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Imaz, el gran fracaso del PNV
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José Antonio Zarzalejos

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Imaz, el gran fracaso del PNV

Josu Jon Imaz, nuevo consejero delegado de Repsol, fue, cuando accedió a la presidencia del Euskadi Buru Batzar del PNV (Ejecutiva) en 2004, la gran esperanza blanca

Foto:  El presidente de Petronor, Josu Jon Imaz. (EFE)
El presidente de Petronor, Josu Jon Imaz. (EFE)

Josu Jon Imaz, nuevo consejero delegado de Repsol, fue, cuando accedió a la presidencia del Euskadi Buru Batzar del PNV (Ejecutiva) en 2004, la gran esperanza blanca del nacionalismo vasco. Tenía entonces cuarenta años, disponía de las mejores credenciales académicas del País Vasco (químico por la Universidad Pública Vasca, formación posterior en el Grupo Mondragón y en la Escuela de Ingenieros de Bilbao), su trazabilidad ideológica era completa porque se inició en las juventudes guipuzcoanas del partido, siguió representándolo entre 1994 y 1999 en el Parlamento Europeo y fue por dos veces consejero del Gobierno vasco, con José Antonio Ardanza y con Juan José Ibarretxe.

A la nueva generación peneuvista de Andoni Ortuzar (actual presidente del PNV) y de Iñigo Urkullu (actual lendakari del Gobierno vasco) –prácticamente coetáneos del nuevo ejecutivo de Repsol– les pareció Imaz el mirlo blanco adecuado para depurar al partido de los radicalismos sabinianos de Arzalluz y de las veleidades de alocado secesionismo de Ibarretxe. Y desafiando a la vieja guardia del PNV lo encaramaron al frente de la organización en 2004.

Pese a su colaboración activa en los períodos más radicales del nacionalismo peneuvista, Josu Jon Imaz siempre ofreció un perfil técnico, utilizó una dialéctica pedagógica y moderada (fue consejero-portavoz del Ejecutivo de Vitoria) y un comportamiento habitualmente discreto. Suscitaba respeto, no sólo por su trayectoria política, sino también por la académica. Habla idiomas –inglés y francés, además de euskera– y combina la militancia con la gestión empresarial en tiempo y en cargos suficientes para suponerle capacidades superiores a la media de sus conmilitones. Y disponía de un rasgo temperamental y de carácter muy apreciado entre los vascos: jamás manifestó –si acaso las tuvo– ambiciones concretas. No era, nunca lo fue, un escalador político.

Seguramente alejado del independentismo y muy distante de cualquier radicalidad, sólo aguantó en el sillón del EBB del PNV tres años, y en septiembre de 2007 dimitió con una carta pública que sonó como un campanazo. Quiso renovar el nacionalismo vasco, modernizando su discurso; propició un enfrentamiento ético con ETA más rotundo e inequívoco y quiso jugar a la transversalidad, especialmente con el PSE y el PSOE. Las minas antipersona con las que Arzalluz y Egibar habían sembrado el terreno del nacionalismo –especialmente en Guipúzcoa– estallaban con el estrépito letal pero insonoro propio de los trasteros del PNV. Y no aguantó, así lo vino a decir con pocos eufemismos, y se fue a Estados Unidos durante seis meses regresando a España en 2008 con el nombramiento de presidente de Petronor, filial de Repsol, en el bolsillo.

Su designación como número dos de una empresa con intereses en el País Vasco pero sin sede social allí, siendo Repsol de una envergadura extraordinaria, ha sorprendido. Se buscan explicaciones profesionales y se buscan razones políticas que aparecen todavía más opacas

Pero antes de irse, Imaz maniobró para que su generación –harta de Arzalluz y de algunos otros energúmenos– no quedase frustrada. Apostó por Urkullu y por Ortuzar, que ahora son el binomio que dirige el PNV y con los que Imaz mantiene una excelente relación personal, aunque se ha apartado de la vida del partido, en el que –así lo pensamos todos en Bilbao– sigue militando con el necesario fervor. Imaz representa una de esas almas nacionalistas en conflicto: la autonomista-confederal frente a la independentista-étnica. Su renuncia certificó que al PNV le queda recorrido por andar.

Su designación como número dos de una empresa con intereses en el País Vasco pero sin sede social allí (solo la tienen del Ibex 35, Iberdrola, Gamesa y, teóricamente, el BBVA) y con accionariado preferentemente catalán (Gas Natural-Unión Fenosa y La Caixa, entre otros), siendo Repsol de una envergadura extraordinaria, ha sorprendido. Se buscan explicaciones profesionales –las hay, pero tampoco son tan convincentes contrastándolas con los méritos de otros candidatos– y se buscan razones políticas que aparecen todavía más opacas.

Brufau no ha apostado por una persona vinculada a Madrid ni a Barcelona; tampoco ha buscado a un gestor con trayectoria incontestable. Y ha puesto al expresidente del PNV –no hay precedente en la historia de algo semejante– en la cúpula de una de las compañías más grandes e internacionalizadas de España y con raíces catalanas.

Dicen algunos que es “una salida por la tangente”, una especie de consigna (“ni con unos ni con otros”), otros hablan de la especial nobleza del vasco, que no le moverá jamás la silla al catalán, y no faltan los que se toman tiempo para ir situando las piezas de un puzle que a muchos no encajan. En Bilbao –Imaz es guipuzcoano, un detalle no menor en el PNV– ayer por la noche era mayor el desconcierto que la satisfacción. Los nacionalistas no están acostumbrados a estos avatares, porque de la presidencia del EBB uno se va al caserío o una plaza discreta (como Ardanza se fue a Euskaltel y Arzalluz a cultivar la huerta) y de la tierra.

Los no nacionalistas parecían más felices: siempre es bueno que los vascos –y si nacionalistas, mejor– estén situados en donde se cuecen los intereses de España, así no tendrán tiempo para creatividades políticas. Elijan ustedes. Y un apunte final: Brufau –contagiado de vasquismo– ha lanzado un órdago a la grande. A ver si Imaz responde. Fue el gran fracaso del PNV, y ojalá sea el gran éxito de Repsol. Y es que como me decía un notario bilbaíno, jesuítico, autonomista pero arrimado al PNV más afable: “Josean, esto ya no es lo que era”. Me limité a asentir.

Josu Jon Imaz, nuevo consejero delegado de Repsol, fue, cuando accedió a la presidencia del Euskadi Buru Batzar del PNV (Ejecutiva) en 2004, la gran esperanza blanca del nacionalismo vasco. Tenía entonces cuarenta años, disponía de las mejores credenciales académicas del País Vasco (químico por la Universidad Pública Vasca, formación posterior en el Grupo Mondragón y en la Escuela de Ingenieros de Bilbao), su trazabilidad ideológica era completa porque se inició en las juventudes guipuzcoanas del partido, siguió representándolo entre 1994 y 1999 en el Parlamento Europeo y fue por dos veces consejero del Gobierno vasco, con José Antonio Ardanza y con Juan José Ibarretxe.

Repsol Antonio Brufau Josu Jon Imaz