rajoy le guste a Maquiavelo hace dudar: no se sabe si es un elogio o un reproche. Tampoco es seguro que un hombre que retiene, conserva, mantiene y transa sea ahora más idóneo que otro que es capaz de transformar, cambiar e innovar.

En definitiva: el perfil esotérico de Rajoy al que se aproxima José Luis Álvarez nos ofrece la certeza de que es un hombre político y de la política, pero no nos garantiza el diagnóstico de que sea un líder para estos tiempos convulsos, lo que -albarda sobre albarda- añade una incertidumbre a las muchas que nos angustian. Ojala el tiempo histórico y la biografía política y las mejores aptitudes -las peores son muy visibles- de Rajoy, se crucen en el punto exacto de máxima eficiencia por el bien de todos.

¿Dilata Rajoy sus decisiones porque es hombre dubitativo y diletante? ¿Las atempera con sentido táctico? Lo cierto es que el presidente del Gobierno es un don Tancredo para algunos y un estratega para otros. No faltan quienes le atribuyen desgana; pero tampoco los que suponen que transita por el poder desde hace años como por el pasillo de su casa. En todo caso, hay cierto consenso en atribuirle un enorme desdén por la opinión publicada y también por la pública. Ha designado al candidato del PP a las europeas -el ministro de Agricultura, Miguel Arias Cañete- cuando le ha encajado en sus planes y no en los de sus adversarios, y lo mantiene en Consejo de Ministros desde el día 9 de abril. Lo cual es un exceso. Y aguanta el pulso al independentismo catalán respondiendo al mantra secesionista con el constitucionalista. Y no bandea mal a Bruselas, en los márgenes de la obediencia debida.

Mariano Rajoy Miguel Arias Cañete Democracia Política