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Juicio político al ‘Español del Año’
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José Antonio Zarzalejos

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Juicio político al ‘Español del Año’

La convulsión que ha provocado dentro y fuera de Cataluña la autoinculpación de evasión fiscal de Jordi Pujol es directamente proporcional, no a la entidad de

Foto: El expresidente de la Generalitat y presidente de CDC, Jordi Pujol (EFE)
El expresidente de la Generalitat y presidente de CDC, Jordi Pujol (EFE)

La convulsión que ha provocado dentro y fuera de Cataluña la autoinculpación de evasión fiscal de Jordi Pujol es directamente proporcional no a la entidad de su infracción o delito (ya veremos cómo de grave), sino a la de su dimensión política y a su arquetípica ejemplaridad ciudadana. Y ni una ni otra eran como parecían.

Aunque el expresidente de la Generalitat haya aducido a posteriori que el galardón de “Español del Año” que en 1984 le concedió ABC (el “verdadero”, el de Luis María Anson, que así lo adjetiva el colega cada vez que menciona al diario con su conocido sentido del humor y fina ironía), fue “un premio para herir al PSOE”, lo cierto y verdad es que el que fuera líder de CiU recibió sin reservas mentales aparentes la distinción de manos del conde de Barcelona, Don Juan de Borbón, en la misma sede de ABC, acompañado en el acto por Manuel Fraga, entre otros. Y pronunció un discurso de cuarenta y cinco minutos que le granjeó un editorial de página entera y elogiosísimo del periódico madrileño, que reprochaba a “algunos” medios presentar al entonces presidente como a “un delincuente”.

Si los catalanes se sienten engañados por el que ha sido hasta el pasado 25 de julio el padre de la patria, el resto de los españoles –aunque sólo sea por el hito excéntrico de su premio como el “Español del Año” de 1984 y por su sorprendente discurso de aceptación en ABC en abril de 1985– tenemos motivos sobrados para experimentar la irritante convicción de que depositamos en Pujol una confianza que ha sido traicionada. Porque el pujolismo se ha venido mimetizando con un nacionalismo catalán pactista y pragmático, en la mejor estela del catalanismo extravertido.

No pensamos que sería la obra política de Pujol la que causaría la peor crisis constitucional de nuestra democracia, ni que su partido la encabezara, ni que él mismo se tornase de nacionalista fiable a independentista pugnaz. Sencillamente, creímos que Pujol era la contrafigura del Maciá de 1931 y del Companys de 1934 y, aunque él no es ahora su replicante, ha generado otro, Mas, que podría serlo si pierde la sensatez el 9 de noviembre próximo, de lo que, por cierto, le prevenía el editorial de La Vanguardia del domingo ("Catalunya y la legalidad").

Lucía Méndez, en su habitual artículo de los sábados en El Mundo ("El mito de Pujol visto por él mismo"), rememoraba una comida en Madrid con el expresidente a la que asistimos seis periodistas –sólo uno catalán, creo recordar– celebrada hace ya tres años en un restaurante situado a las espaldas del Congreso de los Diputados. Méndez relata cómo Pujol explicaba con una metáfora el grave problema de España.

Les remito a la perspicaz pieza de mi colega, que tiene memoria precisa de las palabras del político, aunque les resumo la tesis: España se había comportado –dijo– como un vecino emulador de las formas de vida de otros miembros adinerados del edificio; como un nuevo rico. La explicación nos pareció plausible, especialmente viniendo de un hombre sobrio, casi austero, que hacía de los valores éticos y hasta morales el hilo conductor de muchos de sus discursos. Lucía Méndez, ahora, le apostilla con brillantez: “Qué razón tiene este hombre, pensé. Pero nunca pude imaginar que él era el vecino del tercero a quien su mujer le ponía la cabeza como un bombo para hacer dinero. Y que el Ferrari lo conducían sus hijos”.

Ajuste de cuentas

Los catalanes independentistas creen que Pujol les ha reventado el proceso soberanista –discrepo: el proceso ha sido desde su inicio autodestructivo, él lo ha debilitado aún más– y hoy el Parlamento autonómico citará al fundador de CDC para que se explique ante su Comisión de Asuntos Institucionales. De no hacerlo por las buenas, Pujol deberá hacerlo por las malas ya que la Cámara constituirá una comisión de investigación. Sería peor para Pujol y para CiU, pero podría suceder.

En el Principado, si el veterano periodista Josep-Maria Ureta tiene razón ("La otra herencia de Pujol" en El Periódico de Catalunya del pasado domingo) otras instancias han respirado con el caso Pujol: “Lo que ya es irreversible –escribe– es la desaparición de cualquier atisbo de complicidad de las elites empresariales catalanas con el movimiento soberanista, cualquiera que sea el grado de aceptación en las relaciones con España. Quienes desde las profundidades del Estado eligieron a la familia Pujol como la mejor palanca para provocar un descarrilamiento del proceso acertaron: eludir impuestos, y más en tiempos de crisis y por el principal referente del catalanismo político de los últimos 50 años, tiene efectos devastadores por firmes que sean las convicciones compartidas”. Lleva razón.

Pero hoy también, el ministro Montoro comparece en la Diputación Permanente del Congreso para explayarse –se supone– sobre el fraude fiscal a propósito del caso Pujol, sobre el que la oposición desea algunos detalles que el ministro de Hacienda y Administraciones Públicas no pueda dar. Montoro no dirá lo que la ley le impide, pero contará lo que políticamente le esté permitido, cuidando de no inferir lesión todavía más grave a CiU, federación que en la Moncloa se dice está “a punto de caramelo”, o sea, en una fase de consunción.

Hoy se inicia, en definitiva, un auténtico juicio político a Jordi Pujol y a su régimen que ha tenido continuidad en un Artur Mas que se adjudicó la condición de “hijo político” del expresidente y cuyas irregularidades confesas calificó de asunto “personal y familiar”, lo que no impidió que su Gobierno le desposeyera de pensión, oficina y honores. En previsión de este enjuiciamiento, Mas ya ha adelantado que Pujol le ha “decepcionado” y que el expresidente “hace una década” que no toma decisiones en CDC; a él, la conducta de su fundador le ha abocado a una refundación mientras cree seguir desempeñando el papel de partido-guía de la independencia de Cataluña.

El Parlamento catalán no tiene más remedio que, al reclamar la presencia de Pujol, echar cascotes sobre el tejado secesionista, pero carece de alternativa, especialmente porque ERC –que es el sheriff de la situación allí– despreció siempre al nacionalismo burgués y al “Español del Año” que encarnó Pujol. Los republicanos quieren independencia y catarsis, o sea, sustituir con holgura a la “casta” de la transición en Cataluña; y a Mas el primero cuando se den las condiciones óptimas para ello. Que no tardarán.

Para las fuerzas presentes en el Congreso de los Diputados –excepción hecha de CiU, y en razón de la sede que no de argumentos, también ERC– el enjuiciamiento político de Pujol lo es también, según los casos, al nacionalismo, al independentismo, a la derecha catalana y, en último término, al representante de una fuerza política que cogobernó España desde que el PSOE perdiera la mayoría absoluta (1993) y no la obtuviera el PP (1996).

Se trata, pues, del inicio de las sesiones de una vista oral en cuyo banquillo se sienta Jordi Pujol, pero también un autor emblemático de los cambalaches políticos de la década de los noventa y, antes, del arranque de la democracia. La transición ha perdido el respeto de las nuevas generaciones y la seducción que inspiró a varias de las que la vivieron.

La convulsión que ha provocado dentro y fuera de Cataluña la autoinculpación de evasión fiscal de Jordi Pujol es directamente proporcional no a la entidad de su infracción o delito (ya veremos cómo de grave), sino a la de su dimensión política y a su arquetípica ejemplaridad ciudadana. Y ni una ni otra eran como parecían.

Jordi Pujol Artur Mas Convergència Democràtica de Catalunya (CDC)