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El Rey (+52), la Reina (+44) y la Nación
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José Antonio Zarzalejos

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El Rey (+52), la Reina (+44) y la Nación

Los intentos de banalizar su agenda están condenados al fracaso, porque la Reina está demostrando un espíritu de superación francamente elogiable

Foto: El homenaje de Portugal a los Reyes de España en Fitur: un retrato realizado con 30.000 tapones de corcho. (REUTERS/Susana Vera)
El homenaje de Portugal a los Reyes de España en Fitur: un retrato realizado con 30.000 tapones de corcho. (REUTERS/Susana Vera)

La ausencia de sentido institucional y político de nuestra clase dirigente dio su medida -su ínfima medida- en el debate sobre el estado de la Nación. Ni en el balance del Presidente (del PP, no se olvide) -que era donde correspondía- ni en el discurso del líder de la oposición, se puso en valor la apuesta regeneracionista que, in extremis, realizó la Corona en junio de 2014 al abdicar de ella Don Juan Carlos en su hijo, el hoy Felipe VI. Esa sucesión en vida del Jefe del Estado y la reforma de la Constitución en agosto de 2011 son los hechos netamente políticos más importantes de los últimos años. Y pasaron desapercibidos nada menos que en el último balance sobre el estado de España esta misma semana.

Algunos pensarán que el acontecimiento de la sucesión en la Corona fue un acto meramente simbólico. En absoluto. Fue la activación de una previsión constitucional que introdujo en un fuerte estrés al sistema y a la Monarquía, que estaba nominativamente encarnada en la persona de Don Juan Carlos. Felipe VI es un Rey no mencionado en la Constitución, sino previsto como sucesor de su padre y, por ello mismo, desposeído del carisma iniciático del reinado anterior y obligado a asumir, con todas sus consecuencias, una Monarquía parlamentaria. Pero fue algo más: la abdicación del Rey -y el comportamiento intachable de Felipe VI y de la Reina desde que aquel fue proclamado por las Cortes- han introducido un precipitante en la vida pública nacional. Un Rey de 47 años recién cumplidos no es un Rey de 77, porque su juventud y su energía operan en cascada y de manera tácita sobre la sociedad.

En rigor, la proclamación de Felipe VI ha sido el único factor regenerador de la democracia española, que está situada en el trance de un profundo cambio al que el propio Rey no puede ser ajeno, porque necesitará una suerte de relegitimación que ya está poniendo en práctica mediante el ejercicio de su magistratura. Un ejercicio discreto, eficiente y oportuno que no ha merecido de la clase política ni una sola mención, pero que las encuestas reflejan indubitadamente.

Los intentos de banalizar su agenda están condenados al fracaso, porque la Reina está demostrando un espíritu de superación francamente elogiable

La de Metroscopia de El País del pasado mes de noviembre no podía ser más expresiva: la valoración del Rey era de +52 (sólo el 14% le desaprobaban) y la de la Reina del +44 (sólo un 18% la desaprobaban), mientras que Rajoy era rotundamente suspendido (-63), al igual su vicepresidenta (-57), Pedro Sánchez (-17) y Rosa Díez (-18). Sólo se salvaba de la quema Susana Díaz con un escuálido +5. Con estos datos, ¿no podían nuestros políticos poner en valor el comportamiento de los Reyes? Lo atribuyo más a torpeza que a mala intención. La ocasión la pintaban calva para reforzar lo que es un hecho: la disolución de los brotes republicanos y la recuperación de la estabilidad institucional luego de unos años en los que la Corona atravesó una fuerte crisis.

Llamar la atención sobre la alta valoración de la Reina Letizia tampoco es sobreabundante. Los intentos de banalizar su agenda o sus apariciones podrían estar condenados al fracaso, porque la consorte de Felipe VI está demostrando un espíritu de superación francamente elogiable. Ella es un flanco débil y muchos se ensañan con su persona y sus comportamientos cuando no lo merecen en absoluto.

Voy, sin comentario adicional, a reproducir un párrafo acertadísimo del último ensayo de Jon Juaristi (“A cuerpo de Rey”, editorial Ariel) acerca de la Reina:

“De modo que uno de los flancos más desprotegidos, si no el más, ante los ataques a la Monarquía constitucional española, hoy por hoy, se llama Doña Letizia, cosa que saben muy bien los antimonárquicos de toda laya, pero sobre todos los de derechas. Como observa Barraycoa, por ejemplo, ‘la gran diferencia de Felipe VI con respecto a sus antepasados es que está casado con una plebeya y de pasado republicano’. Esta es, claro está, una advertencia a los monárquicos netos (…) Pero no hay que ser demasiado perspicaz para adivinar que lo que verdaderamente molesta de la Reina a la derecha católica es su falta de ejemplaridad. Para el moralismo clerical, Letizia es una pecadora pública, divorciada, cripto-atea (…) O sea, como miles de mujeres españolas. No se trata de comportamientos criminales ni deshonrosos. Aunque bastarían para condenarla al infierno según sus detractores (una banda de hipócritas). Obviamente, frente a esta turba de inquisidores, hay que defender a la Reina. Cada ciudadano demócrata debe ser su campeón”.

Lo suscribo.

La ausencia de sentido institucional y político de nuestra clase dirigente dio su medida -su ínfima medida- en el debate sobre el estado de la Nación. Ni en el balance del Presidente (del PP, no se olvide) -que era donde correspondía- ni en el discurso del líder de la oposición, se puso en valor la apuesta regeneracionista que, in extremis, realizó la Corona en junio de 2014 al abdicar de ella Don Juan Carlos en su hijo, el hoy Felipe VI. Esa sucesión en vida del Jefe del Estado y la reforma de la Constitución en agosto de 2011 son los hechos netamente políticos más importantes de los últimos años. Y pasaron desapercibidos nada menos que en el último balance sobre el estado de España esta misma semana.

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