Es noticia
De Lavapiés al Ritz pasando por Caracas
  1. España
  2. Notebook
José Antonio Zarzalejos

Notebook

Por

De Lavapiés al Ritz pasando por Caracas

Sin falsas modestias remito a los lectores de este post al que publiqué el 15 de febrero de este año titulado “El pronunciamiento de Lavapiés y

Foto: El portavoz de Podemos, Pablo Iglesias, durante su intervención en el desayuno organizado por el Forum Europa. (E. Villarino)
El portavoz de Podemos, Pablo Iglesias, durante su intervención en el desayuno organizado por el Forum Europa. (E. Villarino)

Sin falsas modestias remito a los lectores de este post al que publiqué el 15 de febrero de este año titulado “El pronunciamiento de Lavapiés y la extrema izquierda”. En aquel texto me hacía eco del debate en la sala Mirador celebrado el día 5 anterior entre Pablo Iglesias (Podemos) y Alberto Garzón (Izquierda Unida). Escribí entonces y reitero ahora que los pronunciamientos de ambos caían sobre un suelo fertilizado por la desigualdad y la proletarización de las clases medias de tal manera que podían sonar a música celestial tanto a un elector suburbial como a otro del barrio de Salamanca. Y, como se podía observar, esa izquierda desinhibida tenía tirón sobre la convencional, así que los resultados de las elecciones europeas del 25-M (cinco escaños para Podemos, avalados por un millón doscientos mil electores) fueron una sorpresa, pero sólo relativa.

Reconozco paladinamente que, en cambio, la trayectoria de Podemos después de la cita electoral no sólo resulta sorprendente, sino que también causa perplejidad. No es fácil entender los mecanismos intelectuales que llevan a denunciar a “la casta” y propugnar el empoderamiento ciudadano y, simultáneamente, incurrir en el rigodón de la “casta” que se denuncia: desayuno en el Ritz (ayer) de Pablo Iglesias, exponiéndose ante un público que no es el suyo ni lo será nunca y que, en buena parte, le observaba más como un exotismo político que como una amenaza.

La “casta”, en versión de Podemos, no es sólo un conjunto de dirigentes políticos, sino también un elenco de prácticas y convenciones como esos desayunos en hoteles de lujo en los que no sabe bien qué es lo que importa, si escuchar o, simplemente, asistir para ver y ser visto. Quizás sospechen los Iglesias et alii que hay que combinar la sala Mirador con los salones del Ritz en una estrategia extremadamente versátil. Si así fuera, tendrán que explicarse ante sus electores, no sea que sospechen que Iglesias y los suyos van directos a una metamorfosis que los convierte en recuelo de la misma “casta” que denuncian. Y, así, se haga plenamente cierta la advertencia de Borges: “Hay que tener cuidado al elegir los enemigos porque uno termina pareciéndose a ellos”. Es de suponer que un tipo culto como Iglesias haya leído al fallecido autor argentino.

Si a Javier Marías (El País Semanal del pasado domingo) le resultan raras algunas cosas de Podemos, su dirección (elegida casi a la búlgara, como en los partidos de la “casta”) debería preocuparse. Dice el quizás mejor escritor contemporáneo español (con Cercas) en relación a esta organización que “al ver que militaba en ella el antiguo Fiscal Anticorrupción, Jiménez Villarejo, figura sensata y respetable, uno concibe cierta esperanza. Pero resulta que también es (una izquierda) muy rara: varios de sus dirigentes son admiradores de Hugo Chávez, un militar golpista; luego elegido sí (aunque nunca arrepentido de su golpe fallido; al contrario), pero hay que aplicarle lo dicho antes del paréntesis. Y Chávez, como su grotesco sucesor Maduro, convirtió rápidamente una democracia formal en una cuasi dictadura. Para mí, admirarlo es algo menos grave que admirar a Pinochet o a Franco, y algo más que admirar a Berlusconi, tan afín a él. Que cualquier izquierda lo considere un referente hace dudar de que la denominación sea verdadera”.

Después del paseo de Lavapiés al Ritz y el repaso venezolano de Marías, Podemos ha perdido un poco (o un mucho) de frescura porque, además, a Iglesias le gustan las mayorías por encima del 80% y acatar una Constitución hasta que haya otra que rescate la “soberanía” popular y los derechos sociales, de modo tal que está sometiéndose a una Carta Magna que no lo hace. No veo nada de diferente en este profesor a lo que hacen los de la “casta”.

Tampoco la “casta” de Bildu y del PNV, que dice lo mismo que Iglesias: que los asesinatos de ETA son muy dolorosos pero tienen causas “políticas”. Un discurso de los noventa en la segunda década del siglo XXI. Y mejor olvidar el sentimentalismo de Iglesias con el secesionismo catalán. Emulando al Papa Francisco se ha preguntado en alto y retóricamente “¿Quién soy yo para decir a los catalanes lo que tienen que hacer?”. Pues si él no sabe quién es a esos efectos, mejor que se hubiese dedicado a la lírica.

En fin, una pena. Por faltar no faltó ni el espontáneo que le increpó en pleno salón del Ritz por sus supuestas connivencias chavistas, con lo cual el espectáculo para los habituales de aquellos salones fue redondo. Como Iglesias vaya a todos los sitios a los que le invitan, este politólogo y carismático líder de la izquierda extrema o de extrema izquierda nos va a dar tardes (y mañanas: habrá más desayunos) de gloria.

Sin falsas modestias remito a los lectores de este post al que publiqué el 15 de febrero de este año titulado “El pronunciamiento de Lavapiés y la extrema izquierda”. En aquel texto me hacía eco del debate en la sala Mirador celebrado el día 5 anterior entre Pablo Iglesias (Podemos) y Alberto Garzón (Izquierda Unida). Escribí entonces y reitero ahora que los pronunciamientos de ambos caían sobre un suelo fertilizado por la desigualdad y la proletarización de las clases medias de tal manera que podían sonar a música celestial tanto a un elector suburbial como a otro del barrio de Salamanca. Y, como se podía observar, esa izquierda desinhibida tenía tirón sobre la convencional, así que los resultados de las elecciones europeas del 25-M (cinco escaños para Podemos, avalados por un millón doscientos mil electores) fueron una sorpresa, pero sólo relativa.

Alberto Garzón Hugo Chávez