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España y el inepto manejo del fracaso
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José Antonio Zarzalejos

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España y el inepto manejo del fracaso

Nunca pudimos suponer que la selección española de fútbol iba a depararnos el lamentable espectáculo de mostrarse inepta en el manejo del fracaso

Foto: Vicente del Bosque.
Vicente del Bosque.

Nunca pudimos suponer que la selección española de fútbol que nos ha dado seis años de constantes éxitos y victorias, en las que sus jugadores y técnicos se han conducido con tanta brillantez y grandeza, iba a depararnos el lamentable espectáculo de mostrarse inepta en el manejo del fracaso. Olvidaron nuestros jugadores -a la vista que sobrevalorados en sus cualidades personales- que hay derrotas que tienen la“dignidad de una victoria como escribió el siempre ingenioso Jorge Luis Borges. Y esa es la dignidad que todos esperábamos de la Roja después de sus olvidables partidos contra Holanda y Chile que le han apeado del Mundial de Brasil.

Los aficionados y la sociedad española en general entendieron que el fiasco del Mundial no era otra cosa que el agotamiento de un ciclo y no hubo reproches amargos por dos derrotas que resultaron como puñetazos en el hígado de una afición militante para con la selección. Pero determinados comportamientos individuales -evitaré nombre y apellidos- y un ambiente colectivo que se ha calificado de“irrespirable” han transformado a los otrora jugadores simpáticos, comunicativos, abiertos y alegres, en personajes egoístas, renuentes a hablar con los medios, hostiles entre sí dentro y fuera del vestuario y, sobre todo, egoístas. El bochornoso episodio de, al llegar de vuelta a Madrid desde Brasil, eludir a los aficionados que les esperaban y a los medios de comunicación y desaparecer como por ensalmo, todo en un clima de cabreo y mal rollo, ha sido la culminación de un episodio verdaderamente amargo que Vicente del Bosque resumió muy bien: él debía mirar por todos, pero los jugadores solo lo hacen por ellos mismos.

Estos jugadores mecidos por cientos de miles de euros, la notoriedad, el halago y la popularidad no sabían -y ahora lo hemos descubierto- que sus victorias eran algo más que victorias en un deporte profesional. Consistían en el logro de algo muy difícil en España: triunfar en equipo; hacer de la victoria un patrimonio colectivo; olvidarse de uno mismo para pensar en el conjunto. Y cuando se omite que tras una forma de hacer hay una determinada manera de pensar y de comportarse, la consecuencia es que llega el desconcierto ante el fracaso y la ineptitud para manejarlo.

Gabriel García Márquez, con esa lucidez que le caracterizaba, escribió que no le deseaba a nadie el éxito porque “le sucede a uno lo que a los alpinistas, que se matan por llegar a la cumbre y cuando llegan ¿qué hacen? Bajar, o tratar de bajar discretamente, con la mayor dignidad posible”. El colombiano no deseaba el éxito a nadie porque apearse de él resulta mucho más difícil que lograrlo. A fin de cuentas y siguiendo a Oscar Wilde, hay “tontos que no se reponen nunca de un éxito”. ¿Es el caso de nuestros jugadores de la selección? Que cada cual se quede con la respuesta que más le cuadre. Pero sería bueno que supiesen que mucho peor que los lances perdidos con Holanda y Chile, ha sido la imagen descompuesta que han proyectado sobre la opinión pública y la tremenda decepción que han provocado.

La selección de futbol -a la que nadie ha exigido más de lo que ha dado- ha sido, en el manejo inepto de su fracaso, un trasunto de lo que ocurre en España. Nuestro país repta en el fracaso. En el fracaso de la corrupción, en el fracaso de la desigualdad, en el fracaso escolar, en el fracaso institucional… en un conjunto de fracasos que hacen que el sistema fracase en comandita. Y la reacción de sus elites (los jugadores de la selección forman parte de ellas) es igualmente, un fracaso: eluden la cita con la dificultad amparándose en el inmovilismo; atribuyen al adversario los vicios propios cuando les son descubiertos; se enrocan en sus posiciones sin solucionar los problemas; carecen de empatía con los ciudadanos que les reclaman unidad y eficiencia; niegan la realidad para sortearla y mienten para librarse de las consecuencias de sus torpezas.

El pesimismo español -ese que teorizó la generación del 98- tiene mucho prestigio y mucho crédito porque se fragua en los comportamientos individuales y colectivos ante el fracaso que, en vez de contemplarse como una oportunidad, se valora como una catástrofe, olvidando que éxito y fracaso son dos impostores y la cara y la cruz de la misma moneda. De ese pesimismo ante la forma de encarar el fracaso surge el individualismo (¡sálvese quien pueda!), los abusos públicos y el desafío a la dignidad.

La selección de futbol ha demostrado, desgraciadamente, que albergaba el gen nacional de la ineptitud para manejar la derrota después de habernos deslumbrado con la gestión de la victoria. Por eso, hemos perdido algo más importante que nuestra presencia, a las primeras de cambio, en el Mundial de Brasil. Hemos perdido una referencia colectiva, ejemplarizante, casi icónica, de cómo queríamos ser. Y queríamos ser como ese grupo de hombres que sabía ganar -y ¡cómo ganaba!- y que, deplorablemente, hemos visto que no ha sabido perder.

¿Quién dijo que la historia de España es la más triste porque siempre acaba mal? El poeta Jaime Gil de Biedma. Un poeta, por cierto, también tristísimo.

Nunca pudimos suponer que la selección española de fútbol que nos ha dado seis años de constantes éxitos y victorias, en las que sus jugadores y técnicos se han conducido con tanta brillantez y grandeza, iba a depararnos el lamentable espectáculo de mostrarse inepta en el manejo del fracaso. Olvidaron nuestros jugadores -a la vista que sobrevalorados en sus cualidades personales- que hay derrotas que tienen la“dignidad de una victoria como escribió el siempre ingenioso Jorge Luis Borges. Y esa es la dignidad que todos esperábamos de la Roja después de sus olvidables partidos contra Holanda y Chile que le han apeado del Mundial de Brasil.