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José Antonio Zarzalejos

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Dimisión abrasiva

La dimisión del fiscal general del Estado es la metáfora de un bofetón a mano abierta contra el rostro del Gobierno. De un Gobierno que, cuando

Foto:  El fiscal general del Estado, Eduardo Torres-Dulce (Efe)
El fiscal general del Estado, Eduardo Torres-Dulce (Efe)

La dimisión del fiscal general del Estado es la metáfora de un bofetón a mano abierta contra el rostro del Gobierno. De un Gobierno que, cuando enfila el último año de legislatura, se muestra mucho más torpe y desorientado que cuando comenzó su andadura en diciembre de 2011. Cuando a un Ejecutivo se le despide el jefe del Ministerio Fiscal estando pendiente una querella criminal contra el presidente de la Generalitat de Cataluña, con la hermana del jefe del Estado a un paso del banquillo de los acusados por dos delitos fiscales y con una acusación de que su partido ha sido partícipe a título lucrativo de una trama de corrupción (Correa), es que algo muy hondo, de mucho calado, muy profundo, funciona mal en los mecanismos de coordinación e interlocución gubernamentales.

La renuncia de Eduardo Torres-Dulce se asemeja al impacto de un torpedo en la línea de flotación del buque de la Moncloa. Porque lanza la sospecha de que su función -el ejercicio de la acción penal y, por lo tanto, de la acusación pública- está siendo sometida a una presión interesada. Y sea así o no lo sea -que parece que lo es- la credibilidad del Gobierno es tan limitada, está tan depreciada en la opinión pública y publicada, que la marcha del fiscal general del Estado se entenderá como la remoción de un adversario del PP y del Gabinete en sus abundantes problemas con la justicia. De ahí que no hubiera dimisión que sea más dañina para la Moncloa que la de Torres-Dulce, que se produzca a menos de tres meses de otra dimisión también convulsiva: la del ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón, a quien en el partido y en propio Gobierno se le imputaba poco menos que complacencia con el fiscal en los casos penales que atañían al PP.

Vídeo: Cinco claves sobre la renuncia de Torres-Dulce

El Ejecutivo de Rajoy ha comenzado un proceso deatrincheramientoque delata mucho más reacción que acción. Dos nombramientos recientes avalan la idea de que los populares se sienten rodeados y reclaman la asistencia de sus figuras más rotundas y fieles. Ladesignación deRafael Hernando-un orador mediocre- como portavoz del grupo parlamentario popular en el Congreso, remite a unafigura “dura”del partido para zafarse con la oposición y abroncarla al estilo nada florentino que utiliza este veterano del aparato de Génova. Simétricamente, la designación deJosé Antonio Sánchezcomo presidente de la Corporación Radio Televisión Española hace pensar -ya es comprobable- que los medios públicos se disponen a darla batalla preelectorala costa de imprimirles el mayor sesgo ideológico posible.

El fiscal del Estado no es independiente según el Estatuto orgánico de este cuerpo de funcionarios pero si es autónomo, imparcial y objetivo. Y también jerárquico. En la España de la corrupción –que es sistémica y endógena- una espantada como la de Torres Dulce, notoriamente por el padecimiento de presiones en sus tiempos y en sus decisiones -o en sus omisiones- desaíra al Gobierno hasta límites extremos y le hace sospechoso de sectarismo ante una percepción pública justificadamente crítica con la clase política y, en particular, con la popular. Rajoy debería ser muy consciente de que está recibiendo reveses muy graves y de gran delicadeza política como el portado del fiscal del Estado que se recibirá en la Cataluña independentista con auténtico choteo. Se le abren al presidente frentes de forma continua y no termina de cerrar ninguno.

La dimisión de Torres-Dulce puede poner a la carrera fiscal en estado de máxima alerta. Como lo está desde hace unas horas la ciudadanía que, en plena tempestad judicial por la emergencia de la corrupción -el listado de casos sería demasiado prolijo- sólo puede comprender la renuncia del fiscal general del Estado como la culminación de una operación de acoso y derribo. Y así, su dimisión es para el Gobierno abrasiva de su crédito, de su reputación y de fiabilidad.

La dimisión del fiscal general del Estado es la metáfora de un bofetón a mano abierta contra el rostro del Gobierno. De un Gobierno que, cuando enfila el último año de legislatura, se muestra mucho más torpe y desorientado que cuando comenzó su andadura en diciembre de 2011. Cuando a un Ejecutivo se le despide el jefe del Ministerio Fiscal estando pendiente una querella criminal contra el presidente de la Generalitat de Cataluña, con la hermana del jefe del Estado a un paso del banquillo de los acusados por dos delitos fiscales y con una acusación de que su partido ha sido partícipe a título lucrativo de una trama de corrupción (Correa), es que algo muy hondo, de mucho calado, muy profundo, funciona mal en los mecanismos de coordinación e interlocución gubernamentales.

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