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El PSOE hace ‘balconing’ y no se descrisma
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José Antonio Zarzalejos

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El PSOE hace ‘balconing’ y no se descrisma

Los socialistas, presos de la agitación por una crisis que parecía insoluble –y que no han superado todavía–, decidieron abordarla después del 25-M a tumba abierta:

Foto: Alfredo Pérez Rubalcaba (d) abraza a Pedro Sánchez (c) tras ganar la consulta entre las bases del PSOE. (EFE)
Alfredo Pérez Rubalcaba (d) abraza a Pedro Sánchez (c) tras ganar la consulta entre las bases del PSOE. (EFE)

Los socialistas, presos de la agitación por una crisis que parecía insoluble –y que no han superado todavía–, decidieron abordarla después del 25-M a tumba abierta: dejando a un lado los Estatutos y sus tradiciones congresuales, se abrieron a la militancia para renovar el liderazgo, desmayado ya, de Alfredo Pérez Rubalcaba. Muchos pensaron entonces lo mismo que el ácido, pero insobornable en su crítica, Gregorio Morán, que escribió el párrafo más cruel de cuantos he leído al respecto en su artículo sabatino en La Vanguardia.

Escribía el periodista y autor asturiano ("Entre la agonía y el espectáculo" del 5 de julio pasado) lo siguiente: “¿Alguien podría imaginar una escena tan patética como la competición entre tres presuntos políticos por hacerse con la secretaría general del PSOE? Uno responde al nombre de Pedro Sánchez, conocido en su casa a las horas de comer, del que aseguran incluso que es diputado. El otro es un buen chaval de la margen izquierda del Nervión, al que un mal día, ETA le voló una pierna; me produce pena y conmiseración, pero no me lo imagino de subsecretario de Asuntos Sociales. Hay un tercero, un mindundi de los que se apuntan a todo, Pérez Tapias, como los que raspan los botes por si les sale algún premio”.

Sin embargo, el transcurso veloz de los días ha propiciado que ese diagnóstico de situación que con Morán muchos compartían se haya ido transformando en una iniciativa que tomaba cuerpo y arraigaba en los militantes del PSOE. Y el domingo a la noche, después de que el PSOE hiciese un salto en modo "balconing", se comprobó que la organización no se había descrismado ni padecido lesiones. Al contrario: la audacia de las primarias le había salido razonablemente bien. Los que esperaban por la izquierda –Iglesias, Garzón– un trastazo histórico, decepcionados; y el Gobierno y el PP, respirando tranquilo, aunque a la larga, este salto a la piscina de los socialistas les pueda obligar a ambos a hacer lo mismo: jugársela. Entre otras razones porque desde el domingo –mientras el presidente del Gobierno disfrutaba del fútbol mundialista– el PSOE le avejentaba. A este paso, estar en la política activa con sesenta años va a resultar un exotismo.

La participación de la militancia (66% y 129.313 votos emitidos) salvaba el mayor riesgo, que consistía en una alta abstención que deslegitimaría el proceso y hundiría a los candidatos. El ganador, Pedro Sánchez, lo era con enorme holgura: 48,70% frente al 36,19% de Eduardo Madina y al 15,11% José Antonio Pérez Tapias. Tanta como para vencer en 11 comunidades autónomas, entre ellas Andalucía, arrasando; el País Vasco y Valencia. Y por fin, Sánchez era la garantía de que el secretario general va a entenderse y colaborar con el poder más institucional-electoral de que dispone el PSOE en España: Andalucía en la persona de Susana Díaz, presidenta de la Junta y que ha oficiado como gran electora del madrileño.

Los acontecimientos se han producido de tal manera que el nuevo PSOE está en condiciones de revisar la fecha de las primarias para elegir al candidato o candidata a la presidencia del Gobierno e, incluso, de alterar la tradicional yuxtaposición según la cual el secretario general de la organización era, de forma natural, el candidato a la Moncloa. Es fácil, en consecuencia, que con la inyección legitimadora de las primarias, el PSOE se acomode en una bicefalia que podría ser de Sánchez y Díaz, irremediablemente llamada esta a saltar a la política nacional una vez, en los breves tiempos que ya ofrece el calendario, gane unas andaluzas para luego optar a las nacionales.

Pero es que la operación del PSOE –o más exactamente, de sus militantes– ha sido estabilizadora porque Sánchez (ayer pude observarle en el estudio de la Cadena SER mientras Pepa Bueno le entrevistaba) fue muy claro: no a la demagogia, no al populismo, no a los “programas imposibles”, reformismo (no ruptura) y líneas rojas en Cataluña: la unión de España, la diversidad de sus pueblos y reforma constitucional. Con este planteamiento, no hay temor en según qué círculos a que Podemos e IU arrastren al PSOE.

El bipartidismo podría revivir si los socialistas aguantan la opa por su izquierda y saben manejarse frente al PP al que Sánchez remitió el mensaje más nítido de las celebraciones poselectorales: ayer, 13-J, dijo, comenzó “el principio del fin de Rajoy como presidente del Gobierno”. Quizá es mucho decir aquí y ahora, pero cuando todo se mueve y cambia, cuando las pautas y procedimientos tradicionales saltan por los aires, cuando el vuelco generacional se generaliza, comienza el “principio del fin” de muchas cosas y de muchas trayectorias.

Para hacer “balconing” hay que tener una edad y una disposición. Y suerte para caer en la piscina con abundante agua. El PSOE –por más que se murmure sobre lo largas que son la sombra y la tutela de Susana Díaz– ha logrado un buen salto sin lesionarse en la caída. Y ha obligado a otros –muy remisos a innovaciones– a no quedarse atrás. Pongamos que hablo del PP.

Los socialistas, presos de la agitación por una crisis que parecía insoluble –y que no han superado todavía–, decidieron abordarla después del 25-M a tumba abierta: dejando a un lado los Estatutos y sus tradiciones congresuales, se abrieron a la militancia para renovar el liderazgo, desmayado ya, de Alfredo Pérez Rubalcaba. Muchos pensaron entonces lo mismo que el ácido, pero insobornable en su crítica, Gregorio Morán, que escribió el párrafo más cruel de cuantos he leído al respecto en su artículo sabatino en La Vanguardia.

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